La democracia es producto de la libertad; si se prefiere, es hija de ella. Como muy bien apuntó John Emerich Edward Dalberg-Anton, mejor conocido como Lord Anton (1834-1902), en uno de sus ensayos (“La historia de la libertad en la antigüedad”), la libertad, como la religión, ha sido motivo de buenas acciones y pretexto habitual para el crimen desde que su simiente fue sembrada en Atenas. Ello explica los múltiples obstáculos que le han puesto sus enemigos naturales: la ignorancia, el deseo de conquista, el afán de poder y hasta las exasperantes necesidades de la gente pobre. Es por eso que este gran escritor inglés fue tajante al reconocer que en todos los tiempos, los amigos sinceros de la libertad han sido escasos.

Hoy Venezuela es claro ejemplo de la forma artera como un gobierno írrito se arroga competencias que no le corresponden, entrometiéndose en el campo de las libertades personales. El mejor criterio para determinar si un país es libre o no es el nivel de libertades que tienen sus ciudadanos y la independencia que tiene su poder judicial. En nuestra patria no es posible ocultar que las libertades de los ciudadanos, especialmente de los opositores al gobierno, son conculcadas de forma permanente por el Estado y el poder judicial está sometido a los designios del actual mandamás y su plana mayor.

Frente a tal estado de cosas el ensayista inglés fue concluyente al resaltar que al Cristo decir “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, se le otorgó al poder civil una sacralidad y unos límites que jamás había tenido. En pocas palabras, toda autoridad política tiene que actuar dentro de contornos bien definidos. Conforme a lo anterior, todos los ciudadanos deben estar amparados por el Estado para hacer lo que fuere necesario ante la opresión de la autoridad o la mayoría.

Pero más allá del deber ser, lo cierto es que el mundo de hoy experimenta una tensa lucha entre sus polos políticos: democracia y dictadura. El caso venezolano es una prueba de ello. Después de vivir, con sus altos y bajos, 41 años de democracia continua (desde enero de 1958 hasta el 1 de febrero de 1999), nuestro país ha sufrido en los últimos 22 años la opresión de la bota militar. Pero si a las cifras anteriores le incorporamos las correspondientes a la gestión democrática que se inició con los gobiernos de Rómulo Betancourt y Rómulo Gallegos (1945-1948), así como la dirección militarista de los gobiernos de Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita y Marcos Pérez Giménez, tendríamos que en el período comprendido entre los años 1900 y 2021 sólo hemos tenido 43 años de libertades democráticas y 121 años de gobiernos de fuerza. La dictadura va así “in crescendo” con ventaja a favor.

Aún con tal desventaja la mayoría venezolana no puede amilanarse ni darse por vencida. Más temprano que tarde la tortilla se volteará.

@EddyReyesT

 

 


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