Por Alejandro Luy, gerente general de Tierra Viva (autor principal, agregados sobre el ambientalismo en los Andes de Pablo Kaplún)

Tampoco en el 2019 Venezuela avanzó en materia ambiental.  Digo que tampoco, porque ya son muchos años en los que no encuentro una noticia sólida que demuestre un paso correcto en la conservación del ambiente en Venezuela, con sus consecuencias positivas en la calidad de vida de sus ciudadanos. El año que termina viene con el impulso dado por la “gestión ideológica” de las últimas dos décadas.

El decreto del arco minero del Orinoco y la explotación legal e ilegal de oro apoyada por el uso de mercurio no se acabó sino que se hizo más fuerte.  La deforestación y degradación de los hábitats al  norte y al sur del país son visibles en imágenes satelitales, fotografías aéreas o mientras se transita por las vías el país.  No fue 2019 el año de la elaboración del Plan de Gestión Integral de la Basura, aun cuando la ley que establece la obligación de redactarlo ya tiene nueve años de aprobada.  No se saneó ningún botadero de basura; es más, ni sabemos cuántos de esos espacios hay en el país.  Tampoco hay Plan de Adaptación y Mitigación al Cambio Climático.

No hay datos sobre la calidad del agua que consumen los ciudadanos, en el país donde además disponer de manera regular de agua por las tuberías lo convirtieron en una excepción, un placer de unos pocos. Los habitantes de Guanta o quienes viven cerca del complejo de Jose respiran aire contaminado a consecuencia de la mala gestión ambiental de empresas del Estado.

Como hay fallas en el suministro de gas doméstico, entonces la gente en Mérida, Lara o Coche, han debido apelar al uso de leña como fuente para cocinar con las naturales consecuencias en el ambiente.  Los parques nacionales del país fueron noticia por el interés de transformarlos básicamente en centros de recreación “populares” –Waraira Repano o el Ávila, San Esteban, Los Roques– o por la minería ilegal dentro de sus predios, siendo Canaima el más emblemático.

Pero sería injusto centrar el balance ambiental en las deficiencias expresadas y muchas otras obviadas pero todas atribuibles a la mala gestión de las autoridades, que –como hemos asomado– este año han dado pasos agigantados.

Y entonces, dónde están las buenas noticias. Yo las encontré en dos sectores: la sociedad civil y en el periodismo, especialmente el de investigación.  Empecemos por lo segundo. En el ranking de los 20 artículos más leídos en Prodavinci en 2019, cinco de ellos estaban relacionados de manera directa con el ambiente, de la pérdida de los glaciares en Venezuela, a los problemas de suministro de agua  hasta la belleza de las guacamayas de Caracas. Quien conoce el portal sabe de la variedad y calidad de los temas que allí se abordan, por lo que tener al ambiente entre los favoritos de 2019 es una buena señal que lo posiciona como un tema de interés.

Han sido los comunicadores sociales los que más han aportado al conocimiento y la divulgación de los problemas socioambientales más notorios del país y para ello han contado con un gran número de calificados profesionales que además hablaron de las acciones necesarias para garantizar la sustentabilidad ambiental y mejorar el bienestar de los ciudadanos.

Justamente el interés de profesionales de universidades y organizaciones no gubernamentales de contribuir con una nueva institucionalidad ambiental y la ausencia del tema en el Plan País impulsado desde la Asamblea Nacional, fue lo que nos movilizó a producir un documento que fue entregado a la Comisión de Ambiente, Recursos Naturales y Cambio Climático que terminó con la inclusión del área de Ambiente y Sustentabilidad con las acciones prioritarias en cinco temas:  Planificación y Ordenamiento Ambiental del Territorio; Cambio climático; Gestión ambiental; Institucionalidad y Gobernanza ambiental, y Biodiversidad.

Otra iniciativa periodística que se va, poco a poco, ganando reconocimiento es la sección: “Ambiente: situación y retos” que nos publican en El Nacional a varios columnistas del ecologismo venezolano, bajo la coordinación de Pablo Kaplún y la periodista Patricia Molina.

Notables y positivas también fueron las acciones emprendidas por distintas organizaciones ambientales, sociales y de derechos humanos, así como universidades para llevar adelante actividades –manifestaciones, foros, seminarios, talleres– y proyectos que no solo representaban acciones en medio de una situación poco favorable para trabajar sino que demostraban el compromiso de muchos venezolanos por el país, estando dentro del país.  Una lista “básica” de esas organizaciones debe incluir a Clima 21 Ambiente y Derechos Humanos, la Sociedad Venezolana de Ecología, Provita, Todos por el Futuro, Provea, CISP, Fundación Tierra Viva, las Universidades Católica Andrés Bello y Central de Venezuela, Wataniba, Fudena, la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales y Geografía Viva.

Resulta alentador que en Mérida, pese a la fuga masiva de docentes de sus cargos, desde la Dirección de Educación de la Gobernación de Mérida, los licenciados Elsy Contreras y Julio Alexander Parra, mantuvieran una nutrida agenda de formación en Objetivos de Desarrollo Sustentable y de promoción de las 3 R del reciclaje, precisamente en  momentos que esa entidad andina está muy afectada por la deficiencia en la recolección de residuos, como resultado de una lamentable pugna de competencias entre la alcaldía de esa ciudad y el llamado “protector” (gobernador paralelo de la entidad andina designado por el gobierno central). Elsy y Julio Alexander se apoyan mucho en la Comisión de Asuntos Ambientales y Cambio Climático de la ULA.

En ese mismo estado, las licenciadas Neida Maldonado de Newman (El Vigía) y Chiary Barrios (Zea) insisten en efectivo modelo de los Centros de Ciencia, Tecnología y Educación Ambiental (CCTEA), programa dejado al azar por su mentor (el Ministerio de Educación) pero que se niega a morir y es rescatado por docentes de esta constancia y compromiso.

Igual reconocimiento merecen las instituciones como ORCA que siguen preocupándose por la dimensión social de los animales domésticos, en momentos que miles de ellas han sido abandonadas por sus dueños, quienes emigraron.

Quizás todo lo positivo tiene más significado cualitativo que cuantitativo, si lo comparamos con los cambios que se requieren para lograr una mejor gestión y restitución ambiental.

A pesar de ello, y parafraseando a  Galileo cuando tuvo que retractarse de la visión del mundo alrededor del sol ante el Tribunal de la Santa Inquisición, en materia ambiental, Venezuela “se mueve”.

Nota final:  “Aprovecho este artículo para agradecer a Rafael Osío Cabrices por la entrevista que me realizó para Cinco8 y Caracas Chronicles (versión en inglés), a Graciela Beltrán Carías por sus reiteradas invitaciones a su programa en Onda 107.9 FM y a Elías Santana, con quien mantengo desde 2011 la sección Redes Ambientales que se transmite todos los viernes por Radio Comunidad”.


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