Desde Barquisimeto llegaron cuatro rollos de afiches del candidato a senador Juan Páez Ávila. Nos reunimos en la casa del MAS, frente a la plaza Bolívar de Duaca, para planificar la jornada de colocarlos en sitios estratégicos de la población. Esa noche preparamos la pega con una técnica distintiva, concerniente en harina de trigo con jabón azul rayado, el sobrante nos quedaba para hacer tortas con cambur, después de regresar exhaustos en la madrugada. Un aromático café criollo de Quebrada de Oro fue molido temprano para acompañar la recompensa gastronómica que saldría del caldero de la familia Vides. Nos congregamos a las 3:00 de la madrugada para disfrutar de un momento grato después de llenar Duaca con el rostro de un buen larense que conoceríamos al día siguiente.

Todavía soñolientos lo esperamos a las 9:00 de la mañana. Con la puntualidad de un reloj suizo se bajó de una camioneta para ir a nuestro encuentro. Después de la presentación de rigor, caminó hasta el altozano de la iglesia San Juan Bautista de Duaca, buscando el sitio exacto en donde cayó el presbítero caroreño Carlos Zubillaga Perera, hecho acaecido el 27 de diciembre de 1911. Los nervios habían trastocado el espíritu indomable de un joven de 31 años que sufría alucinaciones, pensó que era perseguido por un tigre y tratando de zafarse del imaginario enemigo, se precipitó a tierra en medio de la consternación general. Su sangre, empapando los brazos presurosos de duaqueños, unió eternamente a las entidades de Crespo y Torres, nos contó Páez Ávila, que se trataba de un sacerdote comprometido con los pobres. Que desde el seminario se identificó con la justicia social claramente expresada en la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII, un documento que respondió al grito de su época, siendo la pieza clave en el rescate del viejo Evangelio. Su compromiso lo hizo fundar en Carora hospitales, periódicos que planteaban las más sentidas aspiraciones populares. Al mismo tiempo, impulsó una escuela para obreros en 1905.

Aquel hombre de ideales puros chocó de pronto con celosos atavismos del pasado, la iglesia tradicional convertida en firme roca comenzó a cuestionar a quien venía impulsando una visión de mayor alcance y compromiso social. De allí su confinamiento en Duaca, como buscando que el clima frío de la Perla del Norte atemperase su carácter indócil.

Entre las palabras de un maestro recorrimos la iglesia hasta llegar a las escaleras por donde subió el hombre de Dios perseguido por sus angustias. En Crespo se granjeó la simpatía de todos en el corto tiempo. Al salir del tabernáculo de cinco naves y excepcional muestrario del arte barroco, hablamos de su monumental obra literaria que ya conocíamos. La elegancia de su prosa nos cautivó desde el principio.

Esa manera de relatar los hechos con la pasión puesta en cada palabra hablaba muy bien del ambiente cultural torrense. Un hombre sencillo nos mostró que se puede llegar al éxito sin negar el origen de sus pasos. Diáfano para exponer sin arrebatos. Nos quedamos hablando de su obra mientras nos organizábamos para la actividad política. Nos obsequió su obra sobre Cecilio Zubillaga Perera, aquel hombre impulsor de ideas de trueno, el brillante ciudadano del mundo que escribía en todas direcciones desde su casa en Carora. Un verdadero adalid de las causas populares, que tomó la sangre irreductible de su hermano en brazos del franco socorro de los duaqueños.

Cuando caminamos por el centro de Duaca, allí seguían los afiches sostenidos en el alma de la pega; en armónica unión con el jabón azul. Esta vez la realidad nos colocaba a quien reflejaba, no la imagen en una pared, sino al brillante hombre de letras que se hizo duaqueño en aquel momento. Cuando se hizo senador se convirtió en un asiduo visitante de toda nuestra geografía. En la sencillez de su corazón encontró el pueblo acompañamiento para sus angustias. En cada caserío dejó un grato recuerdo de compromiso.

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@alecambero


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