Nadie sostendrá en el mundo la más mínima duda de que los principales responsables de que los venezolanos estén hundidos hasta la coronilla en el lodo de una atroz y repulsiva dictadura, a la que aún no se le vislumbra un fin, sean, precisamente, ellos mismos: los venezolanos.

Ni extraterrestres ni vecinos, ni siquiera los cubanos, esclavos desde hace más de sesenta años de una abyecta y repugnante tiranía castro comunista, sino directamente los venezolanos. Fueron ellos quienes aplaudieron mayoritariamente el golpe de Estado encabezado por Hugo Chávez y sus tres comandantes felones. Fueron sus medios – impresos, radiales y televisivos– los que encumbraron a la gloria la felonía y alfombraron la llegada del principal de los felones, Hugo Chávez, a Miraflores. Y le proveyeron de suficiente combustible para que fuera reelecto tantas veces cuantas se postuló a su reelección. De lo que podemos concluir que, de no haber muerto de cáncer, en justo castigo a su felonía, todavía estaría sentado en el trono de Miraflores y mandando en todas las instituciones dizque democráticas.

Y como para que no haya duda de que ese carnaval golpista, dictatorial y prototiránico sigue en pie, y los venezolanos no han extraído una sola enseñanza, quien fuera por esos entonces rector de la principal universidad del país, casi que una cofradía marxista tan golpista, dictatorial y antidemocrática como toda la élite cívico militar dominante, acaba de ser designado por los principales herederos del golpe una vez más “rector”, ahora del Consejo Nacional Electoral. Veinte años de catástrofe y un juicio por violación a los derechos humanos de una menor de edad no han sido suficientes para que desaparezca del mapa una de las peores vergüenzas nacionales.

Avergüenza que Venezuela sea el único país de la región que, tras dos siglos de historia independiente, no sea capaz de liberarse de sus cadenas y en lugar de sacudírselas por sus propias fuerzas grite por auxilio extranjero. Ni Chile, ni Argentina, ni Uruguay ni Brasil, por solo mencionar las últimas dictaduras que asolaron a nuestra región, salieron de sus tiranos rogándoles a sus aliados extranjeros que los liberaran de ellos. Lo hicieron haciendo acopio del concurso de sus propias fuerzas armadas, sus élites políticas y sus pueblos. Nadie en el mundo, y muchísimo menos Estados Unidos, cuyo presidente Donald Trump quisiera, al parecer, seguir el llamado de auxilio, confían en el joven Juan Guaidó. Les sobran las razones. Lo encuentran incapaz, pusilánime y cobarde. No se equivocan.

La principal razón de nuestra inopia es la incapacidad de comprender en toda su magnitud la dimensión de nuestra crisis. La falta de orgullo nacional y patriotismo democrático. La carencia de un rumbo histórico claro y definido. Todo lo cual fuera tirado al vertedero de la historia por los viejos liderazgos, con Rafael Caldera, Arturo Uslar Pietri, Ramón Escovar Salom y la dirigencia en pleno de AD, Copei, el MAS y toda la izquierda marxista a la cabeza.

Tras la traición de Leopoldo López a María Corina Machado, Antonio Ledezma, Diego Arria, Oswaldo Álvarez Paz y todos quienes propugnábamos «la Salida» desde 2013, como única forma de unir nuestras fuerzas y llevar a cabo una insurrección popular para salir de la dictadura, se han trancado con López, Juan Guaidó, Ramos Allup y la vieja dirigencia de la cuarta república todas las salidas a esta grave tragedia. La dictadura no permitirá elecciones, si ellas son limpias, vigiladas y transparentes. Nadie vendrá tampoco a contribuir con sus cadáveres a liberarnos del castro comunismo dominante. Estamos paralizados.

Solo un levantamiento popular y un gran movimiento insurreccional crearán las condiciones para imponer elecciones limpias o una intervención armada. Es el primer e insustituible paso y depende de nosotros. ¿Lo daremos? No tengo la respuesta.

@sangarccs


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