Nicolás Maduro, tan contento él con el triunfo de Gustavo Petro en Colombia hace solo 100 días, debe haber perdido la sonrisa a la luz de las actuaciones del nuevo mandatario colombiano. Después de su visita a Caracas, donde, entre otras cosas, le insistió en la necesidad de elecciones creíbles y del regreso de Venezuela al Sistema Interamericano de Derechos Humanos, repitió sus opiniones durante la Cumbre Mundial sobre el Cambio Climático COP27, que se realizó en Egipto, y las reiteró en el Foro de París sobre la Paz, donde también se alineó con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, para abogar porque el gobierno y la oposición venezolana vuelvan a sentarse en una mesa de diálogo. La presión internacional por esas negociaciones, que se había debilitado por diferentes razones, vuelve con fuerza y Petro es parte de ello.

Pero ya antes de llegar a la cita de Sharm El-Sheij, a bordo del avión militar de la fuerza aérea en el que viaja el presidente de Colombia (Maduro, por cierto, utilizó 3 aviones para él y su comitiva), declaró a un periodista del diario El País de España. A pesar de que el propósito de la entrevista eran sus 100 días en el poder, el tema de Venezuela acaparó gran parte de una conversación que no requiere ser leída entre líneas ni por buenos entendedores para percibir su interés en que Maduro deje de ser incómodo y que sus intenciones son claras y sin pactos secretos.

Entre otras cosas lamentó que la apertura de la frontera vaya “más lento de lo que se creía a causa de un poder mafioso y de estructuras criminales que campean en la zona”. Diplomáticamente evitó agregar que la mayoría de esas mafias son amparadas por el gobierno venezolano o forman parte intrínseca de él, en alcabalas custodiadas por militares o trochas dominadas por la guerrilla. Reveló que le dijo a Maduro en Caracas que aceptar la democracia liberal “es parte de la agenda progresista en América Latina”. Poca gracia puede haberle hecho esa afirmación a quien se cree demócrata y progresista cuando encabeza un régimen que no es de izquierda, ni es democrático, de lo cual hay palmarias evidencias. “Rechazar la democracia liberal lleva hacia dictaduras y autoritarismos como se vienen presentando en algunos países de América Latina”, afirmó. ¿Quiénes, más que Maduro y sus socios impresentables como Daniel Ortega pueden ser destinatarios del mensaje? Aunque, al ser preguntado si se refería a Venezuela, Petro prefiriera decir entre risas que lo decía “en general”.

Asegurar que Maduro hará elecciones en 2024 y agregar que “deben versar sobre un acuerdo de garantías para el que pierda, cualquiera que sea”, puede considerarse otro chorro a presión. “Al perdedor se le debe respetar dentro de Venezuela. Y no debe haber una injerencia en la decisión libre del pueblo venezolano”, agregó. O sea, un recordatorio de todo lo que no ha habido en el país desde hace décadas.

El colofón fue afirmar que debe decretarse una amnistía total para los presos políticos, idea que luego manifestó durante el Encuentro sobre Venezuela en el Foro de París sobre la Paz. El planteamiento, que no gustó mucho a algunos defensores de los derechos humanos que consideran que propiciaría la impunidad, seguramente gustó menos a quienes han normalizado la represión y la violación de libertades fundamentales.

Si Gustavo Petro mantiene el tono empleado hasta ahora en su relación con Venezuela, no solo será él quien se convierta en la piedra en el zapato de Maduro, sino que estará ampliando sus posibilidades de liderar el nuevo estado de cosas en América Latina, liderazgo al que también aspira Lula, recién electo en Brasil.


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