El conocido cuento sobre el viejo que camina de pueblo en pueblo junto a un niño y un burro ilustra claramente lo que deseo transmitir: cuando los tres personajes (incluso el burro) pasaron por el primer pueblo, muchos se rieron y burlaron a carcajadas porque ni el anciano ni el niño montaban el burro, pues parecía lógico que, al menos, el viejo lo hiciera. El anciano hizo caso a las críticas y se montó en el animal.

Cuando pasaron por el siguiente pueblo, mucha gente se escandalizó porque el anciano montaba al burro y el niño, tan joven y frágil, caminaba cansado. Por hacer caso a lo que decía la gente, el anciano cedió su puesto al niño y, al pasar por el siguiente pueblo, la gente volvió a criticarlos porque esta vez era un niño joven y fuerte quien montaba al burro, forzando al anciano a caminar. Como se dejaron afectar por lo que decía la gente, el niño y el viejo decidieron montar ambos en el burro para aprovecharse de que tenían aquel medio de transporte. Al pasar por el siguiente pueblo, la gente volvió a criticarlos por agotar al pobre animal. El cuento tradicional termina con la muerte del burro, pero lo que interesa aquí es bastante fácil de entender: la gente va a murmurar siempre, sepan o no sepan qué es lo que sucede.

Si se habla es porque se habla; si no se habla es porque no se habla; si se hace, es porque se hace, y si no se hace, es porque no se hace. Sobre cualquier cosa, en fin, murmurará siempre alguien. Por eso es interesante recordar lo que dice Sócrates en Critón sobre las opiniones de los demás: nos deben importar solo las de ciertas personas; las de esas que saben lo que sucede y son competentes para emitir una opinión. Así, si uno es gimnasta importará la opinión del entrenador, dice Sócrates, porque él es quien conoce a su discípulo y el deporte que practica.

Sucede, además, que la percepción que se tiene sobre alguien suele cambiar una vez que uno se acerca y le conoce. Si uno se adentra en su mundo interior, en sus intenciones reales y circunstancias de vida, se da cuenta de que antes de conocer a la persona sabía muy poco sobre ella, pues no es lo mismo “saber de oídas” que conocer al otro en la intimidad.

El cuento del anciano, el viejo y el burro ayuda a visualizarnos desde la perspectiva de estos tres personajes, así como desde la de la gente que critica y se burla de ellos. Por una parte, las opiniones deben importarnos cuando vienen de quien importa. Además, en el fondo es uno quien conoce las verdaderas razones de lo que hace y quien camina la propia vida. Por otra parte, cuando el deseo de conocer a alguien es sincero, se produce el acercamiento a la persona, porque ella es siempre la fuente original. Quedarse observando de lejos sin acercarse, sería lo más parecido a hablar de un rostro sin vida, de una pintura sin perspectiva ni profundidad. Es quedarse sin saber nada, emitiendo juicios al aire.

Centrarse, además, en la vida de los otros deja en evidencia no solo que no se tiene vida propia, sino que el autoconocimiento es bastante escaso, pues si uno se esmerara en adquirir las virtudes que nos parece que otros no tienen, como dice san Agustín, dejaríamos de ver sus defectos porque tampoco los tendríamos nosotros.

El mundo sería distinto si todos hiciéramos un poco de silencio para examinarnos mejor. La Navidad es un buen momento para hacerlo.

 


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