Es obvio de toda obviedad; el primer deber de un escritor –si efectivamente se siente tal– es escribir; pues, nadie en su sano juicio osa negar ese mandato insoslayable del espíritu creador.

A. Cuando sientas que se te vienen “ideas”, “impresiones”, “imágenes”, “recuerdos” en un determinado momento del día, tarde o noche de tu vida, no lo dejes para mañana, apela por lo que tengas a mano, un papel, un lápiz, un teléfono, una tableta, una pequeña libreta de apuntes hasta una minúscula grabadora portátil de mano de las que usan los reporteros puede servirte para grabar provisionalmente alguna una materia prima que posteriormente podría servirte a la hora de sentarte a escribir y emborronar cuartillas en un poema, un ensayo o un texto narrativo. Inclusive; cualquier recurso (soporte material) analógico o digital que tengas al alcance tal vez podría servirte para apuntar algún dato singular que luego podría servirte a la hora de sentarte a escribir en tu proceso de redacción creativa.

B. Un escritor de verdad escribe a cualquier hora, pues no hay más importante para él que escribir; en el proceso de escritura se le va la vida entera. Todas las demás actividades se supeditan al supremo gesto de escribir, porque en estricto rigor escribir es volver a crear el mundo de otra manera, es decir, a la manera de la particular visión o cosmovisión del “pequeño arquitecto del universo” (Jonuel Brigue, dixit).

C. La salud física y emocional es “conditio sine qua non” para edificar una obra sustantiva de relevante factura literaria pero, paradójicamente, las obras más significativamente importantes que ha aportado homo sapiens-sapiens a la humanidad han nacido del dolor físico y psíquico de seres que han atravesado gólgotas en materia de deterioro de la salud del escritor. La especie humana conoce asaz bien de poemas fraguados en medio del naufragio y zozobra de las más inimaginables psicopatologías del espíritu. El reino del padecimiento ontológico es una veta inagotable para quienes han tenido la dicha o el infortunio de ser “elegido” por la bendición o maldición de ser escritor. No basta escribir y describir el “petit recit” del sufrimiento ajeno en un poema o en un fragmento de novela; la verosimilitud y autenticidad de un texto literario provienen de una vida genuinamente sufriente y doliente. Únicamente lo que es capaz de transmitir un sentimiento vivo y vivìfico, temor y temblor mediante, merece la pena alcanzar el rango de literatura sin comillas. Evita enfermarte y entretanto edifica pacientemente tu obra con pasión fervorosa con la mayor cuota de honestidad que te sea posible. Honra tu condición de escritor sin envanecerte y no le enrostres a los demás ese “estatus” socioantropológico que posiblemente no te proporcione goces que solamente tú puedes experimentar mientras exorcizas tus demonios interiores.

D. Dado que la materia prima más importante es tu lengua y tu lenguaje materno es menester que abreves hondo en las simas insondables de tu cultura verbal. Consulta mucho el diccionario mientras escribes excepto si se trata de un poema; pues el poema es el resultado de un dictado de Dios o del Diablo sobre nuestra cabeza. Un poema escrito con la “ayuda” del diccionario es la “contradictio in abyecto” Más abominable que pueda emprender un escritor sobre la página en blanco. La riqueza verbal de una lengua viene dada por la exuberancia linguística de sus cadenas sinonímicas, sus estructuras sintagmáticas y sus encadenamientos lógicos y sintácticos y eso lo logra el escritor leyendo. A la escritura se llega por los caminos de la lectura; pues escribir y leer es una especie de amonedamiento y ambas se necesitan y urgen para hacer posible la magia hechizante de forjar otro mundo con la palabra escrita.

E. Presta atención al logos, decía el viejo sabio Heráclito de Efeso, oye todo cuanto puedas y aguza la visión cuando vayas con la turba por entre la multitud; pues, las más de las veces es en el magma del tráfago de lo social dúctil y cambiante de la torrentera social donde podría agazaparse lo asombroso e insólito de lo humanamente digno de escribirse con timbre de literaturidad.

 


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