Joe Biden gobierno

Es legítimo que nuestra primera preocupación en torno a la nueva presidencia de Estados Unidos esté relacionada con el trato que Venezuela recibirá de parte del nuevo inquilino de la Casa Blanca y por ello la prensa ha estado inundada de muy buenos textos de politólogos, futurólogos y pensadores, en los que se especula acerca de la política exterior norteamericana en los meses a venir.

Sin embargo, las expectativas nuestras deben moderarse. Dadas las características del país que heredarán los demócratas a inicios de 2021 y en función de lo que sea la coyuntura mundial del momento, lo sensato es reconocer que el acento en las prioridades del nuevo mandatario va a ubicarse más del lado del rescate de la economía de la primera potencia y de la contención del virus y de sus efectos, que en los tópicos vinculados a la política exterior norteamericana.

Un excelente y completo trabajo publicado por Jon Hilsenrath en The New York Times penetra dentro de los detalles de los retos que será necesario atender puertas adentro. La economía interna ha retrocedido como consecuencia de la ralentización de la actividad generada por la pandemia. Pero, además, algunos cambios importantes se manifestarán en algunas industrias vitales, en la manera en que se manejan los negocios en el país y en el modelo de gasto de los ciudadanos, todo lo que podría conducir a cambios estructurales que es preciso atender de manera temprana. Y la realidad es que para inicios del año que viene aún la recesión no habrá mostrado el alcance ni el tenor de los todos sus destrozos, lo que imposibilita formular políticas claras y de largo plazo en materia fiscal, financiera o de empleo, por solo citar unas.

Quienes han estudiado estas materias señalan que será necesario un período de dos años para regresar a etapas de crecimiento, basados en las experiencias previas de descalabros económicos de proporciones similares. Pero ningún episodio anterior se parece a la pandemia actual por el efecto devastador de largo plazo que esta es capaz de producir en el campo del empleo, una variable que estaba en cintura para cuando se desató la contaminación global.  ¡Ya se han perdido para esta hora 36 millones de puestos de trabajo!

Estos son tiempos de severas tormentas internas que arriesgan cualquier capital político con el que se cuente en la Presidencia. Y no es un secreto para nadie que la mayor debilidad de Joe Biden en su mandato que apenas se inicia, será la polarización que le ha legado el proceso electoral contra Donald Trump. Y aún no es posible saber cuál será la composición del aparato legislativo que acompañará o adversará las reformas.

A Joe Biden ya le ha tocado desde otras posiciones públicas atender situaciones de crisis económicas en las que el día a día político ha sido invertido en lidiar contra presupuestos insuficientes, la deuda desbocada, los reclamos de los trabajadores, la necesidad de incrementar los impuestos sobre las sociedades al igual que sobre los hogares. Pero este colapso es, en esencia, diferente: sin un control total de la expansión del virus, no es posible detener el deterioro económico. Es lo que explica que desde este momento ya el presidente electo cuenta con un equipo del más alto nivel de capacitación para estructurar un plan de contención del covid-19, en el entendido de que hasta bien entrado 2021 no se puede contar con efectos significativos de la vacuna si esta ve la luz antes de finales de este año. Aun si se lograra controlar el mal y hacerlo retroceder, la debilidad de algunos sectores será tal que se requerirá de una estrategia orientada hacia un nuevo manejo estructural de toda la economía estadounidense.

Hasta aquí no hemos hablado de la atención que Estados Unidos le debe prestar a la globalidad dentro de la cual se mueve la primera economía mundial y la manera en que la actividad y el consumo planetarios serán afectados por las crisis de cada uno de los restantes actores. Este mundo enteramente dislocado alberga a China, a la Unión Europea y a otros actores esenciales para la estabilidad económica de Norteamérica. Sus relaciones en el terreno de lo económico y lo comercial ocuparán la atención de Washington mucho más que sus conflictos de orden político.

Todo ello nos lleva a pensar que Latinoamérica no estará en la lista de las prioridades del nuevo gobierno hasta que la velocidad de crucero de la economía propia tome un rumbo predecible. Y de todos los países de la región es altamente probable que sea México, en ese caso, quien nos tome la delantera en la atención de la Casa Blanca.


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