Señoras y señores del sistema educativo:

Sirva el presente comunicado para contribuir a la organización de la enseñanza no convencional en tiempos de cuarentena. Soy representante de dos niñas en edad escolar, y veo con preocupación el nivel de confusión que muestran las instituciones educativas con la implementación temporal de un sistema educativo a distancia, en vista de las circunstancias que enfrenta la humanidad (no ustedes, no un grupo, no un solo país) en tiempos de pandemia.

Lo primero que debemos entender es que no estamos acostumbrados, ni conocemos, lo que significa educar a distancia. Así que no se angustien, es normal la confusión. Nuestra costumbre ha sido por muchos años la implementación de un sistema educativo tradicional, basado en alguien que impone un temario (el órgano rector y docentes), las personas que reciben pasivamente ese temario (los estudiantes), y un lugar físico donde se produce la enseñanza (el aula).

Olvídense de esto, extraigan ese chip de sus cabezas, y abran el pensamiento hacia otro tipo de esquemas. Es decir: la educación a distancia es otra cosa.

El desconocimiento conduce al intento, incluso radical, de adaptar el sistema tradicional a otro que es completamente distinto. Veo con asombro que las autoridades educativas quieren forzar el acoplamiento de dos métodos que son antagónicos. Es como si viéramos a un niño luchando por introducir un cubo de madera en un agujero circular. El cubo es el sistema educativo tradicional, el costumbrismo educativo, y el agujero el sistema educativo a distancia, que requiere de innovación.

Este empeño por acoplar la tradición con lo disruptivo se manifiesta en lo siguiente: están tratando de sustituir un docente por un televisor o por una emisora de radio. Es decir: veo que hacen lo imposible por tratar de mantener un emisor de mensajes y contenidos (el docente en un televisor), y de imponer un programa curricular como si estuvieran en un aula convencional. Les recuerdo que tanto la televisión como la radio son medios de comunicación unidireccionales, donde el medio emite un mensaje y el receptor (los televidentes y radioescuchas), reciben pasivamente ese mensaje.

Creo que ustedes lo saben bien: la televisión estandariza los mensajes y toma al televidente como una masa anónima de personas. Una masa que no piensa. En otras palabras: estandariza también al individuo y no toma en cuenta sus particularidades, sus diferencias, sus necesidades. El televidente no tiene la oportunidad de participar en la elaboración de esos mensajes, no interactúa. Solo es receptor.

¿Acaso no ocurre lo mismo en un aula de clases? Allí los estudiantes son como televidentes y radioescuchas: reciben sumisa y pasivamente el temario que otros imponen en el aula. Pues bien, repito: la educación a distancia es otra cosa. Y la estrategia, en tiempos de cuarentena, si no se comprende a cabalidad lo que significa enseñar a distancia, jamás será efectiva. Veamos.

Observo mucho estrés entre docentes por Whatsapp. Las orientaciones vienen de distintas fuentes y los docentes, acostumbrados a recibir órdenes como si fueran soldados, al no saber qué orientación es la verdadera, se confunden y confunden a niños y familiares. Además pierden completamente la autonomía para tomar sus propias decisiones y resolver conflictos según cada necesidad o limitación educativa.

En la educación a distancia el docente es un mediador, un orientador, un acompañante. No un general de infantería. Tampoco las familias y los estudiantes son soldados. No se trata de emitir una orden y acatarla. Se trata de darles participación y autonomía a esos estudiantes y también a sus familias y docentes. Estudiar a distancia implica un alto nivel de personalización de la enseñanza. Es decir: aprendo lo que necesito aprender, a mi ritmo, según mi tiempo, y de acuerdo a mis propias etapas de desarrollo.

¿Toman en cuenta las autoridades educativas las necesidades de aprendizaje individuales de los estudiantes en estas circunstancias? ¿Toman en cuenta sus limitaciones tecnológicas y también las limitaciones de los docentes? ¿Qué propósito tiene insistir en imponer, imponer e imponer un temario cuando el mundo atraviesa por una crisis que genera también sus propios aprendizajes? ¿En realidad importa una efeméride en plena pandemia? ¿Qué está ocurriendo en el mundo? ¿Qué nos enseña? ¿Qué errores hemos cometido y cómo podemos mejorarlos? ¿Nuestros hijos cometerán esos mismos errores en el futuro?

El poderoso sentido común nos puede facilitar las cosas. He aquí una sugerencia: si tu hijo o hija tiene debilidades en el área de matemáticas, ¿por qué no concentrarse solo en eso? ¿Por qué no aprovechar este tiempo de cuarentena para reforzar las áreas en las que presentan dificultades? Les cuesta redactar, les cuesta leer, les cuesta comprender el idioma que hablan, ¿por qué no concentrarse en ello?

Y lo que sería mucho mejor: ¿por qué no preguntarles a nuestros hijos, en una amigable y respetuosa conversación, qué necesitan o quieren aprender? Es que estamos acostumbrados a no tomarlos en cuenta. Nunca le damos una participación más activa, con decisiones propias, en la educación que reciben. Pareciera como si nosotros, los adultos, los que creemos que tenemos a Dios agarrado por las barbas, consideráramos que nuestros hijos son idiotas y que por ser niños, no piensan, no deciden, no tienen una vida mental propia, ni una postura ante los fenómenos que los rodean.

¿Qué podrían hacer los docentes? Insisto: orientar, mediar, acompañar. No imponer. Pregunten a los representantes: ¿qué necesitan aprender tus hijos? El docente podrá decir, si realmente conoce a sus alumnos: «Yo creo que podrías trabajar en esta área. ¿Puedes ayudarlo?» Entonces el representante dirá: «No sé resolver ecuaciones, no sé de esto o aquello» Pues bien: lleguen a consensos. Tomen en cuenta también las limitaciones de padres y madres, establezcan acuerdos, y ubiquen el foco.

Las artes, los libros, las habilidades y preferencias particulares de cada niño también cuentan. Pero tampoco se las impongan: sería como hacer un dibujo, escribir un poema, o bailar por obligación. Allí no hay placer sino militarismo en la enseñanza. Y ya sabemos lo que esto produce: el desmantelamiento, la castración y la destrucción de las capacidades de aprendizaje.

Mucha información circula en internet con la pandemia. Hay de hecho, según la Organización Mundial de la Salud: una infodemia. ¿Por qué no tomar la buena información y leerla en familia? ¿Qué dirían nuestros hijos si se enteran que un patógeno como el Covid-19, ha limpiado el aire de los países más contaminantes? ¿Por qué no hacer un cineforo en familia? ¿Por qué no hacer sencillamente el tipo de cosas que no estamos acostumbrados a hacer?

¿Por qué imponer a un niño algo que ni siquiera nosotros sabemos hacer?

La educación a distancia es personalización. Las tecnologías no son el fin sino los medios. No puedes pretender que el uso de la tecnología sea el adecuado para todos. Muchos ni siquiera saben usarlas, ni conocen los recursos que ofrecen, y en esto nos incluimos sobre todo los adultos: docentes, madres, padres, autoridades educativas, etc.

Mi llamado es a la sensatez y el sentido común. Hay que ahorrarles sufrimiento a nuestros hijos. El tareísmo excesivo, el tenerlos con un lápiz rayando y rayando algo que no son ellos, durante todo el día, ya es de por sí una especie de sadismo. Ya tienen suficiente con no poder salir, con no abrazar ni besar, con los rumores, la preocupación de padres y madres vulnerables. Es decir: ya nuestros niños tienen bastante con el mundo que les hemos heredado.


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