Lester Toledo con el presidente de El Salvador, Nayib Bukele

Cuando estudiaba en México los venezolanos que habían pasado por la institución se habían hecho acreedores del mote de “argentinos del norte”. Cuando la generación que llegó en 1978 preguntamos a qué se debía semejante apodo nos dijeron que los que habían pasado por esas aulas se caracterizaban por ser petulantes, arrogantes, engreídos, soberbios, altivos y un largo etc. En resumen, parecían más de Buenos Aires que de Caracas o de Maracaibo.

Aquellos años eran los de la gran Venezuela en la que todos pensábamos que ascenderíamos al primer mundo, pero todo fue una ilusión, muy pasajera.

Esto viene a colación porque pensé que, después de haber sufrido veinte años de revolución chavista y de habernos percatados de que éramos como cualquier país del tercer mundo, habíamos asumido una conducta más acorde con lo que entonces somos: un país de gente pobre, de condiciones muy precarias de vida, cuyos sueldos alcanzan apenas para comer, con una crisis humanitarias solo comparable con las que viven los países más pobres del mundo, y podemos hacer una lista interminable de cosas que nos sitúan en la más baja escala de desarrollo humano y todo eso aderezado con una crisis política que parece no tener solución, por ahora.

Pero no, no nos hemos hecho más humildes. Me bastó leer la nota de Lester Toledo sobre el triunfo de Nayib Bukele en El Salvador, donde Toledo da cuenta de su contribución fundamental (no faltaba más) en dicha elección para darnos cuenta de que somos los mismos echones que ahora andamos por el mundo bastante necesitados de casi todo de verdad y otros haciendo de consultores electorales.

No faltaron los halagos de sus allegados que apuntalaban la contribución fundamental de Toledo en dicha elección (Qué sería de Bukele de no contar con Lester, casi faltó por decir en los mensajes que le llegaban a Toledo que retroalimentaban la autobomba del propio Toledo).

Toledo subraya su presencia por encima de  la crisis de los partidos tradicionales Arena y el FMLN, cuyos gobiernos se caracterizaron por su bajo rendimiento y por dar la espalda a la gente, alimentar la corrupción y la inseguridad que se sembró en el país.

Igualmente, la calidad de su asesoría y sus consejos que determinaron fundamentalmente la victoria arrolladora de Nuevas Ideas (el partido del presidente salvadoreño) los coloca por encima de la naturaleza carismática y populista del liderazgo de Bukele, que captó el sentido y los sentimientos de los salvadoreños, proceso en el que el presidente leyó adecuadamente las transformaciones político-culturales de El Salvador producidas por la guerra y los reacomodos que han resultado durante la posguerra; además, esto hay que mencionarlo y de hecho lo mencionan analistas independientes salvadoreños:  “…. (el manejo de) la pandemia, que ha modificado las relaciones personales y políticas y ha permitido al gobierno mantener una política de temor entre la población y de odio a la oposición. Otro factor importante fue el dinero y la desproporcionalidad entre los partidos. Mientras que Nuevas Ideas gastó 6,5 millones de dólares (5,4 millones de euros) en campañas publicitarias, Arena, el otro partido que más gastó, no llegó a 1 millón”.

“Y el tercer factor ha sido entender el papel del Estado al servicio del partido oficial”. Al igual que en la Venezuela de Chávez y Maduro, las cajas de comidas se convirtieron en la base de una lealtad por la dádiva. Ese papel del Estado fue crucial en el financiamiento de la campaña de Bukele que costó cerca de 15 millones de dólares.

De verdad no sabemos qué consejos le dará Toledo a Bukele sobre la “acumulación de varias acusaciones de corrupción, de nepotismo, oscurantismo en las cuentas públicas y de abusos a los derechos humanos que en solo dos años de gobierno pesan sobre sus hombros”. Asi lo señalan analistas salvadoreños.

Son estos los mismos elementos que Toledo denuncia como los factores que lo hicieron salir del país.

Más que los consejos de Toledo, creo que a Bukele, igual que alguna vez hizo Chávez en Venezuela, Lula en Brasil y casi todo gobernante autoritario y aun los líderes democráticos, hay que reconocerle la capacidad para captar el timing apropiado para vincularse con la sociedad salvadoreña. Cosa que no lo hace más extraordinario, pues es casi una regularidad social que eso ocurra con los líderes de naturaleza populista y despótica. Los venezolanos deberíamos saber mucho de eso.


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