Lucifer, la serie que sobrevivió a una cancelación temprana, que cosechó un fandom variopinto y al final se convirtió en fenómeno, llega a su final. Ha sido un largo trayecto, no solo para el personaje de DC/Vertigo, sino para un elenco e historia entrañable. Para su última temporada, el demonio encuentra belleza en lo simple y lo divino se hace más humano. Un largo trayecto simbólico que culmina de la mejor manera posible.

La última temporada de Lucifer es un raro evento de la cultura pop. No solo se trata del final de una serie que logró vencer una cancelación prematura y regresar dos veces seguidas antes de culminar, sino también de una que combinó con éxito mitología, humor retorcido y religión. Para su última temporada, la serie que cuenta la historia de la redención del mayor villano de la historia llega para celebrar algo más profundo. La humana capacidad del hombre para sostener la esperanza.

Por supuesto, en un año en que el nórdico dios de la mentira de Marvel se enamoró — de sí mismo — y el genocida Thanos tuvo un regreso triunfal en su versión animada como bonachón dedicado a las plantas, Lucifer es lo que parece ser el resumen de un recorrido colectivo hacia un tipo de bien ingenuo. Todo un trayecto singular que convirtió a los antihéroes en algo más significativo que oportunos guiños a la dualidad del espíritu humano. Tanto Loki como Lucifer son criaturas análogas: poderosos, desairados por sus formidables y omnipotentes padres, convertidos en la encarnación de un mal falible. Y mientras Marvel decidía que la fórmula para enmendar a su villano era su despertar al amor, Netflix le brindó la oportunidad al suyo de conocer las delicias de la paternidad. Uno y otro, lograron el punto culminante de su arco de catarsis gracias a un viaje en el tiempo. Pero mientras Loki parece más lejos de casa que nunca, Lucifer parece haber encontrado la suya.

Dolores y pequeñas maravillas en una despedida extraordinaria

Lucifer logró lo que parecía imposible: superar sus fallos de origen y argumento para alcanzar algo más. Convertida en fenómeno de culto y con un universo poblado de personajes entrañables, la serie se despide con una sexta temporada agridulce, emocional e intensa.

Por supuesto, para los los showrunners de Netflix y Lucifer, Joe Henderson e Ildy Modrovich, el diablo está en los detalles. Y no se trata solo de un juego de palabras. Después de que la quinta temporada terminara en un cliffhanger imposible y un camino del héroe completo, fue inevitable preguntarse adónde conducía la historia. Al final, el argumento optó por hacer lo que mejor sabe: crear una mirada amable sobre la condición humana, a la vez de humanizar lo divino.

La despedida de Lucifer es algo más que el cierre de una etapa extraordinaria para una serie que comenzó como un experimento fallido. Con su casi hora de duración, tono procedimental autoconclusivo y una historia de amor improbable, había poco que decir de la historia. Basada en el cómic del mismo nombre de Vértigo, la serie llegó a la televisión precedida por la polémica. Hubo comentarios sobre el cambio de tono, de personajes que no se ajustaban a su versión en papel e incluso, para su protagonista Tom Ellis. El actor, que desbordaba carisma y parecía ser el único pilar del show, se enfrentó con estoicismo a una crítica hostil.

Pero la sexta temporada demuestra que el esfuerzo valió la pena. Lucifer relata quizá la más atípica, emocional y amable de las historias sobre héroes caídos en desgracia y su propia redención. Lo hace sin perder el buen humor, sus peculiaridades y fallos. Finalmente, este príncipe aburrido que decidió venir a la Tierra para encontrar algo que hacer en su eternidad, encontró objetivo. Y también una celebración a un tipo de argumento casi ingenuo que sorprende por sus buenas intenciones y gran resultado final.

Entre una batalla, lágrimas, amor, despedidas y al final, el cielo 

La quinta temporada terminó dejando a Lucifer, antihéroe radiante y convencido de su propia malevolencia en una situación complicada. Luego de luchar contra su hermano Michael en una extraña batalla entre arcángeles, Lucifer se alzó con la victoria. Y también con una nueva responsabilidad: tomar el lugar de Dios. La vuelta de tuerca empujó al personaje a un espacio nuevo y desconocido. La temporada seis no dejó pasar la oportunidad para profundizar en la idea de lo divino, lo humano y el poder de algo más intangible.

Y lo hizo con un recurso que evitó pareciera el argumento saltara el tiburón de de manera mística, ridícula o incongruente. De hecho, la mirada del guion se enfoca en la conexión del mundo del hombre con el de lo sagrado. Pero sin dejar a un lado la autoexploración de su personaje principal. Y a pesar del cambio de dirección de la temporada pasada, hay algo obvio: la serie siempre será Lucifer y su autoexploración. Un proceso que lleva aparejado el crecimiento en conjunto de todos sus personajes y que al final, ha traído el mayor peso de la trama.

De hecho, lo más notorio de su temporada final es que a pesar de los cambios de escenarios — y responsabilidades — es su habilidad para mantener su identidad. Lucifer ocupa el lugar de su padre, pero sigue interesado en hacerse las preguntas correctas e incómodas sobre su naturaleza dividida. De nuevo, el amor lo es todo y también, esa extraña percepción sobre la moral que tiene más de mitológico que de sagrado.

Tal vez por ese motivo, la serie hace un considerable despliegue de efectos especiales. Atrás quedaron los capítulos con breves muestras de las capacidades angélicas de sus personajes o breves chispazos de espectacularidad. Para sus últimos capítulos, Lucifer asume su cualidad de producto fantástico y lo hace a gran escala, con una asombrada visión sobre su identidad.

El argumento, que retorció el hilo de lo divino, utiliza la pirueta narrativa del diablo que se redime, con creativa soltura. El resultado es una temporada llena de escenas espectaculares y una rara cualidad casi ingenua para definirse a sí misma. ¿Adónde va el diablo cuando ya no tiene a quién provocar? Quizás es la mayor pregunta del programa y la que responde con más elegancia, a pesar de sus tropiezos y desconcertantes giros narrativos.

Lucifer, una despedida a lo grande 

Para la ocasión, la serie trae un nuevo personaje mitológico misterioso. Pero lo hace con toda la sutileza y buen hacer que permite que sea la gran revelación el punto central de algo más elaborado. La llegada de esta figura enigmática es de hecho, la que permite avanzar a la trama hacia lugares inesperados. Y es de agradecer que el gran conflicto final, tenga más relación con la tensión interna de la serie que con súbitas contradicciones narrativas.

Uno de los grandes de la temporada seis es, de hecho, la forma en que todos los personajes crecen. Y lo hacen, luego de un largo recorrido que les llevan a puntos desconocidos. Maze se convierte otra vez en el centro de uno de los hilos más importantes. Lo mismo que Amenadiel. Cada uno de ellos encuentra su punto más alto en el largo trayecto que la serie cuidó con mimo. Y finalmente Chloe deja de ser solo un interés romántico eventual para alcanzar una nueva dimensión.

La detective, luego de pasar a ser un regalo divino a una excusa facilona para la redención de Lucifer, es ahora un héroe por derecho propio. Y es este pequeño cambio lo que estructura la serie en la dirección correcta de un final brillante. Buena parte de la trama de la temporada seis es un gran homenaje a Chloe, con frecuencia minimizada y olvidada.

Para una serie que abandonó FOX a riesgo de perder su esencia y que encontró en Netflix la posibilidad de experimentar, la temporada seis es un obsequio. La despedida a su público es conmovedora, pero también la búsqueda de significado. Para su escena final, habrá lágrimas pero también sonrisas. Y por supuesto, un Lucifer en plena forma que batirá sus alas para recordar que el infierno y en el cielo, hay lugar para un corazón. Quizás el punto más entrañable de una serie sin grandes ambiciones que terminó por ser una gran celebración a algo más intuitivo.


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