Foto Alfredo Cedeño

Nadie puede decir con precisión cuando se cometió el primer delito en la humanidad. Con seguridad que no faltará algún veterotestamentario que denuncie mi herejía apostasía y pregone como en el libro del Génesis quedó asentado, de manera clara y fidedigna, que Caín fue el primero en comenzar la matachina del prójimo, al hacer pasto de los gusanos a su hermano Abel. Vale la pena recordarles a dichos eruditos que se ha establecido que los textos recopilados en la Biblia fueron escritos, aproximadamente, entre el año 900 a. C y el 100 de nuestra era. Hago esa puntualización porque alrededor del año 2380 a. C. existió el código de Urukgina, que regía Uruk, ciudad sumeria; también se sabe del código de Ur-Nammu del año 2050 a. C., y que fue decretado por el rey de la ciudad-estado de Ur; y no puedo dejar de mencionar el muy célebre código de Hammurabi, el más joven de ese lote, el cual se calcula fue decretado cerca del año 1790 a. C., cuando el rey de Babilonia estableció los castigos a violaciones, muertes o actitudes desleales. Así que si de añejamiento hablamos…

Hecha esta aclaratoria, que me pareció conveniente, sigo con nuestro primer hampón, ya que a partir de allí comenzaron a surgir las normas, las leyes, las reglas para no estar matándonos unos a otros a cada momento. A lo mejor fue un vecino ofendido con el de la cueva de al lado que, en aquellos tiempos de cavernas y macanas, se fue atrás de su mujer cuando ella iba al río a lavarle el pellejo de mamut que usaba de camisa y que ya apestaba, o tal vez a lavar unas bellotas para prepararlas a la hora de la comida, quien sabe si había ido a recoger una latica de agua para lavarle la cara al mocoso menor, y el ya mentado vecino, alebrestado por sus ancas generosas, se le fue atrás y le agarró una nalga, despertando la ira del macho cavernario que siempre hemos sido, y con un macanazo en pleno cogote se lavó la afrenta.

Los investigadores del mundo legal afirman que el derecho nació del intento para conducir a las primitivas sociedades agrícolas para, así, establecer una cierta paz social y cierto orden productivo. Ello también fue aplicado para lo que representaban las autoridades locales. ¿Cómo iban a hacer cuando el brujo Palo Poderoso muriera? ¿Y cuando le tocara al gran jefe Mamut Agachado? Y así se establecieron las reglas de sucesión, y así se fueron refinando los mecanismos hasta que nacieron los papas y los reyes…

En el ínterin de todo esto debo aclarar que el emperador Justiniano en el siglo VI de nuestra era nombró a diez juristas para redactar el que fuera bautizado como Corpus Iuris Civilis, también llamado Código de Justiniano. Más adelante fue Carlomagno quien introdujo una serie de medidas legales entre la cuales destacó el capitulare de villis, escrito que establece una serie de normas por las que debían ser registrados todos los ingresos y gastos públicos. A mediados del siglo XII en Inglaterra fue Enrique II quien introdujo en su país una serie de cambios para ordenar el desbarajuste que tenían tribunales eclesiásticos y civiles; y ya casi al final de su reinado se conoció el tractatus de Glanvill, el primer tratado sobre derecho inglés; escrito por Ranulf de Glanvill para el rey, en el que se definió el proceso legal e introdujo los autos, lo cual ha sobrevivido hasta nuestros días.

Hago este vuelo, a ritmo velocísimo, de lo que ha venido ocurriendo desde que aquel troglodita desnucó a aquel que le agarró la nalgamenta a su mujer, hasta hoy en día. Ha sido una larga, larguísima, sucesión de hechos, intentos, estudios, tratados, para establecer eso que llaman marco jurídico que impide que nos matemos unos a otros. Ha habido una pléyade de pensadores que han hecho aportes de todo orden para que tengamos el conjunto de normas que nos permiten convivir.

Más de uno se debe estar preguntando a qué viene esta divagación; ella nace de una noticia recientemente divulgada por la muy rancia y venerable cadena británica BBC, en la que reseña la participación del juez magistrado estadounidense Samuel Alito, quien es integrante de la Corte Suprema de su país, en la Conferencia de Libertad Religiosa que se celebró en la capital italiana en julio.

Esa nota la tuve que leer una y otra vez, y chequear su procedencia otras tantas, porque el colofón de la misma me dejó atónito, por decir lo menos. Les transcribo: “Las encuestas de opinión sugieren que la confianza en el tribunal está en su punto más bajo tras varias decisiones controvertidas. Solo 25% de los encuestados dijo tener confianza en el organismo”. Es decir: ¿ahora las decisiones judiciales deben estar sometidas a la aprobación demoscópica? Los jueces por lo visto tienen que ocuparse no de interpretar y hacer cumplir las leyes, sino de hacer lo que las encuestas dicen que la gente quiere. ¿Se imagina usted cómo serían las medidas de un enjundioso magistrado como Maikel Moreno? ¿Será por eso sus lazos con Osmel Sousa?  A este paso pronto veremos en Telesur, o alguno de los tantos pasquines y chiringuitos comunicacionales rojos rojitos, los magistrados, engalanados con marabú, lentejuelas y su respectiva banda identificatoria, anunciando sentencias al compás de: «En una noche tan linda como esta cualquiera de nosotras…»

© Alfredo Cedeño

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