oposición, elecciones
Foto: EFE/ Miguel Gutiérrez

Por el bien del país, de sí mismo y de lo que él representa (sea lo que sea), Maduro debió salir del poder una vez cumplido su mandato anterior, el legal. Siendo el escogido de Chávez para sucederlo, a la muerte de este en 2013, Maduro ganó las elecciones precariamente, con un mínimo y sospechoso margen de 1,5%. Dos años después, en las elecciones parlamentarias de 2015, se hizo evidente que el régimen madurista tenía ya en su contra a la inmensa mayoría del país. Desde ese momento Maduro comenzó a actuar fuera de la ley.

A partir de entonces ha venido violando reiteradamente el ordenamiento constitucional y jurídico para mantenerse en el poder, consumando de hecho un golpe de Estado continuado que ha sido posible por la complicidad de la Fuerza Armada Nacional. Ese abuso de poder ha sido un gravísimo desacierto político y militar que ha destruido al país en una dimensión nunca antes conocida. También destruirá al chavismo, ya lo está haciendo, como era de esperar.

Si de algo ha servido la elección del 21N es para dibujarnos nítidamente el cuadro político del país. De acuerdo con sus resultados queda claro que el chavismo tiene solamente 19% del voto nacional yla oposición organizada y votante, integrada por Plataforma Unitaria (MUD), Alianza Democrática y Fuerza Vecinal, dispone de 23%. Ambos grupos forman el 42% de la gente que votó. El 60% restante lo integra: la abstención histórica (la que se produce en todas las elecciones, 20% aproximadamente) y la abstención voluntaria que rechaza la politiquería, la mediocridad y el individualismo de los últimos años. Constituye el 38% restante, porcentaje que representa 8 millones de votos, la verdadera mayoría nacional que espera la ocasión propicia para manifestarse.

La próxima contienda electoral, ocurra por referendo, adelantada por acuerdo, forzada por las circunstancias o por finalización del mandato usurpado de Maduro, será presidencial. Podría ocurrir el año que viene si se cumpliera el derecho constitucional del pueblo venezolano de revocar el mandato presidencial. Si Maduro tuviese un mínimo de sentido común, un ápice de vergüenza e, incluso, de aprecio por sí mismo y por su causa, debería facilitar esasalidade la mejor manera posible, porque en las condiciones actuales tres años más de su mandato serían irresistibles.

La Fuerza Armada Nacional, foco originario y continuadodel problema nacional, debería plantearse también el tema de la solución del drama nacional tomando en cuenta los resultados producidos el 21N. Sería el comienzo de su reivindicación ante el país y el mundo.No es preciso que propine un golpe de Estado, aun cuando esa práctica no estaría reñida con su costumbre. Bastaría simplemente que dejara de apoyar al régimen y asumiera su responsabilidad constitucional. Sería suficiente que hiciera una advertencia, un llamado de vuelta al carril, en forma muy queda, susurrando una y otro al oído de Maduro, para que este, desoyendo a La Habana, se decida a rendir el poder.

Las cartas y las apuestas del 21N están sobre la mesa. El pueblo de Venezuela observa con los brazos cruzados el juego, cansado ya de tanto daño y miseria que le han propiciado los cuatro jugadores que se reparten la mano: el régimen madurista, la FAN, la dirigencia opositora “verdadera” y la “falsa”. Si no hay solución a corto plazo,si no finaliza rápidamente ese juego siniestro, donde se apuestan sus intereses y sus esperanzas, puede que se arreche (perdonen la expresión)  definitivamente, le propine una patada a la mesa y vuelen por los aires las cartas y las apuestas.

Es cierto, el pueblo venezolano no es el “bravo pueblo que el yugo lanzó” que proclama el Himno Nacional. Eso ya está demostrado. Pero cosas como esas, en pueblos que han permanecido inertes por mucho tiempo, han ocurrido en la historia de la humanidad. Nadie puede garantizar que algo así no pueda ocurrir en Venezuela.

 

 


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