Almagro, Cuba
Foto: AFP

Un artículo del secretario general de la OEA, Luis Almagro, sobre Venezuela (ver: https://www.cronicas.com.uy/contratapa/el-infierno-del-sendero-que-jamas-se-bifurca/) es, en un 80%, un homenaje a los venezolanos víctimas del régimen chavista-madurista. Pocos como Luis Almagro han sido tan enfáticos y vigorosos en la denuncia de ese régimen de horror. Y en este artículo, casi hasta el final, Almagro reafirma esa postura, al decir que no hay nada comparable a la tragedia venezolana. Es en el último 20% de su escrito que Almagro nos ofrece una recomendación sorprendente.

Ella nos recuerda mi primer examen para manejar en Venezuela, tomado en Lagunillas, Venezuela, en 1955. Después de haber manejado un jeep acompañado del instructor, mi evaluación final leía algo así:

¿Verificó los espejos antes de arrancar? No.

¿Hizo la señal adecuada para cruzar a la izquierda? No.

¿Aplicó los frenos correctamente al llegar a un PARE? No…

Etc.

Al final, la conclusión: ¿Está habilitado para manejar? La respuesta: Sí.

El escrito de Almagro está en esa onda.  Así como yo fui habilitado para manejar haciéndolo casi todo incorrectamente, así Almagro nos dice que la solución para una Venezuela destruida por un ogro violador de los derechos humanos es: …cohabitar con ese ogro, tratar de llegar a un acomodo con él, a fin de que él vaya siendo menos ogro y nosotros aceptemos bajar nuestros estándares a fin de sobrevivir bajo un régimen dictatorial que podría ir mutando lentamente a democracia.

Almagro nos pide ser realistas y dejar de pensar en la justicia, en principios y valores para sobrevivir, ya que de esa manera podríamos llegar, algún día, a transformar el ogro en alguien más amable. La esencia de la cohabitación propuesta por Almagro nos lleva a ceder, a transigir, a sonreírle al ogro para, de esa manera, irlo seduciendo para una forma más amable y más civilizada de vida. Pero, ¿no será al revés? En la medida en la cual nosotros consintamos en vivir en cohabitación con el ogro, en esa misma medida podremos ir absorbiendo sus hábitos y costumbres y nos iremos pareciendo más y más a él.

Almagro nos dice:

«Una negociación en ese contexto [de transacción] obviamente no puede ser cómo se saca a Maduro, sino cómo sigue. Esto implica cohabitación. La cohabitación es un ejercicio para el cual no he visto prácticamente a nadie preparado en Venezuela. Pero eso lo hace aún más necesario, en el sentido de que implica un ejercicio de diálogo político real, de institucionalidad compartida, de poderes del Estado compartidos. Compartir el Ejecutivo es complejo y muy difícil. En un esquema de tensión permanente, tiene que estar tan detalladamente regulado que la mejor fórmula sigue siendo la fórmula suiza de sistema colegiado. El ejemplo regional es la Constitución uruguaya del 52. Compartir es contrapesar. La cohabitación sin contrapesos puede transformarse en complicidad. El esquema de cohabitación a discutir en un proceso de diálogo debe dar garantías de contrapesos para quienes cohabitan”.

Almagro nos habla de la posibilidad de un gobierno colegiado a la usanza suiza. Por favor, ¡Almagro! Es francamente grotesco pensar que un gobierno con Maduro puede ser a la suiza. Almagro no conoció a Manuel Peñalver, el autor de la frase: “No somos suizos”. Al decir esto, Peñalver hablaba de venezolanos como Betancourt, Leoni, Caldera I, etc. Si aquellos no eran suizos, ¿cómo van a serlo Maduro, Cabello, El Aissami? Esta gente del régimen es una subespecie de Homo que no es sapiens, sino sadisticus.

Almagro tiene la sensatez de advertirnos que tal proyectada cohabitación tendría el riesgo de convertirse en complicidad, en cuyo caso sería una frustración más. Yo le digo a Almagro que, si del lado opositor los cohabitantes son Capriles, Rosales, Falcón, Fermín, el Tigre, Bernabé o Timoteo, ese riesgo se convierte de posibilidad en certeza.

¿Por qué escribe Almagro ese artículo?

Hay, al menos, tres posibles escenarios:

Almagro el Bondadoso, quien desea evitarle a los venezolanos mayores sufrimientos; desea que, de alguna manera, sin violencias, sin extensos sufrimientos, Venezuela vaya logrando un lento pero persistente acomodo entre la libertad y la opresión, ya que mientras la doncella se acuesta con el ogro, puede irlo dulcificando noche tras noche de violaciones;

Almagro el Oportunista, quien desea solidificar su posición en el escenario político de la región, al presentarse como el gran conciliador de la tragedia venezolana;

Almagro el Sumiso, quien cansado de batallar se hace a la idea de que, después de todo, Maduro no es tan malo y tiene el ejército de su lado, por lo cual el país debe aceptar su tutela por un cierto período de tiempo indefinido.

Yo creo que el primer Almagro es el más probable de ser el genuino, pero creo que, de ser así, está rotundamente equivocado. En Venezuela lo único compatible con la dignidad es la rebelión. El Almagro oportunista sería una sorpresa para mí, porque este hombre ha demostrado tener sólidos principios democráticos. El Almagro sumiso es mi escenario de menor probabilidad, ya que tal postura lo convertiría en un Timoteo cualquiera y no le daría beneficios políticos ni ayudaría a su imagen de luchador por las causas nobles de América Latina.

¿Por qué escribió Almagro ese artículo? ¿Qué lo llevó a escribirlo, sabiendo la confusión adicional que ello traería a los venezolanos que han visto en él un símbolo de la resistencia? Solo Almagro puede responder, pero, lamentablemente, ya el daño está hecho. Como dice la canción: “another one bites the dust….”, otro que muerde el polvo.

Ya somos pocos los que quedamos en el Titanic, que se hunde, mientras el bonche sigue en los botes salvavidas, llenos de gente que les robó puestos a los niños.


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