Foto: EFE/ Miguel Gutiérrez

Entrando de lleno al aspecto ideológico del conflicto político y militar que se ha generado entre la Federación Rusa y Ucrania en los últimos meses, convertido en un conflicto global, entre la OTAN y sus aliados regionales, contra una coalición de países que apoyan a Rusia y que tienen comunes denominadores políticos entre ellos, desde el punto de vista ideológico.

No es casualidad que Estados con gobiernos surgidos con sistemas de partidos únicos como China, Cuba, Vietnam, RPD Corea, formen alianzas políticas con gobiernos cuya cultura política, se sustenta en un conflicto permanente con la cultura política occidental y un permanente traspaso de responsabilidad histórica de sus problemas institucionales,  económicos y sociales hacia potencias imperialistas, que según ellos, impiden e impedirán por siempre el desarrollo nacional de sus naciones.

Prácticamente, la totalidad de las clases políticas gobernante de los 120 países, que forman el grupo de los No Alineados, ejercen este discurso político, aunque muchos, tengan propiedades inmobiliarias, cuentas bancarias y hasta envían a sus hijos a estudiar en las universidades de estos países “imperiales”.

Por tales razones, a pesar de las presiones políticas y económicas, además de los intereses comerciales y financieros, que puedan tener los países de la OTAN, existe un grupo de gobiernos que no conciben apoyar públicamente a países que son «demoníacos», en su discurso cotidiano.

Si revisamos los  países que votaron a favor de Rusia en la ONU, observamos que son aliados políticos y militares, obligados a apoyar cualquier iniciativa del gobierno de Vladimir Putin, debido a su extrema dependencia del mismo, gobiernos de países como Cuba, Siria y Bielorrusia, entrarían en pánico político y crisis de seguridad nacional, sin el apoyo de la Federación Rusa.

Aquellos gobiernos que se declaran neutrales en este conflicto (unos 35-40) pero que tienen un expediente de “victimización” histórica, sumados a rivalidades comerciales y diferencias de percepción políticas con los gobiernos occidentales, hace que países como China, Pakistán, la India, Indonesia, Suráfrica, entre otras potencias mundiales y regionales, tomen distancia de los países que han tomado abiertamente posiciones de apoyo a Ucrania y confrontación frente a Rusia.

En el caso de Venezuela, que tiene suspendido su derecho a voto en la ONU, junto a otros países, por razones propias de cada caso, es muy bien conocida su posición de apoyo total hacia Vladimir Putin.

Ciertamente, hay muchos parecidos entre los gobiernos de ambos países, pues si Putin garantizó su permanencia política hasta el año 2036 en la última reforma política, el sistema presidencialista en Venezuela, es muy parecido, donde el Ejecutivo Nacional subordina a los otros 4 poderes en forma muy visible.

En el imaginario o ideario de ambos gobiernos, sea el socialismo del siglo XXI o el paneslavismo, existe la idea de la liberación de la influencia occidental “corrupta” que destruye el espíritu “puro” de los pueblos.

Cambiar los símbolos propios de Caracas, ponerle nombres diferentes a lugares con nombres consolidados desde hace décadas o siglos, no es un capricho para molestar, ni para distraer a la opinión pública, sino un esfuerzo deliberado a cambiar la historia, cultura y percepción futura de las realidades económicas y sociales.

El mismo problema que tiene la Federación Rusa para manejar el trauma político de la desaparición de la Unión Soviética, dejando de ser una superpotencia geopolítica e ideológica, habiendo perdido el arma de la propaganda política del marxismo-leninismo, es en mucha menor medida, parecido al trauma que sufre la clase política gobernante en Venezuela,  al bajar el PIB anual de 350-400 millares de dólares estadounidenses de la época de Hugo Chávez a los 60 millardos de hoy en día, con la consecuente incapacidad de asistir financieramente a decenas de países y centenares de movimientos políticos en todo el mundo.

En esos esquemas de desesperación, donde se transmiten a diario mensajes de grandilocuencia y superioridad, destinados a evitar el pánico entre sus seguidores, sembrado confianza y seguridad en un destino final «superior» sin importar lo lejano que este «paraíso terrenal» se encuentre en el futuro.

Los gobernantes de Rusia, conocen muy bien el declive industrial, comercial y de infraestructura que ha sufrido Venezuela desde 2013 y por ello, deben comprender el peligro de “venezolanizar” la economía rusa, a través de las sanciones masivas y contundentes de decenas de países.

La pérdida inevitable de centenares de miles de empleos a corto plazo y millones a mediano plazo,  por el retiro de muchas multinacionales, derivará en el cierre o nacionalización de miles de unidades de producción o distribución, dándole al gobierno una responsabilidad colosal para mantener la estabilidad social.

En momentos en los cuales se están devolviendo empresas expropiados, ejemplificados en el centro comercial Sambil y se está apuntando a la promoción de un enorme movimiento de emprendedores por encima de las empresas de propiedad social o estatales y pocos se acuerdan del “desarrollo endógeno” y las empresas comunales, no es exagerado decir que Venezuela camina por un proceso económico muy diferente al discurso ideológico de los últimos 22 años.

La decisión de Israel de sacar a la República Popular China de los contratos de construcción, quitándoles la licitación del nuevo tren de Tel Aviv, por la presión directa de Estados Unidos, es una demostración directa de la guerra económica e ideológica global que se ha desatado, por lo que el gobierno de Nicolás Maduro, debería entender que no existen concesiones económicas sin concesiones políticas, que sean acordes con los modos políticos y los intereses estratégicos occidentales.

Mantener el discurso ideológico tradicional antiimperialista, antiglobalización y antioccidental, no era importante en un pasado cercano, cuando los inversionistas extranjeros y sus gobiernos ignoraban el mismo y solo se centraban en el beneficio económico, por lo cual se hizo posible el diluvio de recursos financieros que hicieron posible la industrialización de muchos países, de gobiernos no democrático.

Hoy, como plantea Y. Yellen, secretaria del Tesoro estadounidense y expresidente de la Reserva Federal de dicho país (único banco central del mundo, controlado por el sector privado, característica de donde derivan tantas teorías de conspiración sobre un supuesto gobierno mundial) ha señalado claramente que de ahora en adelante, se tomaran muy en cuenta los factores de geoseguridad global, lo que implica que aquellos países que odian a Occidente, deben prepararse para nuevas situaciones de represalias comerciales y financieras si no cambian el formato político e ideológico actual.

 


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