“Ahora dónde están las palabras que, desde el corazón, dijiste una vez”. (“Las palabras que me dijiste”. MClan).

Cuando te sumerges, como yo he hecho, en este mundo de la escritura, este mundo que exclusivamente pertenece a las palabras, es cuando eres realmente consciente del poder que las palabras pueden ejercer, de su enorme potencial para influir en el ánimo y los sentimientos de aquellos que las leen. Este entorno, negro sobre blanco, que solo aporta la escritura, carece que influencias externas; carece de contexto, de lenguaje gestual, de ruido ambiental y es donde realmente la palabra toma el protagonismo, con todo su poder creativo y destructivo.

Si analizamos, aunque sea someramente, cuáles han sido nuestros mayores aciertos y nuestros grandes errores, es seguro que, en general, tanto unos como otros se hayan sustentado en las palabras, las adecuadas o las inadecuadas. Y, siguiendo este razonamiento, seguro que todos tenemos un momento al que querríamos volver, para pronunciar aquello que no pronunciamos, o para no pronunciar aquello que pronunciamos. Aun así, aún reconociendo la reciprocidad de lo omitido y lo pronunciado, yo he llegado a la conclusión de que las palabras siempre hacen más daños que los silencios, por más que haya silencios verdaderamente dañinos.

A fin de cuentas, la interpretación del silencio casi siempre es subjetiva, mientras que las palabras, en muchos casos, no dejan espacio a la interpretación, sobre todo cuando son pronunciadas como arma arrojadiza y, en este caso sí, influidas por el contexto y la intención.

De cualquier modo, es muy lamentable que una palabra mal dicha, o mal interpretada, pueda tener consecuencias tan devastadoras y duraderas en el devenir vital de quien la pronunció o quien fue blanco de ella; una palabra puede borrar mil acciones, puede hacer olvidar mil momentos, mil bondades. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero no es cierto. La palabra es el arma más poderosa, la que más dolor puede causar y más puede destruir.

Ahora que he perdido la posibilidad de pronunciar palabras que no pronuncié, ahora que las palabras mal dichas resuenan en las noches de insomnio, ahora que le hablo al vacío, a la nada, con la esperanza de ser escuchado, solo puedo pedirles que midan sus palabras, que no hagan daño por prepotencia, por altivez, por desidia. Y que si aún están a tiempo de pronunciar eso que tantas veces han estado a punto de decir, lo hagan cuanto antes, porque cuando menos lo esperamos, se terminan los mañanas, se terminan las oportunidades, se terminan los después, y no te queda más que hablarle a una habitación vacía, a una foto o a una piedra.

“Serás esclavo de tus palabras, y yo señor de mis silencios”. (Anónimo).

@elvillano1970


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