La modernidad y renovación que se constata en los valores y principios éticos, así como en la institucionalidad de la mayoría de los países integrantes del mundo contemporáneo, ha venido aparejada de muchos cambios, no solo por el uso creciente de los nuevos instrumentos y procedimientos productivos que nos proporciona la aceleración y progreso de la moderna tecnología, sino también en los paradigmas y nuevas formas de organización para relacionarse, entre sí, que vienen estableciendo los países del mundo y las instituciones internacionales en todas las áreas, especialmente, en la política; la vigencia de más y mejor  democracia, la independencia de los poderes públicos, la justicia, el respeto a los derechos humanos, el énfasis en la educación, la vigencia de la libertad de prensa y de pensamiento, la atención a la salud, la preservación del medio ambiente y la ecología, los problemas de la demografía, el intento de corregir las brechas socioeconómicas, las relaciones económicas, financieras, comunicacionales y comerciales. Asimismo, toma gran fuerza la noción de supranacionalidad que paulatinamente se impone sobre la hegemonía del Estado nacional; es el establecimiento de un conjunto de principios y regulaciones para definir las reglas de comportamiento que las sociedades deben observar, cumplir y hacer cumplir; igualmente, se establece la capacidad condenatoria y disuasiva de los Estados frente a las conductas irregulares de otros Estados. Todo lo que habíamos conocido hasta ahora ha venido cambiando vertiginosamente y exige, a las distintas sociedades que cohabitan el planeta, una importante capacidad de adaptación a las nuevas realidades que emergen con velocidad inusitada.

Manejar adecuadamente la inserción de los Estados nacionales en el nuevo todo que se ha venido creando, demanda de estos la elaboración y formulación de visiones estratégicas dinámicas y cónsonas con las nuevas necesidades de sobrevivencia, desarrollo, prosperidad, todo ello fundamentado en la participación y cabal comprensión de sus ciudadanos. En otras palabras, es menester organizar, coordinar y canalizar el uso de los recursos disponibles, evaluar las capacidades y viabilidades propias de cada realidad y mantener y adoptar una actitud abierta para identificar, con anticipación, los cambios en el entorno en el que se desenvuelven esas sociedades y prepararse para asimilarlos proactivamente. En tal sentido, el análisis de tendencias y escenarios posibles situacionales y de mediano y largo plazo que alertarán a los países y propenderán a reducir la incertidumbre y facilitar una mejor identificación de oportunidades, amenazas, fortalezas y debilidades, en las acciones que se realicen y obtener, de una manera más certera, un comportamiento deseable y necesario. Los países que cumplan positivamente con las nuevas exigencias de la visión moderna del desenvolvimiento de las sociedades, serán los más exitosos y con capacidad de influencia en el devenir de la humanidad; por el contrario, los que no lo hagan quedarán pasivamente estancados en la pobreza y marginados de las grandes decisiones de la comunidad internacional.

Ante esa abrumadora realidad, la acertada inserción venezolana en el tren del progreso mundial se ve muy comprometida y presenta muchas interrogantes; el régimen que nos desgobierna tiene, por una parte, un evidente rezago en la habilitación de las medidas que debe adoptar para estar a la altura de los nuevos tiempos y, por la otra, no tiene la capacidad ni la voluntad política para dar los pasos necesarios para tales fines; el régimen pareciera no percatarse de lo que ocurre en su entorno, no ha entendido lo que está sucediendo o simplemente se trata de una perversa actitud para dejar al país al margen del progreso y la modernidad para hacer de sus ciudadanos vasallos acríticos y absolutamente  dependientes de las canonjías que discriminadamente dispensa el gobierno a los que le ofrecen total obediencia y lealtad.

Además de lo expresado en párrafos anteriores que señalan las incongruencias de la forma de gobernar del régimen con los paradigmas modernos de lo que constituye un buen gobierno, conviene destacar, por último, que han emergido nuevas situaciones en nuestro país con un maloliente tufo a improvisación, desorganización y corrupción que inciden negativamente en nuestro relacionamiento con la comunidad internacional y que se expresa en una creciente falta de interés y solidaridad de esta con la suerte de Venezuela y ello, obviamente, se traduce en una paulatina pérdida del apoyo que hasta ahora venía otorgándole a la lucha de la oposición.

Más allá que las expectativas de nuestros aliados por la salida del régimen de Maduro no se han cumplido y su preocupación por los escasos resultados obtenidos desde que Juan Guaidó asumiera interinamente la primera magistratura de la nación, ocurre ahora, que los escándalos recientes en los que se ha visto envuelta parte de la oposición (las denuncias de Calderón Berti), así como las presentadas por el periódico español ABC; las de los portales  Panampost y Armando.info que involucran a varios parlamentarios de la Asamblea Nacional y que han impregnado de descrédito a la disidencia y a sus dirigentes; si a ello le sumamos la creciente fragmentación y falta de articulación en la unidad opositora y en la efectividad de sus acciones, encontramos entonces las principales causas y motivos que  han contribuido a crear desesperanza y una negativa corriente de opinión sobre la oposición de nuestro país en el concierto internacional.


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