Venezuela se enfrenta a un panorama al que desgraciadamente nos estamos acostumbrando: una dirigencia que ha perdido el rumbo, en medio de una precaria ausencia de acuerdos, sin claridad en los objetivos supremos que a todos nos ocupan, desconectada de los verdaderos sentimientos nacionales y que pareciera seguir anclada en sus intereses particulares y no en resolver la situación de la trágica miseria en la que vive la mayoría de los ciudadanos.

Esta realidad política que estamos viviendo los venezolanos, de cara a las inminentes elecciones regionales que tendremos este año, sin duda, impacta negativamente, no solo en quienes estamos esperanzados en un cambio que señale la ruta que reconduzca la senda democrática, sino en unos posibles resultados electorales que nos beneficien.

Todos observamos que se ha perdido la brújula porque cada grupo parece caminar hacia un destino diferente. Cada facción política se empeña en su propia agenda particular sin importarle lo que el país necesita verdaderamente para mejorar y retomar un rumbo provechoso.

Unos van al diálogo sin el apoyo de todos los factores democráticos; otros atacan el diálogo porque fueron excluidos; algunos defienden el levantamiento de las sanciones y otros insisten en que se mantengan; unos llaman a votar y otros dicen que la abstención es la solución, a pesar de las consecuencias, ya conocidas, de esas experiencias fallidas vividas en el pasado reciente.

No ha sido posible establecer mínimos acuerdos sobre si participan o no en las elecciones y cómo deben ser elegidos los candidatos en caso de que lo decidan. Unos se adelantan y se inscriben; mientras otros se sientan a evaluar la conveniencia de participar o no, dándole prioridad al cálculo político, y no a la demanda histórica que hoy tiene nuestra nación. Por otro lado, no hay claridad de qué temas quieren incluirse en la agenda de la mesa de negociación en México, y tampoco si esos grupos representan o no los verdaderos intereses del pueblo.

Quienes no deciden por ninguna de las variadas opciones que he enumerado, tampoco explican el por qué y el resultado que tendrán sus planteamientos, los cuales, en la mayoría de los casos, resultan frágiles e incluso insostenibles. No pueden exponer convincentemente si lo que ellos hacen será efectivo, y tampoco pueden definir por qué eso le conviene al país y a los venezolanos. En síntesis, no se plantea más que un repetido diagnóstico, que todos conocemos y aceptamos, y no una solución viable.

Lo peor es que en todas esas posiciones, algunas confrontadas por inverosímiles, se nota una gigantesca desconexión de las verdaderas y más sentidas necesidades del pueblo. No se habla del hambre, sino del candidato; nadie habla de las penurias económicas, sino de las encuestas que favorecen su candidatura; pocos hablan de las soluciones que requiere cada estado y municipio, y otros se empeñan en decir que hay que inscribirse rápido porque se vence el período de postulaciones.

Esto no ha hecho más que confundir y desilusionar cada día más a los venezolanos, quienes han demostrado su talante democrático y su deseo de resolver los problemas en paz, pero cuya dirigencia parece no entender y no estar en capacidad para interpretar lo que ese pueblo anhela.

Asumamos que el rescate de nuestra nación no puede ser excluyendo al otro. Entendamos que las individualidades encerradas en su minúsculo entorno, alejados y divorciados de la realidad que vivimos todos, no producen cambios, y que la mezquindad política es uno de los factores que ha llevado al país al foso donde actualmente se encuentra.

Los venezolanos queremos resolver democráticamente el caos en el que estamos sumergidos, y como lo indican todos los estudios de opinión, la inmensa mayoría deseamos elecciones, pero no votar por candidatos que salen de la nada, cuyo mayor “mérito” es venir de una organización o partido con mucho poder e influencia, es decir, que no tienen conexión con las comunidades y que pisotean los liderazgos naturales de cada municipio y estado. La gente quiere votar, es cierto, pero no por políticos que han demostrado su incompetencia ni por otros que se impongan a la fuerza y sin tomar en cuenta sus verdaderos anhelos.

Insistir en este tipo de imposición, en política es algo que pagaremos muy caro y, ojalá, tengamos la sensatez y el tiempo para remediarlo para no incurrir nuevamente en este evidente y costoso error.

Avancemos con fuerza hacia la libertad de Venezuela. Hoy el país no necesita un mesías ni que facciones opositoras se aplasten las unas a las otras, lo que necesita es reunir toda su potencia democrática alrededor de un propósito común: reconciliarse con el poder que el voto le da al ciudadano. Trabajar en esa dirección es lo único que puede garantizar el triunfo, porque estaremos reunidos en torno a la salvación de la nación y no alrededor de los apetitos de un partido o de un candidato.


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