Parasite ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2019. La película se ha hecho viral por los caminos alternativos de la red. Así la hemos visto y recomendado en Venezuela por diferentes canales de la web.

La cinta narra la historia, muy nuestra, de una “home invasion”, a cargo de una familia disfuncional que mal vive en un sótano de Seúl y que procede a ocupar los espacios afectivos y territoriales de una casa de la ciudad, habitada por unos propietarios con recursos económicos.

Desde ahí, el filme trabaja el pánico y la paranoia que supone ir siendo desplazado del hogar por una comunidad de otros que desean emparejarse a la fuerza, utilizando cualquier cantidad de artimañas para obtener sus fines.

Lejos de pactar con la impresión de un guion bipolar y maniqueo, el largometraje alcanza su densidad semiótica al desmontar a ambos bandos en pugna, sin restricciones morales o apegos a la corrección política.

El director de la pieza, por tanto, refleja un problema de carácter dual en el que el aprovechamiento y la explotación mutua definen las reglas del juego en el Estado coreano, fuera y dentro de su cortina de hierro, pues alguna relación encontramos con la amenazadora presencia de un vecino incómodo apertrechado con armas nucleares.

Un personaje imita la voz de los noticieros de propaganda y los espectadores criollos pensamos en el ridículo de las cadenas de Maduro.

Del terror psicológico al melodrama coral, Parasite edifica una sólida construcción cinematográfica que revisa la prosa y la poética del espacio de Gaston Bachelard, en el sentido de dibujar un plano arquitectónico de la modernidad que ha contribuido a la deshumanización y la fragmentación del tejido social.

Las fronteras marcan un decorado que se disuelve en una abstracción que cruza las líneas, para ilustrar la completa dislocación de un diseño laberíntico que provoca el descontrol, la desmesura y la esquizofrenia.

La fama de la obra original no es gratuita y responde a la efectividad creativa de su autor, Bong Joon Ho, quien ha labrado una carrera de éxitos en cuestión de dos décadas, representando los mejores valores de producción de su país, que tiene una de las industrias solventes del continente asiático, gracias a los impulsos de la empresa privada y los auspicios de los gobiernos responsables.

A través de un modelo mixto, una generación de realizadores ha conquistado el mundo con sus imágenes y libretos sobre temas como la soledad, la venganza, el malestar de la cultura y la búsqueda eterna de un significado existencial, de una posible felicidad y redención que parecen escapárseles a los hombres y mujeres que articulan los argumentos.

Kim Ki Duk, Lee Chang Dong y Park Chang Woo son solo tres de los nombres que figuran en las selecciones oficiales de los principales certámenes del planeta, poniendo en alto la marca estética de su nación. Ellos han tratado el asunto sintomático de la depredación entre hermanos y coterráneos que conduce a la pérdida de la privacidad en la morada, a la progresiva violación del derecho a la autonomía bajo un techo propio.

Un antecedente natural sería el de Hierro 3, así como el de la revancha maligna de Old Boy en un encierro absurdo y kafkiano, por no hablar de la trascendencia de Burning en el inconsciente de los adultos contemporáneos del milenio.

Parasite profundiza en las contradicciones que trazan el mapa audiovisual que hemos dibujado, aportándoles una visión menos solemne y distanciada que grotesca y tragicómica, bordeando los límites de la farsa, de la caricatura y de la parodia de las telenovelas niponas, en las que los pobres y los ricos protagonizan un cambalache de emociones y chantajes que los acaban por derrumbar en un mismo lodo de canibalismo.

Ustedes descubrirán las conexiones con el entorno foráneo y nacional, considerando que las sanguijuelas quieren apropiarse de los medios, de los capitales, de los lugares, de los principios, de las personas, en una distopía del resentimiento socialista que esperamos expurgar algún día cercano.

Por lo pronto, disfrute de esta fantasía macabra, perfectamente ejecutada, que desnuda a los gorrones e influencers que se acostumbraron a la mentira del todo gratis. Un círculo vicioso que termina en el foso donde comienza.

Atención porque hay una secuencia de una inundación que, obvio, les recordará que nuestro desastre arrancó en una vaguada.

Todavía buscamos la salida.


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