Recientemente estuvo de cumpleaños don Rómulo Betancourt, quien gracias a su trayectoria fue bien recordado en distintos ámbitos. Este personaje histórico del siglo pasado gobernó este país con un testimonio de coraje ejemplar e irrefutable y con honestidad y coherencia, pues fue un visionario que, sin lugar a dudas, contrasta con los gobernantes del presente siglo.

Las nuevas generaciones conocen muy poco sobre él porque la propaganda ventajista del oficialismo lo ha satanizado. Sin embargo, ya ni tratan sus enemigos de mal recordarlo: sencillamente, él da noticias de que alguna vez ejerció el poder en Venezuela, y al apenas indagar en su biografía, se hace demasiado evidente el contraste con los que lo han ocupado, el cual le favorece, incluso, en toda nuestra vida republicana. Pero –fíjense– el guatireño sigue siendo noticia hoy, en el 166° aniversario de su nacimiento.

Fue un hombre de mucha valentía que no se acomplejó frente a sus adversarios y acérrimos enemigos. Muchos, incluso, trataron de que no fuese candidato presidencial en 1958; sin embargo, en lugar de amedrentarse, recorrió palmo a palmo el país sin queja alguna, ganando las elecciones. Fue valiente hasta el final; no echó tierrita para largarse del país y no jugar más, sino que culminó su período constitucional y entregó el poder a otro gran venezolano electo libremente, como lo fue Raúl Leoni. De una extraordinaria honradez, Betancourt declaró puntual y públicamente sus bienes y, al morir, dejó una casa que fue sufragada por sus amigos más cercanos; se caracterizó por una austeridad legendaria, y su hija todavía vive en Venezuela y no en ninguna capital lujosa del mundo.

Congruente, como se espera de todo líder político serio, actuaba como pensaba y pensaba como actuaba. Era un hombre que ejemplificaba con su diario accionar y con su pensamiento. No balbuceaba frases preelaboradas, repitiendo como un loro consignas. Gran estadista de quien heredamos un país de inmensas posibilidades, porque él concibió la OPEP, clave de nuestra muy responsable política petrolera, mientras otros nos ofrecen hoy una industria quebrada como Pdvsa, en un país que padece una crisis humanitaria compleja.

Ante estas realidades de actuación política y venezolana de altura, no me vengan con una queja permanente, llorona y necia de que ahora hay líderes a los que no les permiten ejercer su liderazgo. La política es un reto permanente de circunstancias novedosas, y el líder que no las enfrenta y no sabe responder a ellas, no es líder. Manuel Caballero ha resaltado que Rómulo se enorgullecía de Acción Democrática como su mejor obra. Sonará sectario el asunto y, además, sería una locura aceptar que el partido judicializado por los socialistas del siglo XXI es el mismo de Betancourt.

Habría que estar loco para aceptar semejante despropósito. No obstante, hay una doble lección de hacer caso a la afirmación de Caballero. Por una parte, Betancourt no tomaba decisiones arbitrarias, solitarias, inconsultas, caprichosas, ni en su mismo partido; sus decisiones siempre estuvieron en sintonía con una dirección colegiada. Esto es un fenómeno ausente en el ahora, pues hay partidos donde el jefe toma todas las decisiones y finge tener una dirección colegiada. Por otra parte, el guatireño sabía de la muy necesaria unidad de todas las fuerzas democráticas para mantener a flote y realizar el proyecto democrático y, por muchísimas diferencias que tuviera con Rafael Caldera y Copei, como ocurrió con el llamado trienio adeco, después se puso de acuerdo con el Pacto de Puntofijo. Los rencores del presente niegan esa manera de hacer política de Betancourt y del puntofijismo que, además de salir vencedor frente a las guerrillas, pacificó al país y le dio oportunidad a los comunistas y miristas de volver al cauce democrático y a sus instituciones parlamentarias y edilicias.

En la Venezuela de 2024 no se pueden hacer las cosas desde las posturas solitarias, autosuficientes y arrogantes; no se puede pasar factura permanentemente por hechos reales o imaginarios. Así de simple. La historia nos indica la necesidad de mirar atrás; las cosas buenas que nos ofrece la historia deben incluirse en el presente para mejorarlas. Nuestra posición de insistir, resistir y persistir es un ejemplo de esta visión unitaria, pulida y mejorada. La soberbia y la autosuficiencia nos ha dado kilómetros de tela que cortar, nos ha enseñado cuál es el camino. En estos 25 años de desaciertos más que de aciertos, incluir la historia nos dará conocimiento para avanzar y construir un camino democrático unitario (de verdad y no de nombre), donde cada uno de nosotros sea parte de esa reconstrucción.

IG, X: @freddyamarcano


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