Hace veinticinco años, junto con el primer ministro irlandés Bertie Ahern, el presidente norteamericano Bill Clinton y los líderes de los cuatro principales partidos políticos de Irlanda del Norte, presentamos lo que se dio en llamar el Acuerdo de Viernes Santo (GFA por su sigla en inglés). Ese pacto resolvió un conflicto que había causado miles de muertes y un dolor y una destrucción incalculables durante décadas, y hasta se podría decir siglos.

La paz, al igual que las instituciones políticas a las que el GFA dio lugar, era imperfecta y frágil, y lo sigue siendo. Pero comparemos a la Irlanda del Norte de hoy con lo que era hace un cuarto de siglo. Legítimamente se puede decir que lo que se ha alcanzado es una transformación. La paz se ha perpetuado, la economía ha duplicado su tamaño y Belfast, una ciudad que solía estar cubierta de alambre de púa y atiborrada de patrullas militares, hoy es una ciudad europea próspera con un sector tecnológico floreciente y una vida nocturna animada.

De modo que tenemos motivos para una celebración prudente en este aniversario. Es difícil pensar en otro proceso de paz verdaderamente exitoso en la historia reciente.

Muchas veces me preguntan si hay lecciones que se pueden extraer del GFA para la resolución de conflictos en otras partes del mundo. La realidad es que todos los conflictos son únicos, y los diferencian las causas, la duración, el apoyo externo y muchos otros factores. De todos modos, algunas lecciones son visibles, y vale la pena discernirlas.

Ante todo, la paz no puede arraigarse sin un marco acordado que ambas partes consideren conceptualmente justo. En el caso de Irlanda del Norte, la parte medular del GFA era el llamado principio de consentimiento: quienes quieren una Irlanda unida deben aceptar que el Norte debe seguir formando parte del Reino Unido mientras una mayoría allí así lo desee. Esta fue una gran concesión a los unionistas de Irlanda del Norte.

A cambio, los unionistas aceptaron el principio de trato igualitario y justo para la comunidad nacionalista, predominantemente católica romana, respaldado por instituciones nuevas en áreas como política y justicia, y por el reconocimiento, a través de la cooperación con la República de Irlanda, de la aspiración nacionalista de una Irlanda unida.

Pero el proceso de paz moribundo entre israelíes y palestinos, basado en la llamada solución de dos estados, demuestra que un marco por sí solo es insuficiente. En consecuencia, un proceso de paz, en segundo lugar, necesita de la atención constante de aquellos involucrados. Un marco acordado es solo el comienzo. Es la hoja de ruta, no el destino.

Para lograr la paz hace falta tiempo, paciencia, creatividad y una determinación tenaz e incansable. Los procesos de paz son exactamente eso: un proceso, no un acontecimiento. Así dedicamos largos años -nueve en total- a la implementación, con muchas crisis, contratiempos y obstáculos en el camino. Cualquiera de ellos podría haber acabado con el proceso si no hubiéramos sido perseverantes.

En tercer lugar, los negociadores no deben tener miedo de buscar ayuda externa. “Nadie realmente entiende nuestra disputa como nosotros”, dicen. Es correcto, pero a veces no entender la disputa como lo hacen ellos es la clave para resolverla. Las intervenciones de Clinton y del senador norteamericano George Mitchell, y la subsiguiente visita a Irlanda del Norte y el apoyo al proceso por parte del presidente George W. Bush, tuvieron lugar en momentos que fueron instrumentales para garantizar estructuras de respaldo financiero y político. La Unión Europea también buscaba maneras de ayudar, y la flexibilidad de la UE frente a la reciente agitación relacionada con el Brexit en Irlanda del Norte es otro ejemplo clásico de asistencia externa que sirve para superar la tensión interna. Así que no les tengan miedo a los de afuera; úsenlos.

Eso, por supuesto, exige un cuarto componente: liderazgo ejemplar. La paz en Irlanda del Norte nunca habría sucedido sin un liderazgo ejemplar. Los líderes tenían que estar preparados para decirles a sus seguidores verdades incómodas, para aceptar críticas y para soportar los gritos de traición. En muchas ocasiones durante el proceso hubo momentos en que lo más fácil de hacer contradecía lo que era correcto. Afortunadamente, teníamos líderes dispuestos -muchas veces a un gran costo personal- a tomar el camino correcto, no el más fácil.

En quinto lugar, un proceso exitoso es más factible si quienes están involucrados confían mutuamente. Yo siempre les digo a los estudiantes que la política es personal; es una cuestión que tiene que ver con las personas. Como hay tantas cuestiones difíciles que resolver, porque la política de cada persona puede apuntar en direcciones diferentes, si no opuestas, es preciso sostener conversaciones que sean abiertas, francas y estratégicas.

¿Nuestro socio en el proceso tiene un problema? Veámoslo desde su punto de vista. Discutámoslo. Encontremos una solución juntos. La amistad puede ser difícil de alcanzar, pero una alianza no.

En sexto lugar, todas las partes deben reconocer que el conflicto habrá dado lugar a la desconfianza más profunda. Llegar a un acuerdo no es lo mismo que generar confianza. Lo primero es formal. Lo segundo es emocional. Así que admitámoslo. Buscar maneras de generar confianza es una inversión que pagará dividendos muy fructíferos.

Finalmente, nunca se den por vencidos. La gente es muy cínica respecto de la política, normalmente porque ve pocos cambios en su vida cotidiana. Pero den un paso atrás por un momento. El trazo amplio de la historia es como una pintura impresionista: lo que parece borroso de cerca se termina revelando a la distancia.

Con los 25 años que han transcurrido, podemos ver que el GFA generó un cambio real de amplio alcance. Muchos de los que viven hoy se han beneficiado con el acuerdo. Si lo saben o si piensan en eso, no importa. Lo que importa es que se hizo.

Tony Blair, ex primer ministro del Reino Unido, es presidente ejecutivo del Instituto Tony Blair para el Cambio Global.

Copyright: Project Syndicate, 2023.

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