Son muchas cosas las que el régimen no comprende, pero en particular el creciente éxodo. Como siempre, se fueron los mejor preparados, sin olvidar aquellos petroleros echados a pitazos por un mediocre populista en medio de un estrambótico show televisivo de los que tanto le gustaban, y que terminó llevando pan de jamón, hallacas y otras costumbres venezolanas a tierras tan remotas como la provincia de Alberta, en Canadá, limitando con el círculo ártico, o aquí mismo, al lado, a una Colombia que hoy en día, en parte gracias a expertos que le obsequió el chavismo en su tragicómica torpeza, produce más petróleo –electricidad y riqueza– que Venezuela.

El despelote revolucionario avanzó corroído por el chavismo y castristamente relevado por el usurpador, el país se fue desgastando en palabreríos y errores, mientras crecía la ola de escapados en busca de mejores patrias. Expertos y echa adelante. Sin distinción, en motos, autobuses, a pie, y algunos más afortunados en avión.

El problema, lo que no entiende esta ignominia política, es que no se llevan solo sus mayores o menores posesiones, cariños y melancolías. Transportan parte de la venezolanidad y su cultura. Viajan dispuestos a ganarse la vida en cualquier trabajo, sea como expertos, mesoneros, porteros o repartidores de encomiendas. Transportan afanes, sueños y aspiraciones. Después se van sus familias. Muchos no regresarán.

Como aquellos italianos, portugueses, gallegos, isleños, centroeuropeos que llegaron a la Venezuela abierta de los años cincuenta, se desplegaron por el territorio, se establecieron, montaron cafetines, restaurantes, comercios diversos, también echaron pico y pala. Muchos hicieron fortuna, los de idiomas diferentes que envejecieron, nunca aprendieron a pronunciar correctamente el castellano, español a la venezolana, pero sus hijos y nietos sí. Tres generaciones cambiaron esta nación. Hoy se están yendo, y con ellos esa forma afable, cariñosa, sociable, educada del venezolano de los tiempos modernos, que no es perezoso ni se resigna, le pone cara y corazón a cualquier labor en la cual pueda ganarse la vida honradamente.

El régimen no está entendiendo que no son unos cuantos opositores que se van, aliviando los fracasos de producción y distribución del castromadurismo, son millones de nuevas familias colombianas, ecuatorianas, peruanas, chilenas, panameñas, estadounidenses, para solo citar los principales, pero no los únicos ejemplos.

Que apaciguan muchos de ellos, penurias de parientes y amigos, que siguen estancados aquí, con las remesas que les envían, con las cuales, y las divisas generadas por diversas ilegalidades oficiales o cómplices que, refrenadas por sanciones internacionales actuales o previsibles, están siendo evacuadas aquí. Pero que siembran lo fuerte de sus ingresos en los países donde los están ganando. No serán menos chilenos, peruanos o brasileños porque hagan y coman hallacas, arepas, reina pepeada y jolgorios venezolanos, crecientes hábitos en esos países.

En el primer cuarto del siglo XXI somos menos, nos estamos vaciando de liderazgos, pero no definiendo una nueva venezolanidad. Nos quedamos en el aire, desconcertados, estupefactos por vacantes, carencia de soluciones y aturdimiento de promesas en las cuales cada día creemos menos.

Solo Dios sabe cuál y cómo será el país de nuestros nietos. Pero, sin duda, no será el que teníamos al final del siglo XX y aún menos el que nos va quedando ahora.

@ArmandoMartini

 


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