No alude el encabezado del presente texto al par de conflagraciones mundiales y su secuela, la llamada Guerra Fría, concepto acuñado por el periodista Herbert B. Swope, quien lo usó en un discurso escrito en 1947 para el senador Bernard Baruch, asesor del presidente Franklin Delano Roosevelt, y popularizado por Walter Lippman en una recopilación de artículos titulada Cold War; no, estas líneas se refieren a las reacciones política, económica y comunicacional derivadas de la incursión militar rusa en su vecina Ucrania. Soy un lego absoluto en cuestiones bélicas y más aún en las atinentes a esa parte del mundo ahitada de enigmas y atávicos encuentros y desencuentros; sin embargo, no me es dado desdeñar hostilidades vinculadas con el acontecer nacional, porque, de una u otra forma, los efectos de las sanciones impuestas a Rusia se harán sentir en nuestra dolarizada economía de bodegones, a pesar del tísico optimismo del mandón. Tiene sentido, y mucho, preguntarse: ¿podrá el socialismo del siglo XXI sobrevivir respaldando una «guerra asimétrica» desatada sin convincente casus bellis.

Empeñado en tener cabal comprensión de la asimetría, consulté los diccionarios de la Real Academia y de María Moliner. En ambos son perogrullescas las acepciones del vocablo en boga. Afortunadamente recibí por WhatsApp la fotografía de un niño orinando sobre la oruga de un tanque. No sabría decir si el niño es ucraniano —me recordó, eso sí, al Manneken Pis de Bruselas, simplificado en portavasos promocionales de una cerveza criolla (no recuerdo cuál) con la leyenda «¡Nunca beba agua!»—, ni tampoco si el blindado es soviético, perdón, ruso; pero se trata de una muy bien lograda imagen del concepto de confrontación disímil tan del gusto del comandante eterno, quien en su delirio de grandeza se veía a sí mismo como vernáculo avatar de David apuntando con una china a Goliat, al grito de ¡yankee go home!

Doctorada con honores en la Universidad de Salamanca, María Gajate Bajo es especialista en historia militar. A ella debemos unas «Reflexiones sobre la guerra asimétrica», publicadas en la Revista Latinoamericana de Estudios de Seguridad, halladas casualmente en Internet mientras procuraba información para documentar mis especulaciones de este domingo 6 de marzo, décimo día del inequitativo enfrentamiento inherente al expansionismo del oso estepario, y octavita de un Carnaval Superbigote, subvencionado por la primera combatiente roja y la alcaldesa del municipio Libertador, y festejado entre vítores a Saab y Putin, dos villanos de postín —el orden debió ser inverso, mas se impuso la rima— . De las mentadas reflexiones es este párrafo:«…la lucha asimétrica está muy ligada tanto al debate sobre las recientes transformaciones de la guerra como al ‘nuevo’ estilo de combate ruso (recuérdese, por ejemplo, el episodio protagonizado en Crimea, en 2014)». Mi interés en el asunto no estriba únicamente en un conflicto de  incidencias y término  imprevisibles, objeto del deseo analítico de opinadores, comunicadores y un heterogéneo contingente de ucraniólogos y rusólogos, quienes coinciden en despachar el asunto mediante un paralelo entre las pretensiones de Putin y el reclamo hitleriano de los sudetes checos, a través de una narrativa en blanco y negro —alto contraste, sin matices— del disparejo forcejeo entre el buenazo y debilucho Volodímir Oleksándrovich Zelenski y el maluco y poderoso Vladímir Vladímirovich Putin.

«Metiendo David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra, y la tiró con honda, e hirió al filisteo en la frente; y la piedra quedó clavada en la frente, y cayó sobre su rostro en tierra. Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano». (Samuel 17, 49-50). Este bíblico pasaje pudo haber sido fuente inspiradora de la abrumadora ofensiva informativa de los medios occidentales, con su buena dosis de fake news, posverdad y wishful thinking, especialmente en lo atinente al curso y balance de la ofensiva del invasor y la defensa del invadido. También del paquete de sanciones económicas, adoptado por Estados Unidos y la Unión Europea, sanciones potenciadoras de la ira de Putin —seduce la idea de llamarle Putón—, al grado de amenazar con pulsar el temido botón rojo del Doctor Insólito (Dr. Strangelove or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, Stanley Kubrick, 1964) y poner, al mundo, tal escribí la semana pasada, «al borde de un ataque de nervios o de un soponcio».

Acaso nada justifique la beligerante conducta de la reencarnación de Pedro I el Grande, aunque la posibilidad de una disgregación de la Federación Rusa, alentada desde Occidente con los caramelitos de la incorporación de las naciones alguna vez adscritas al Pacto de Varsovia a la Unión Europea y a la OTAN, es decir, del acceso a una mejor calidad de vida, ha de ser necesariamente percibida como una amenaza a la unidad política e integridad geográfica de su inmenso país; empero, no se puede jugar en posición adelantada. Y tampoco deberían servir de corifeos al desvarío neoconquistador de Moscú los mandatarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela, convertidos en peones del ajedrez geopolítico, en virtud de los pavlovianos reflejos condicionados por la perdida y añorada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, cuya cortina de hierro pareciera permanecer incólume desde hace 76 años cuando, un día como el de ayer, 5 de marzo de 1946, pero miércoles no sábado, en el Westminster College de Fulton, Missouri, Winston Churchill afirmó: «…desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero». Exactamente 67 años después se anunció oficialmente el deceso del presidente Hugo Chávez Frías, acaecido vaya usted a saber cuándo. Y, with a little help of the cuban friends, comenzó la usurpación.

La fórmula ritual, ¡ha muerto el rey, viva el rey! En nuestro caso, ¡ha muerto Hugo, viva Nicolás! Fue ayer, conjeturo, motor de una patética evocación humedecida con hipócritas lágrimas y disimulado regocijo vestido de luto. Seguramente, en la fúnebre honra a la memoria del redentor barinés, la diputación escarlata de la írrita asamblea nacional bostezó en sesión solemne —si se acordaron del muerto— con un aburrido discurso laudatorio a cargo de un tarifado hagiógrafo; por su parte, Nikola no perderá la oportunidad de ejecutar una carambola retórica a tres bandas y explayarse en los motivos del inconsulto embarque de Venezuela en la cruzada neocolonial del tocayo de Padrino —el general a cargo de la rusificación de la fanb (minúsculas adrede) seguramente metió su cuchara, urdiendo similitudes entre el Libertador y el necrófilo del cuartel de la montaña y, a lo mejor, a alguien propuso trasladar los restos de este y los manoseados y profanados huesos de aquel al mamotreto de Farruco, y matar esa culebra de una vez por todas—, insistir en su falsa disposición al diálogo, siempre y cuando sea con adversarios sordos, y continuar dorando la píldora continuista en alusión a la nueva meta temporal —2014— de una oposición, resignados a participar en un proceso electoral, otro más, sin hacer caso a los reparos y objeciones de los observadores de la Unión Europea —enemiga de mis amigos los rusos; ergo, ¡enemiga mía!— y, más grave, si se puede —sin haber definido una estrategia unitaria que finalmente aglutine los retazos de la polarizada colcha de la disidencia. Transcurrieron nueve años del parte de Nicolai Putanovich dando cuenta del deceso del inmortal, y ayer, probablemente, anunció los preparativos para la conmemoración, con rango y vigor de «fiestas patrionales» (no es error), de los 10 años del mutis con pena y sin gloria. Habrá, en 2023, si (Ras)putín no arrastra al régimen cuesta abajo en su rodada, un ceremonial de espanto y brinco. Ni los funerales de Mamá grande se le equipararán. La entrañable transparencia de Su Santidad el papa Paco Bergoglio engalanará con su divina presencia el homenaje bolivariano a la memoria eterna del eterno. Habrá mariachis y cantará López Obrador con el coro del Foro de Puebla. Así mismo, contaremos con la asistencia de una escola de samba, animada por Lula en la ejecución de una danza macabra en sintonía con los negros días por venir. ¿Y la pandemia? En este país, mi país, tu país, no hay manera de saber.


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