El Watergate fue un escándalo político que tuvo lugar en Estados Unidos a principios de la década de 1970, a raíz del robo de documentos y escuchas clandestinas en el complejo de oficinas Watergate de Washington D.C., sede del Comité Nacional del Partido Demócrata de Estados Unidos, y el posterior intento de la administración Nixon de encubrir a los responsables. Cuando la conspiración se destapó, el Congreso de Estados Unidos inició una investigación, pero la resistencia del gobierno de Richard Nixon a colaborar con esta condujo a una crisis institucional que terminó con su renuncia el 9 de agosto de 1974.

El fantasma del Watergate asustó esta semana al presidente Petro, no durante su placentero sueño en la alcoba presidencial de la Casa de Nariño; sino en carne y hueso con dos de sus más allegados colaboradores; su directora de gabinete, el poder detrás del trono, y su ex jefe de campaña, el proscrito Armando Benedetti, hasta hace pocos días embajador en Venezuela pero enemigo de sus luchas democráticas, a quien Petro le debe en gran parte ser presidente de Colombia, a pesar de los antecedentes que traía como guerrillero.

Petro está enfrentando inesperadamente una nueva crisis, la anterior fue el pasado mes de abril al pedirle la renuncia a siete miembros de su gabinete, debido a las dificultades que enfrentan sus reformas sociales en el Congreso.

En esta oportunidad la crisis no es por razones políticas, electorales, de Estado o internacional; sino por chismes baratos y zancadillas domésticas entre dos de sus más cercanos colaboradores. Benedetti no era un simple peón en un tablero de ajedrez, igual que su jefe de gabinete; ambos representaban dos alfiles con movilidad transversal dentro del blanco y negro tablero político colombiano –patria o muerte-. Decimos blanquinegro porque en Colombia las cosas no son medias tintas, prueba de ello es la cantidad de candidatos presidenciales asesinados insólitamente hasta dentro de la cabina de un avión.

La salida de estos dos personajes tiene lógicamente profundas y graves consecuencias para el gobierno petrista, pero las tendrá igualmente en el campo internacional y sobre todo en las relaciones con Venezuela al ser una de sus prioridades en política exterior.

Recuérdese que el pasado 1º de noviembre ambos presidentes Petro y Maduro tuvieron su primer encuentro en Caracas, como un primer paso en el relanzamiento de las relaciones bilaterales, después de tres años de ruptura diplomática. Una de las primeras decisiones tomadas por los mandatarios fue la reapertura para el transporte de mercancías de la frontera binacional de 2.200 km, con paso restringido desde 2015 y bloqueado por completo desde 2019. Sin embargo, se ha sabido que el propio Petro se ha mostrado decepcionado por el bajo flujo comercial y considera que el intercambio sigue haciéndose a través de las trochas.

La agenda para el restablecimiento de las relaciones con Venezuela es muy amplia, difícil y complicada por los intereses que confluyen en ella: narcotráfico, abigeato, contrabando, tráfico de blancas, etc., con temas muy delicados como las negociaciones de paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), estancadas desde 2018, para las cuales Petro le ha solicitado a al presidente Maduro que sea garante de la negociación con este grupo irregular, pero las negociaciones en paralelo del gobierno en México le restan movilidad.

Tan amplios y variados son los temas entre Colombia y Venezuela, que luego de la penetración de Colombia con el Caldas (1987), en el Golfo de Venezuela, el presidente Pérez y Virgilio Barco firmaron el Acta de San Pedro Alejandrino (1990), para tratar temas que fueron desde los problemas como migraciones, cuencas hidrográficas, delimitación de áreas marinas y submarinas, ríos internacionales, demarcación de hitos fronterizos, transporte internacional, tráfico de estupefacientes, robo y recuperación de medios de transporte, para lo cual los presidentes acordaron designar comisiones mixtas (COPAF y CONEG) y una comisión de alto nivel para el seguimiento de las metodologías adoptadas para el tratamiento de estos asuntos; el resultado fue que luego de la crisis el comercio binacional llegó casi a los 9.000 MM de dólares a finales de 1999, desplomándose según cifras de Colombia a menos de 400 millones en 2021.

Hoy la situación está muy complicada para el presidente Petro, quien tendrá que buscar un embajador fuera del Palacio de San Carlos para ocupar el cargo del defenestrado; para ello tendrá que ser un político de su confianza, que interprete lo que Petro quiere y no se desboque como Benedetti, quien en lugar de ser el representante del presidente de Colombia, llegó como él mismo dijo “picado de culebra”, peleando con Guaidó y llamándolo “huevón”. No conozco las condiciones físicas de Guaidó, pero merece respeto, no porque fuera un candidato presidencial, sino por ser un venezolano (16 de noviembre de 2022.) https://www.elnacional.com/opinion/un-previo-embajador/, para que un recién llegado aterrice en el país insultando como le dé la gana.

El fantasma del Watergate de una investigación en el congreso y la fiscalía llevaron a Petro a salir de sus dos alfiles más apreciados; mientras que el guayabo del señor Benedetti debe ser tan grande o peor que la del joven Icaro, quien según la mitología griega su ambición desmedida de volar tal alto hasta acercarse al sol, hicieron que sus alas de pluma y cera se derritieran con terribles consecuencias que le llevaron a la muerte, como a la destitución de este Icaro colombiano.


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