El título de este artículo es el título del ensayo que presenté en el XVI Concurso de Caminos de la Libertad del Grupo Salinas de México y que recibió mención honorífica.

Luego de darse a conocer el veredicto el 12 de octubre, me permito agradecerle este reconocimiento a la fundación mexicana Caminos de la Libertad; el estar entre el grupo de finalistas y sus valiosos ensayos; al jurado integrado por Bertha Pantoja, Arturo Damm, Silvia Mercado y Dora de Ampuero, cuyo trabajo admiro y sigo desde hace años.

El ensayo inicia con esta cita de Jorge Luis Borges: «Si me pidieran que nombrara el evento principal en mi vida, debería decir la biblioteca de mi padre». En mi caso no puede ser más cierta.

Es un ensayo personal. Lo escribí como una suerte de conversación imaginaria con mi papá en la que doy cuenta de mi experiencia como estudiante de Derecho y mis 19 años de ejercicio profesional durante el régimen de Hugo Chávez y posteriormente de Nicolás Maduro; lo pongo al día con mis lecturas literarias y liberales y, sobre todo; le agradezco por cultivar en mí el amor por los libros, la lectura y el Derecho, porque es precisamente lo que me ha sostenido en pie los últimos años.

Más allá de lo anecdótico quise rescatar varias ideas que vengo trabajando desde hace algunos años. Por ejemplo, tratar de ser algo más que una historiadora de la decadencia para tratar de crear, aun en este contexto.

En los últimos años me he dedicado a dar clases de Teoría General del Derecho, materia que me haría más fácil trabajar conceptos fundamentales como Derecho, Justicia, Ley a partir de una visión liberal. De hecho, al reorganizar el programa de estudios tenía en mente estas reflexiones de Murray Rothbard: «…si bien cada disciplina posee su propia autonomía e integridad, en el análisis final de todas las ciencias y enseñanzas de la actividad humana están interrelacionadas y pueden integrarse en una ciencia o disciplina de la libertad individual» (ROTHBARD, Murray, La ética de la libertad, 2da edición, Unión Editorial, Madrid, 2009, p. 21).

No faltó quien me dijera: «profesora, me está quitando el piso». Comprensible hasta cierto punto, porque ese piso era ese conjunto de creencias con el que nos forman a los abogados. Creencia en la ley; creencia en el legislador; creencia en el Estado; y un largo etc. Me tocó decirles que nos les estaba quitando el piso, sino que se los estaba cambiando por uno que estaba formado por el individuo; las decisiones individuales; la acción humana; la evolución de las instituciones.

Vi asombro cuando mostraba otra cara de la Revolución francesa que proclamaba «Libertad, igualdad y fraternidad». Les decía que Historia de dos ciudades de Dickens es una obra de la literatura universal pero no es puramente ficción. Les estaba invitando a reflexionar que la búsqueda de la igualdad material es una forma de pervertir la ley.

Hoy en día incluso afirmo en clase que la filosofía liberal nos encaminaría hacia una nueva teoría del Derecho, una que parte de los filósofos morales escoceses, específicamente con Adam Smith, que con su mano invisible, nos estaría advirtiendo del rol del legislador: «El hombre doctrinario (…) se imagina que puede organizar a los diferentes miembros de una gran sociedad con la misma desenvoltura con que dispone las piezas en un tablero de ajedrez. No percibe que las piezas del ajedrez carecen de ningún otro principio motriz salvo el que les imprime la mano, y que en el vasto tablero de la sociedad humana cada pieza posee un principio motriz propio, totalmente independiente del que la legislación arbitrariamente elija imponerle» (SMITH, Adam, La teoría de los sentimientos morales, Alianza Editorial, Madrid, 2011, p. 407).

Confieso que no ha sido una tarea sencilla. Repasando mis clases de los últimos 8 años me doy cuenta de todas las creencias que el liberalismo pone en jaque: el Derecho como herramienta de control social; la supremacía del legislador; los aportes de la revolución francesa; la justicia y la igualdad como fines del Derecho.

Pero que sea difícil no la hace imposible; que sea difícil no hace que escoja otro proyecto de vida; que sea difícil no hace que me conforme. Tengo la convicción que leer y escribir salvan y esto lo digo para mis estudiantes y lo digo para mí.

No tuve consciencia de esto sino hasta verme en un país que reconozco cada vez menos. Tal vez tomamos consciencia sólo en situaciones de crisis. Quisiera que fuera distinto y creo que el proyecto de vida que escogí ayudaría a otros para tomar consciencia mucho antes de que llegue la crisis.

Mi ensayo cierra terminando esa conversación imaginaria con mi papá, pero él me dice que no acaba, porque continúa todos y cada uno de los días en que decido no abandonar mi proyecto de vida.

Mi ensayo es en suma un agradecimiento a mi papá por enseñarme el valor de leer, de escribir, de los libros y del Derecho.


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