Lo que te estoy contando ya me lo contaron a mí y quien me lo contó no hizo sino repetir lo que otros ya le habían contado a él. Y así, si quieres, hasta que los hombres comenzaron a juntarse y contarse entre ellos lo que antes algún desconocido les había dicho, y así hasta quién sabe. O sea que repetirse o mejor dicho lo repetido no es noticia vieja sino nueva porque cada quien cuenta a su manera lo que le dijo otro y lo vive y recrea. La memoria es ingrata y juguetona decía mi abuela, mujer de armas tomar. Allí radica la diferencia entre lo repetido y lo inédito. Intentemos su búsqueda.

Repitamos entonces otra vez la historia de dioses, héroes, familia, amores, amigos, tumbas, políticos, necesidades, gobiernos, frustraciones y logros que nos cuentan. Sobre estos temas se trata de discurrir otra vez para tratar de comprendernos y buscarle salida a la rutina de la ruina en la que nos encontramos.

Conforman en su conjunto estos atributos el almizcle identitario de nuestra personalidad y de nuestro carácter como pueblo y nación que son los que permiten rastrear lo que no queremos ser en esa imagen turbia que se refleja en el espejo cotidiano de nuestros infortunios y padeceres ya quejosos del hoy esclavizante.

Conlleva tan gruesa afirmación la intención de ser útil para rebuscar y tratar de entender lo que hemos sido como individuos y como sociedad, si es que entre ambas instancias existe necesariamente una relación inexorable, que lo dudo. Y aparte no es que su contenido nos marque definitivamente, pero su conocimiento puede descubrirnos en lo que nos amortaja.

He sostenido en estas instancias y repito sin pena, con apetito colegial, que cada sociedad somatiza sus mitos, goces, derrotas, temores y ausencias, y las hace propias y propicias para entender el mundo. Convertimos a nuestros héroes y epopeyas en materia carnal y espíritu impulsivo y los traducimos en comportamientos automáticos pues viven en nuestros tatuajes más profundos. Somos las leyendas que nos nombran y, agrego ahora a manera de adendum, que somos prisioneros y titanes, al mismo tiempo, de entre tanta sombra ingrata.

Cada pueblo tiene y carga con los héroes que se merece, y mire usted que pesan. ¿Es posible que sea al contrario? La idea no es sino el contagio de otra tal vez más triste y perniciosa y traumática para la vida diaria de las naciones y es la que tiene que ver con el o los gobiernos.

Agregaría que la relación entre héroe y gobierno, ahora régimen, no es del todo deleznable como ejercicio o juego más bien, ya que se trata de algo más serio por lo que el juego tiene de vital e indispensable en nuestras vidas como huella para siempre, mientras que, entre tanto, el ejercicio físico o intelectual fluctúa entre el sudor que busca la plenitud de la imagen o de la salud, y la escritura que persigue la explicación o la belleza sucedánea de la gramática que corrige y multiplica en su aderezo a la palabra dicha, escrita y hasta la imaginada.

Los políticos, es el caso, serían expresión necesaria, aunque no es relevante, de este tinglado de causas y consecuencias. Repetidores. Imitadores. Marionetas. Conservadores. Representantes de un expediente rutinario que llamamos historia. Unos más, otros menos.

Habrá que ver si de lo que se trata ahora es de cambiar de apetitos e ingresar al presente por una puerta diferente y torcer el rumbo de este fracaso continuado. El país espera y desespera con esta insistente nostalgia de futuro que nos defina con liderazgos nobles, decididos y hacendosos, que sepan recoger, desde lo más hondo, el reguero inconmensurable de energías dispersas que andan por las calles de nuestras soledades.

Lo inédito no se sabe, se desconoce y se descubre en el asombro. Se presiente, pero no se entiende. No se ha dicho aún, no tiene narrativa ni formula. Se requiere, pero no se lo ve. Frente a la realidad inconclusa, esclavizante, miserable, hay que apurar lo inédito. No hay santo que falte ni rabia convertida en voluntad compartida que sobre.


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