Jorge Rodríguez / sanciones
Foto: EFE/Rayner Peña R.

Jorge Rodríguez vive de euforia en euforia, quizás, se puede intuir, con algunos bajones tras las cámaras. Presidente de la Asamblea Nacional del régimen -hay otra de la oposición que estira su fecha de caducidad- y número dos, o tres o quizás cuatro, aún detrás de su hermana Delcy, la vice, en el escalafón oficialista, a JR habría que también aceptarlo como el psiquiatra de las fuerzas que incansablemente combaten a Maduro, por las clases doctorales que dicta cuando se acerca el micrófono a su boca. Con tan buenos pacientes que pudiera tener del lado revolucionario, él ha preferido encargarse de sus contrarios. Puede que, secretamente, piense que los primeros son insalvables por irreductibles.

La penúltima euforia ocurrió esta semana cuando tras apelar a su sonrisa sardónica -ya es un clásico-, anunció que desde el lunes 5 de febrero, el día siguiente a la «celebración » que el oficialismo ha convocado por los 25 años de la asunción del poder (que no fue el 4F, sino el 2F, fecha que nunca festejaron, pero esa es otra historia), comenzarán a elaborar el cronograma electoral «con la participación de todo el pueblo venezolano». Como nunca antes se ha hecho, algo histórico, inimaginable, esplendoroso.

«Mucho antes del 18 de abril -la fecha se la puso Estados Unidos- tendremos el cronograma, la fecha de inscripción de candidatura (menos una, claro), la fecha de comienzo de campaña, la fecha de votación», dijo iracundo, feliz. Eufórico. La fecha de las siguientes elecciones presidenciales -JR lo olvida- siempre se supo en el «puntofijismo» desde el mismo momento en que se elegía el presidente. Ese mismo día se conocía cuándo se salía de él. Pero eso es pasado, interesa el presente.

Y el presente es que JR se burla de lo firmado en el Acuerdo de Barbados que plantea la construcción de las condiciones para competir electoralmente como un compromiso de la mesa de negociación. Rodríguez quiere armar un alboroto y bendecir luego sus resultados presentándolos como fruto del pueblo venezolano, es decir, de Brito, de Ratti, del hombre del lápiz, de Claudio y unos cuantos asomados más.

Hay tres o cuatro asuntos que se tienen que resolver para hacer elecciones de verdad en Venezuela. El primero de todos es desaparecer la inhabilitación de la candidata María Corina Machado, quien se impuso con más de 90% de los votos en una elección pública y muy notoria. Y luego garantizar el derecho de todos los venezolanos en edad de votar a que efectivamente puedan hacerlo dentro y fuera del país, que se depure el registro electoral y que se permita la observación electoral independiente e internacional. Son muchas cosas, señor Rodríguez, pero es lo que usted firmó en Barbados. Se le recuerda también eufórico después de aquel éxito.

Llama la atención que sea JR y no el presidente del Consejo Nacional Electoral -el ámbito electoral fue elevado a poder similar al Legislativo, Ejecutivo o Judicial en la Constitución de 1999- quien asuma la tarea de preparación de su organismo para los comicios presidenciales que deben realizarse -según el Acuerdo de Barbados, hay que insistir- en el segundo semestre de este año. No hay que ser ingenuo, sin embargo, poder hay uno solo. Como nunca antes se ha hecho desde 1958 hasta la llegada de los «revolucionarios» a Miraflores: ¡un cuarto de siglo!

El pueblo está harto de que lo convoquen para trampajaulas. Así lo entendió el 3D con el referéndum sobre el Esequibo. JR debería aterrizar en la realidad, como corresponde a quien, como él, también asume las labores de negociador por el sector oficial. Si el pueblo respalda al régimen, por qué no competir de tú a tú como el 6 de diciembre de 1998 y no como el 4F de 1992.


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