Foto El Comercio (Natalia Savilova – Shutterstock)

Viktor Frankl dijo estas palabras tan llenas de sentido: lo que sana es el vínculo. Lo que sana y salva. No pretendo ser psicoterapeuta, pero los vínculos humanos ocurren también fuera de un consultorio y por eso puedo hablar de esto. Ante una eventual pérdida del sentido de la vida, ante una eventual desorientación, un amigo puede tender su mano a otro a través del cariño del vínculo. Los hombres somos por naturaleza sociales, dialógicos, tendentes a amar y a desear conocer a otros; por eso el vínculo sana, pues reconstruye lo desintegrado dentro de nosotros.

La relación fundamental es la de yo-tú, como diría Martin Buber. Y se da a través de la donación de uno a otro. Se trata de confirmar al otro en la existencia, en lo bueno que es que él exista. Esto ayuda a que el amigo se sienta querido y valorado y se fortalezca, por eso, su ser en el mundo.

El otro ha de ser visto con cariño, sin imposiciones y sin ser juzgado. Esto es lo que hace que se sienta único, valorado y ayudado. Tras la relación se da el encuentro, que es algo mucho más profundo, pues aquí se da una apertura de la propia intimidad sin condiciones.

El vínculo sana porque nacimos ya “vinculados” a una madre que en principio nos amó desde el inicio. Somos sociales por naturaleza y por eso todo vínculo puede sanar lo que fue perturbado, ayudándonos a sentirnos amados y restablecidos en nuestro ser.

El diálogo con un amigo nos ayuda a sacar de nuestra intimidad lo que sufrimos y lo que nos sucede y esto sana, pues ver la propia intimidad desde fuera de ella ayuda a verla en perspectiva. Obtener un feedback en el diálogo ayuda también mucho, porque el otro ve cosas que nosotros no vemos y remueve en nosotros nuestra intimidad con sus comentarios, con su mirada, con su amistad. El diálogo continuo ayuda a sanar, pues es sobre todo el sentirse comprendido y amado lo que sana.

El saberse persona ayuda a sanar lo desintegrado en nosotros, porque esto último baja la autoestima y nos coloca en una situación de infravaloración: no nos sentimos dignos de amar y ser amados. Por eso el vínculo viene a elevarnos, a hacernos sentir que valemos: a decirnos que somos seres humanos dignos de ser queridos. Mientras más íntimo sea el encuentro entre dos seres humanos, mayor ayuda puede ofrecer, pues en principio se ha tocado el fondo del otro y la donación ha sido mayor. También el dolor puede dañar cuando se hiere, precisamente por haber intimidad. Pero aquí hablamos de la amistad que sana, no de la enemistad que hiere.

Las amistades deben tender a eso:  a ser encuentros y no relaciones puntuales.


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