Coleccionar o vender obras de arte no es tarea fácil. En ese medio son inevitables las falsificaciones, así como la presencia de obras originales que son etiquetadas erróneamente como falsas hasta por los mismos autores o sus descendientes. En ese campo espinoso y singular es fundamental contar con la potestad necesaria.

Un caso aleccionador es el de la Fundación Oswaldo Vigas, la que -con la autoridad que en realidad no tiene, salvo el hecho cierto de ser miembro de la familia que obviamente pretende proclamarse como la única experta para dictaminar si una obra es o no de la autoría del difunto Vigas- procedió a denunciar la comercialización de “obras de arte falsas” por parte de la prestigiosa Casa de Subastas Odalys.

Una anécdota que no olvido y que conocí de primera mano pone de manifiesto el escabroso territorio que es posible encontrar en todo proceso de autenticación. En esa bella época en que los venezolanos éramos felices y no lo sabíamos, se llevó a cabo un importante acontecimiento en las instalaciones del Hotel Hilton en el que se vendieron obras de arte de creadores nacionales y extranjeros. Uno de los muchos espacios era atendido por Adriana Meneses, hija de la admirada y querida Sofía Ímber (1924-2017). Me encontraba a unos pocos metros del lugar cuando súbitamente irrumpieron, muy alterados, Oswaldo Vigas y su esposa, exigiendo a Adriana que retirara de inmediato dos obras que se atribuían a Vigas y que, en opinión de la pareja, eran falsas. Algo apenada y sin dilación alguna, Adriana procedió a descolgar las obras y guardarlas. Sin embargo, al día siguiente las obras en cuestión fueron nuevamente exhibidas sin problema alguno. La noticia corrió por todas partes: las supuestas obras falsas se las había dado, años atrás, el propio Vigas a Sofía; lamentablemente el artista lo había olvidado por completo. El destacado autor no vio nada en ese trabajo que le hiciera pensar que en realidad esa obra creativa había salido de sus propias manos.

Es de justicia señalar mi admiración por la obra creativa de Vigas y resaltar que en mi colección tengo varias piezas de su autoría. Recuerdo que la primera vez que lo visité en su taller, hace muchos años atrás, me obsequió un afiche suyo que intervino allí mismo y, además, me dedicó. Fue un gesto inolvidable que habla muy bien de su bonhomía. Como dice el refrán, «Al Papa lo que es del Papa”. Lamentablemente su hijo se ha metido en “camisa de once varas” al atacar sin conmiseración alguna a la galerista Odalys Sánchez, a quien conozco y trato desde hace muchos años. A ese respecto debo agregar que Miguel Von Dangel, artista de renombre y quisquilloso en extremo, nunca tuvo inconveniente en entregar obras suyas a Odalys para su venta. Quienes conocen la relevancia que tuvo Miguel en el arte venezolano tienen plena consciencia de  la importancia de lo antes mencionado.

Nuestro propósito al tratar el tema que hoy nos ocupa es poner las cosas en su justo lugar; nos adentramos en un asunto que tiene muchos vericuetos y que muy pocos conocen en su real densidad.


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