El pasado viernes iniciaron su retorno a casa los hombres de negocios, funcionarios y grandes líderes que se reunieron en el Foro Económico Mundial de Davos para examinar el rumbo planetario. Representantes de 130 países y 52 jefes de Estado y de Gobierno se desplazaron a la pequeña estación suiza para poner su lupa sobre la evolución de los grandes temas del momento.

Las presiones inflacionarias, el retorno poscovid de China a la palestra mundial y las presiones de la deuda en los países menos favorecidos fueron los platos fuertes del encuentro, todo ello con el telón de fondo de una guerra que requirió una atención especial y que no permitió que se dedicara tiempo y debates adecuados a otros temas de impacto menos urgentes pero no menos importantes y trascendentes. Una encuesta de percepción de riesgos globales efectuada para que sus resultados fueran presentados en Davos enumeraba los 10 más severos riesgos que la humanidad enfrentará en la década poscovid. Los tres primeros de la lista eran asuntos de corte ambiental y relacionados con el cambio climático. Sin embargo, apenas de una manera tangencial estos temas fueron debatidos. Lo que sí se puso de relieve en este singular evento son las grandes diferencias de enfoque de los grandes y poderosos en torno a los asuntos ambientales.

Davos no está diseñado para ser un foro de grandes decisiones pero en sus pasillos se arman acercamientos, se liman asperezas y se dejan saber a terceros posiciones que no necesariamente se ventilan en las plenarias ni en los encuentros de organizaciones internacionales formales. En esto el foro es útil. Se puede decir, por ejemplo, que en este tipo de acercamiento menos rigurosos sí se dejó entrever la desazón existente entre los expertos de los temas climáticos por el nuevo viento de cola que viene animando, a raíz de la guerra, a las energías no renovables.

En los pasillos de Davos sí se habló de las grandes crisis climáticas del planeta y de sus víctimas en África y en América Latina, todo lo cual ha pasado a un segundo plano en reuniones de alto nivel como Davos. También en los pasillos se manifestó el malestar creciente porque estos problemas no parecen figurar hoy en la agenda de las prioridades de los países ricos.

Los entendidos en estos temas aseguran que la urgencia de atender las consecuencias económicas que se manifiestan en el poscovid y los descalabros económicos producidos por la guerra impiden que haya una visión clara de los retos que el mundo debe enfrentar en esta época de desordenada transición climática.

La prensa en las grandes capitales consideró al final que un viento positivo animó las deliberaciones y que el futuro no se presenta en lo económico tan trágico como parecía. Hay que deplorar, sin embargo, que los desequilibrios que se producirán en el proceso de la recuperación de todos los países, lo que ocupará la atención primaria de gobiernos e instituciones, no permitirá que se arme una colaboración internacional eficiente en asuntos no económicos que son inaplazables: la acción coordinada de los Estados en cuanto al cambio climático, la pérdida de la biodiversidad y el calentamiento global.

En síntesis, lo climático no entró, en Davos tampoco, dentro de lo prioritario.


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