El tema de la apertura de la frontera con Colombia ha dado mucho de qué hablar. Surgen expectativas. Luego de años de cierre, al menos de cierre estatal y oficial, son diversas las expectativas que se generan sobre esta novedad en la política venezolana.

Y este es tal vez el primer punto sobre el que hay que hablar. La política venezolana. ¿Constituye realmente la apertura de la frontera colombo venezolana un gesto auténticamente de cambio político? ¿Por qué ahora y no con anterioridad? ¿Qué elementos hicieron que el gobierno venezolano decidiera acceder a abrir la frontera con el hermano país?

Este aspecto debe resaltarse. Si bien una frontera es de dos, y la historia de los linderos entre Colombia y Venezuela es larga y dilatada, se debe recordar que, al menos en la data reciente, fue el gobierno venezolano el que en el año 2015 decidiera cerrar la frontera con su país vecino. Posteriormente, es en el año 2019 cuando se rompen relaciones diplomáticas con Colombia, en medio de la crisis que se generó en aquel año por el efecto Guaidó.

Lo cierto es que hoy el propio gobierno venezolano pareciera estar dando un giro de timón sobre este particular. Pero un giro que muy probablemente haga a regañadientes y no por convicción, y que de paso vende al mundo con una narrativa de victimización. Entiéndase: la apertura es un beneficio que recibe del “pobre” gobierno venezolano, víctima de un aislamiento terrible bajo el cual sucumbe (o lucha) el pueblo venezolano.

Si bien Venezuela se encuentra bastante aislada, importante es recalcar que ello obedece en buena cuota a la propia responsabilidad y decisión del gobierno venezolano. El aislamiento le dio a la administración Maduro carte blanche para mayor arbitrariedad y abuso de poder, por lo cual le era necesario. El aislamiento deja de ser conveniente cuando pone en jaque a los hilos del poder y su coalición. De allí que una tímida apertura se permita como elemento profiláctico. No pone en entredicho la permanencia en la corona de quienes toman decisiones.

La apertura hacia Colombia, sin embargo, no está exenta de polémicas y claroscuros. La muestra más fehaciente de esta premisa se halla en el tema de la aviación comercial. Todo indicaba que, champaña en mano, se celebraría el retorno de los vuelos Caracas-Bogotá. Celebración, no por el hecho de que se puede -y se debe- aspirar a más, sino que precisamente en un entorno tan cerrado ello constituía un rara avis en el horizonte. Cuando menos un objeto curioso en el boticario que sobre el cual merecía la pena posar los ojos.

Pero, inexplicablemente -o tal vez con muchísima coherencia- la presunta apertura aérea se postergó. Y se postergó más allá de las declaraciones de voceros oficiales que indicaban lo contrario. Hoy es francamente un misterio, y son variadas las dudas y se abren las puertas del escepticismo. ¿Qué detiene la apertura de los vuelos que tanto se cacareaba? Vuelve el Estado venezolano a su visión monopólica, del todo o nada, en la que la apertura, o la presunta apertura, no es más que una forma de continuar su batalla revolucionaria y la consecución del poder por otros medios?

Al menos en teoría, una eventual reapertura funcional de la frontera sería beneficiosa para los ciudadanos venezolanos y colombianos. Implicaría no solo el respeto a derechos básicos como el libre tránsito y desenvolvimiento de la persona, sino que también tuviera un impacto positivo en la balanza económica. La apertura de la frontera generaría mayor dinamismo en la economía venezolana: más puestos de trabajo, mayor ingreso de bienes y servicios, más incentivos para la existencia de competencia y opciones al consumidor en el entramado empresarial.

Hasta la fecha, sin embargo, este guion se mantiene en suspenso. No bastan las declaraciones de apertura cuando el elemento que sigue es una conducta aislacionista y arbitraria. La misma historia a la que nos tiene acostumbrado el gobierno desde hace más de dos décadas. Mucho ruido y pocas nueces.

 


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