La peste del coronavirus, que mantiene en vilo a la humanidad con su secuela de muerte, también puso a temblar el poderoso régimen comunista chino y desestabilizó el de Nicolás Maduro, que tendrá asimismo que responder por más víctimas que las atribuibles a la pandemia por sí sola.

Pekín no aprendió la lección de responsabilidad y transparencia a propósito del síndrome respiratorio agudo grave (SRAG, o SARS en inglés), que 17 años antes había golpeado el mundo con la complicidad de la jerarquía, que ocultó la propagación del mal.

En contraste con una economía con empresas que no tienen que envidiarles a los gigantes de Silicon Valley, el gobierno chino silenció a quienes lo obligaron a rendir cuentas por el SRAG en 2003. Empleó más dinero y mayor habilidad para controlar los medios y las redes sociales. Pero su falsa contrición fue desnudada muy pronto.

El 30 de diciembre de 2019, el doctor Li Wenliang publicó en su grupo de graduados de 150 miembros: “Siete casos de SARS en el mercado de frutas y mariscos Huanan. Todos los pacientes están aislados en la unidad de cuidados intensivos”. La policía le imputó el delito de “perturbar la paz social” y la prensa oficialista lo acusó de mentiroso y de difundir informes falsos con el fin de causar pánico en la población.

El régimen venezolano, con el mismo afán de control social que su socio chino, aunque con muchísimos menos recursos económicos, persigue trabajadores de la salud –con expediente muy parecido– y periodistas que denuncian el desamparo frente al covid-19. Maduro califica de “basura” el editorial de The Washingto Post, que no hizo otra cosa que reflejar la miseria del país saqueado por mafias.

Difundieron un video con personaje falso para desacreditar a la enfermera en el hospital en Guatire que supuestamente quería “hacerse famosa” cuando denunció que no los atendían en el despistaje del coronavirus. Y el enfermero contagiado del mal que supuestamente escapó de allí, en realidad había sido dado de alta en medio del desorden antes de que lo mandaran a buscar con la FAES, dijeron fuentes allegadas a los enfermos.

Lo cierto es que en ese centro asistencial, como en los demás del país, mantienen a los pacientes en situación precaria. No hay agua y los baños no sirven. Los enfermos y familiares deben hacer sus necesidades en zonas aledañas. “En El Llanito es más fácil porque hay más monte”, dijo la fuente. Los pacientes en el hospital de Guatire, la mayoría trabajadores de la salud, no reciben alimentos, y deben esperar que sus familias se valgan de la caridad de amigos para que les lleven algo de comer.

Poco antes de morir contagiado del coronavirus, el doctor Li le dijo a The New York Times: “Si los funcionarios hubieran dado la información sobre la epidemia antes, creo que habría sido mucho mejor. Debería haber más apertura y transparencia”. En carta abierta, profesores universitarios solicitaron declarar el 6 de febrero como el Día de Li Wenliang. Asimismo, una garantía que proteja el derecho a la libertad de expresión.

La actitud arrogante del gobierno comunista chino, que amenazó con encarcelar al doctor Li y arrastró los pies frente a la amenaza de la enfermedad que ahora azota el planeta, le da la razón a los jóvenes de la revuelta hongkonesa en defensa de la democracia y los derechos humanos. No le temen a otra represión como la de Tiananmén con cientos de muertos y miles de heridos a finales de los años ochenta. La misma actitud enseñó el terremoto de indignación social que estremeció las redes chinas tras la muerte del médico.

El régimen venezolano –como el chino– reprime y miente. Con el pretexto de incitación al odio, zozobra a la comunidad y agavillamiento apresó al dirigente del gremio salud Julio Molino por denunciar en Maturín la precariedad del Hospital Universitario Dr. Manuel Núñez Tovar para afrontar el coronavirus. Se vale de la cuarentena para ocultar el colapso de los servicios públicos, la falta de gasolina y el hambre. Hay razones para dudar de que se haya roto la cadena de contagio, y que las condiciones del sistema sanitario permitan que los afectados gravemente por el mal se recuperen y liberen espacios para otros enfermos en los hospitales.

El avance inmisericorde del enemigo invisible que desestabiliza al régimen aprovechándose de la miseria en que este sumió al país deja poco margen para el disimulo. Sobre todo cuando un adversario más visible –el brazo largo de Estados Unidos– roza frías espaldas del Cartel de los Soles y se dispone a tocar sus bolsillos y los de sus familiares y testaferros. Por eso es fácil deducir que insomnes jerarcas del régimen saben que su desasosiego no se cura con pócimas mágicas, ni con malojillo.

 

 


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