En los últimos días, específicamente en el campo político, los venezolanos hemos podido apreciar, que muchos dirigentes de la oposición se rasgan las vestiduras, hablando airadamente en rescatar la democracia y despotricando del régimen de Nicolás Maduro, pero, nunca falta un pero, en su accionar han demostrado que algunos tienen un precio, que va a acorde a su conveniencia y así, acomodarse a las exigencias de la camarilla bolivariana y construir una supuesta oposición a la imagen y semejanza de los revolucionarios, para poderse lavar la cara ante el mundo y vender una fingida tolerancia, una simulada libertad de expresión y un aparente pluralismo de ideas. Mientras por otro lado se persigue, se acusa, se encarcela y en algunos casos, los presos políticos mueren en circunstancias extrañas, como le ocurrió a Fernando Albán y al capitán Rafael Acosta, solo por nombrar algunos.

Hay que sumarle, además, la ilegalización de los partidos políticos, colocando nuevas directivas, que son marionetas pagadas para vender mentiras como verdades. Allí tenemos ese espectáculo bochornoso de Acción Democrática, Voluntad Popular, Copei, Primero Justicia. Directivas títeres, colocadas a la fuerza por un Tribunal Supremo de Justicia sin credibilidad alguna, cercenando las posibilidades de una elección creíble y democrática, donde los nuevos integrantes impuestos por caprichosos leguleyos, hablan cada vez que oyen el tintinar de las monedas de oro cuando ingresan a sus cuentas. Porque el fin último, es la implantación del pensamiento único, la palabra única, el actuar único.

En efecto, han violado y maltratado tanto los principios democráticos, que ya no quedan vestigios en la memoria de muchos venezolanos. Nadie reconoce la libertad, ninguno sabe a qué es la paz, nadie recuerda que es la tolerancia.

Ahora, quieren convocar un proceso comicial, para renovar el parlamento venezolano. Nadie se va a aventurar ni avalar unas elecciones con Maduro en el poder, con un Consejo Nacional Electoral conformado por militantes chavistas, que fueron escogidos a dedo y con la última novedad, en el cual el ministro de la Defensa, el pasado 5 de julio, en un acto protocolar, pregonó a los cuatro vientos, que la oposición no volverá al poder en Venezuela. Eso demuestra, lamentablemente, que las fuerzas armadas están al servicio de una parcialidad política, incumpliendo su deber fundamental en la defensa de la soberanía nacional. ¿Eso no se llama dictadura?  Y todavía dicen que vivimos en democracia.

Por lo tanto, cómo se puede confiar en la institucionalidad de un país, cuando se enaltece la corrupción sobre el mérito, premiando la mediocridad sobre el esfuerzo. Se lavan la boca con la palabra pueblo, pero han deteriorado tanto a la nación que han provocado la diáspora de más de 6 millones de venezolanos.

En lo que han sido exitosos, fue en incrementar los índices de pobreza, que nos han colocado como el país más pobre del hemisferio, es decir, estamos peor que nuestros hermanos de Haití y Cuba.

Ni hablar de la moneda nacional, donde un billete de monopolio tiene mayor poder adquisitivo que un bolívar. La hiperinflación ha desintegrado todo el entramado productivo del país.

Hablan de vivir en la pobreza, pregonando que ser rico es malo, pero como les encantan los dólares y vivir a expensas de los pendejos. Ahora están temblando, por la detención de Alex Nain Saab en Cabo Verde el pasado 13 de junio, con muchas posibilidades que sea deportado a los Estados Unidos. Me imagino, que tratará de hacer un trato con el Departamento de Justicia, para eso tendrá que cantar La Traviata como Luciano Pavarotti y comenzar a salpicar mierda a diestra y siniestra, para poderse salvar de una pena que no bajará de 60 años, revelando todos los negocios y nombres que comprometen al Palacio de Miraflores.

Sin embargo, hay que recordar que este deterioro de la institucionalidad democrática en Venezuela, tiene su fecha de nacimiento, el 6 de diciembre de 1998, cuando el señor Hugo Chávez, logra ganar las elecciones presidenciales, que hay que reconocer, con un amplio margen de votos. Desde ese momento, Chávez primero y Maduro ahora, se han dedicado en traficar con la esperanza y los sentimientos del pueblo, construyendo un entramado que los eterniza en el poder, comprando voluntades, cimentando complicidades. No les importa que toda una nación pase hambre, todo sea por mantener los logros de la revolución bolivariana.

Logros que se expresan en los asesinatos de los estudiantes durante las diferentes manifestaciones ocurridas en 2014 y 2017. Logros que se manifiestan en los altos índices de criminalidad. Logros que se ven reflejados en que los viejos no cobran una pensión decente. Logros en el campo, donde los campesinos le han expropiado sus tierras y han llevado a la producción agrícola a la quiebra. Logros en el sistema hospitalario, donde los principales centros sanitarios están deteriorados, sin insumos y escasos de personal. Logros en la distribución en el suministro de agua, que llega una vez a la semana y sucia. Logros como las cajas de comida, donde los diferentes productos que la integran no son aptos ni para consumo animal. Logros como el otorgamiento de bonos, donde han convertido a los venezolanos en pordioseros y pedigüeños. Logros en la industria petrolera, donde escasea la gasolina y ha bajado la producción diaria de barriles de petróleo. Logros en la educación, donde la norma a seguir es formar analfabetas funcionales, con poca o ninguna capacidad de reflexión, pero con una alta disposición a ser ideologizado. Logros que hay que preservar, porque por encima de una nación, están ellos, ávidos de poder y de dinero, ya que su consigna es permanecer en el poder a toda costa. Por consiguiente, con la implantación de un supuesto socialismo del siglo XXI, lo que han logrado es conformar un compendio de oportunistas que disfrutan de las riquezas del estado teniendo como base las miserias del pueblo.

Para seguir gobernando, han aplicado una receta para crear al hombre nuevo, ese chavista que tiene en sus entrañas una pizca de envidia, aderezado con un toquecito de rencor. Se le suma, además, flojera macerada con una buena dosis de ignorancia, con una pronunciada nostalgia por ídolos inútiles. Se le añade dos partes de intransigencia, una parte de resentimiento. Se lleva al horno, hasta que se tueste, se sabrá que está listo cuando los veamos opinar de cualquier cosa como si fueran unos expertos. Hay que evitar a toda costa exagerar en la cantidad de resentimiento o de ignorancia, porque sale comunista. Allí está el logro mayor de la revolución bolivariana, en la desintegración de la idiosincrasia del venezolano, porque el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer. Por eso se aferra al político, al líder, al demagogo, para hacer que las mentiras suenen verdaderas, convirtiendo a la ideología mal entendida, en una fiebre que puede terminar en delirio.


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