Hacer vida en Latinoamérica, es convivir con dos vertientes de pensamiento, es decir, en lo concerniente a las políticas públicas y en las actuaciones que debe tener un Estado. Por una parte, se construye toda una imagen del líder, para generar en la masa una fe ciega hacia sus decisiones, ya que él está por encima de la esencia humana, porque solo diosificándolo se podrán realizar los cambios que necesita la nación. Y el otro punto, la sociedad en general y los ciudadanos en particular, tienen prohibido alzar su voz para quejarse, ya que el grupo político que está en el poder, en cualquiera de nuestras naciones en América Latina, tienen derecho a diseñar supuestas acciones políticas asertivas, porque la oposición no se toma en cuenta para nada, ya que no tienen permiso para pensar y muchos menos decidir racionalmente.

De allí nace en nuestro hemisferio el concepto del pensamiento mágico, político y religioso, en el cual su aplicación en la acción política, deviene en la exaltación de unos supuestos atributos de los líderes, que están por encima del promedio de todos los nacionales, por lo tanto, esta situación lo exime de cualquier control para supervisar su accionar, por eso, en Latinoamérica, las diferentes naciones dan la sensación que siempre caminan en círculos.

Esto nos conduce inexorablemente a que se desconozcan los derechos de todos los ciudadanos y les dan herramientas a los gobernantes de turno, en catalogar cualquier acto de protesta, como acciones subversivas, golpistas y criminales, pero son todo lo contrario, porque son movimientos de la sociedad civil, en la cual toda comunidad expresa su inconformidad, ante situaciones que van en contra a su derecho en tener una mejor calidad de vida.

Claro está, lo anterior nos lleva al otro extremo de la ecuación, en la cual no hay ningún gobernante, desde el Río Grande hasta la Patagonia, que inspire admiración y respeto genuino, porque son valoradas negativamente sus capacidades como gerente. En el otro extremo está la sociedad, que con su corta visión para evaluar a personas decentes, optan, anhelan, rezan y esperan la llegada del mesías salvador, mas que a un funcionario de un sistema, digamos democrático, para no entrar en detalles.

No quiero particularizar, pero todos los gobernantes para dominar las masas hacen un uso eficiente del lenguaje, acompañado por una campaña proselitista agotadora, utilizando todos los medios de comunicación a su alcance, sean tradicionales como la radio, la prensa y la televisión, así como las redes sociales, sin dejar atrás el uso y el abuso de los símbolos patrios, hasta expropiarlos indebidamente, me refiero a la bandera nacional, el himno del país, así como aprovechan la hazaña de algún prócer de la independencia, éxitos deportivos y pare de contar, con tal que todo logro, pasado, presente y futuro, se debe identificar con el gobernante de turno, para dar a entender que gracias a él se han conseguido esos objetivos. Entonces, ¿no tienen puntos débiles? Misterios de la ciencia.

Pero regresemos sobre el desempeño político de las democracias en nuestro hemisferio. Esta nueva casta de supuestos líderes populares, que llegan a alcanzar el poder, vendiendo mentiras como verdades, una vez en el cargo, comienzan a satanizar a la oposición y tildan de golpista cualquier sugerencia para mejorar el desempeño de los diferentes poderes públicos. Con la reiteración en esta forma de hacer política, el ciudadano de a pie siente y observa como raro y excepcional cualquier actuación de la oposición, esto es debido al bombardeo comunicacional para manipular y desinformar a la sociedad, pues no se atreven a fijar posición ante cualquier situación, ya que la esencia de cualquier democracia es precisamente contar con contrapesos normales de un régimen de libertades, respeto y tolerancia.

Por lo tanto, para seguir disfrutando del poder, estos gobernantes dan un segundo paso para distorsionar el buen desempeño democrático del país, que no es otro que polarizar a la población. Es decir, crean un odio ficticio, culpando a otros de los problemas generados por el mismo gobierno. Para ello, basan su estrategia en la utilización de expresiones peyorativas, etiquetándolos con cualquier adjetivo para invisibilizar la acción de la oposición o de aquellos que se oponen al gobierno de turno. Epítetos que van desde gusanos, lacayos del imperio, oligarcas, vende patria, pitiyanquis, etc., son expresiones suficientemente cargadas de odio, para generar en la mayoría idiotizada de la población por los mensajes propagandísticos del gobierno, en creer en falacias sin sentido, en un entorno ficticio.

Esto da pie a pasar al siguiente nivel, que es llevar a cabo un nuevo discurso político, utilizando como caja de resonancia los medios de comunicación, pero si leemos entre líneas, nos damos cuenta de que es la misma diatriba de un grupito de inadaptados, que han repetido hasta el cansancio las mismas palabras durante décadas, sin embargo definiendo de forma excluyente a un grupo que expresa su oposición, para convertirlo en minoría obligada, no obstante tratando de destacar la supuesta posición mayoritaria en la cual representa la única y absoluta alternativa que necesita el país.

Ahora, luego de la descripción anterior, Latinoamérica pasa al siguiente escaño, que no es otro que el conformado por una realidad misteriosa, envuelta en enigmas y leyendas, todo con la finalidad de acrecentar el miedo por un lado y la adoración hacia líderes populistas por el otro, que nos lleva inexorablemente hacia la construcción de una verdad insólita, la cual la imaginación no logra explicar, llevando a las sociedades de nuestro hemisferio, más allá de todo lo que se pueda creer.

Nace así lo inaudito, lo inusitado, lo extraordinario, en pocas palabras, el mesianismo. Hombres y mujeres de carne y hueso, que supuestamente son capaces de llevar a cabo las hazañas más extraordinarias, en la cual no hay adjetivos en el diccionario para etiquetar su desempeño en esta tierra. Y si se mueren durante el ejercicio de sus funciones, sus seguidores hacen lo posible para elevarlos al estatus de dioses del Olimpo, creado por la imaginación y la megalomanía.

Pero, ¿cómo catalogamos algo que sea inusual? Bueno, si no cernimos en el ámbito político, alguien para cumplir el papel de creador, inmortal, omnipotente, omnisciente, salvador, señor y todopoderoso, debe satisfacer siempre con dos condiciones. La primera, que sea particular, original y notable y, por otra parte, que sea algo nunca visto antes. Esto nos lleva que las acciones del redentor, ungido, elegido y reencarnación del espíritu guerrero del pueblo, rompa con los parámetros establecidos, fingiendo una nueva forma de entender a los ciudadanos, haciéndoles creer que ahora tienen mayor participación en la toma de decisiones y son parte del gobierno, además, fanatizar a los excluidos y marginados que son, supuestamente, piezas importantes en el nuevo tablero del poder.

Nada más alejado de la realidad. Por el contrario, la acción de este tipo de regímenes, que solo piensan en atornillarse en sus cargos, son capaces de realizar cualquier acción, desde las más extrañas, bizarras y extravagantes, hasta el ridículo más sublime, que rozan el umbral de lo pintoresco, adentrándose en la esfera de lo absurdo, para no perder las dádivas del poder.

Lo insólito de todo lo anterior, es cuando se piensa que las cosas van mejorando y no habrá más sorpresas, pero sucede lo que no se espera, porque no es corriente ni normal, razón por la cual todos, absolutamente todos, la mayoría de los gobiernos de este hemisferio, basan sus ejecutorias en la improvisación, otros, más advenedizos, optan por la brujería o la santería, piensan que leer caracoles o consultar el tarot es suficiente para arreglar los problemas de toda una nación.

En pocas palabras, ya la normalidad no forma parte de nuestro día a día, ya las costumbres dejaron de ser, ya la idiosincrasia ha dejado de ser, solo se predica el bien contra el mal y naturalmente volvemos a caer en lo raro, en lo estrambótico, en lo sorprendente y en lo grotesco.

De todo lo anterior nace una nueva variable, que los gobiernos diosificados no aceptan, que es el rechazo, porque estas autoridades mesiánicas insisten en convertir lo inusual en algo corriente, puesto que el deber de todo aquel que se considera patriota, debe aceptar este próximo paso de la evolución de la sociedad, para no generar asombro y para aplaudir y consentir esta forma tan estrafalaria y delincuencial de llevar las riendas de un país.

Como ciudadanos, ¿qué podemos hacer? Ante todo, debemos comenzar a pensar, para saber diferenciar las verdades de las mentiras. Exigir que se cumplan las leyes, para el buen desempeño de las diferentes instituciones del Estado. No hay que olvidar que el poder originario reside en el pueblo, por lo tanto como sociedad podemos producir los cambios que necesita cualquier nación.

Tomemos conciencia de nuestra realidad, evaluemos con lupa a los diferentes políticos en su desempeño como gerentes y personas de bien. Es la única oportunidad que tenemos para romper esa cadena de lo insólito sin límites. Aprendamos a desechar el pensamiento mágico, político y religioso, ya que este va en contra de nuestros derechos porque sólo imponen obligaciones sin sentido, para satisfacer a un grupo usurpador de libertades.

Dejemos de concederle facultades sobrehumanas a hombres y mujeres que en las sombras arrastran sus miserias, otorgándoles un potencial divino que no tienen, porque en la intimidad, son seres con escasez de criterio pero con ambiciones desmedidas. Pensemos en nuestra realidad, podemos cambiarla cuando utilicemos la paz y la tolerancia, para desechar a los encantadores de serpientes y los cantos de sirena. Aún estamos a tiempo.


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