La primera gran novedad tiene que ver con las características del Cardenal Bergoglio, de origen argentino y jesuita, y el hecho de haber asumido el nombre de Francisco.

La otra novedad, después de muchos siglos en la historia de la Iglesia, es la coexistencia de dos Papas. Tras la renuncia del papa Benedicto XVI, convertido en Papa emérito, fue electo el cardenal Bergoglio, y como él mismo dijera en su primera bendición apostólica, venía de los confines del mundo. Con ello quería resaltar, por un lado, la Iglesia de las periferias y, por el otro, el nuevo ecumenismo, que durante todo el siglo XX se había ido adaptando y asumiendo una Iglesia menos eurocéntrica.

Esto, dicho de manera simple, expresa quizás el fenómeno más importante, junto con el Concilio Vaticano Segundo, de la Iglesia contemporánea.

El otro gran desafío, y que el papa Francisco ha asumido con coraje, son las propias novedades que trae el siglo XXI, el portentoso desarrollo de la tecnociencia y todas sus implicaciones a nivel local, nacional y global.

Igualmente, la visibilización, cada vez más activas y protagónicas, de las llamadas minorías identitarias; las siempre presente pobreza y desigualdades, las amenazas a la paz y la terrible sombra de la destrucción nuclear.

No es poca cosa la época que le ha tocado al papa Francisco, y a ello hay que sumar las tensiones y dificultades internas de la propia Iglesia, la vieja dicotomía entre la Iglesia institucional constantinista y la Iglesia de frontera evangelizadora y profética.

Otro aspecto para destacar es el proceso de desacralización de la figura del Papa, a mi juicio un intento consciente de sencillez y cercanía a la gente, y en particular a los más humildes: no podía ser de otra manera en un Papa que adoptó el nombre profético del pobre de Asís. En este empeño, sin lugar a duda, que lo ayuda su condición de latinoamericano, una cultura en la cual las relaciones humanas y sociales son más espontáneas y menos rígidas.

También lo ha hecho a través de la vestimenta, simplificada al máximo, inclusive en el ceremonial, y el hecho mismo que haya asumido como su residencia y principal sitio de trabajo dentro de la ciudad del Vaticano, pero una residencia para sacerdotes, a la cual él frecuentaba en sus viajes a Roma.

En la mejor tradición del papa Juan Pablo II, mantuvo la necesidad de los viajes y la presencia física del Papa en lugares emblemáticos de la compleja realidad geopolítica del mundo actual.

También es importante destacar el sentido sinodal que se ha empeñado en impulsar en las estructuras y en la toma de decisiones importantes.

Igualmente, entre las cosas a destacar, pienso que el encuentro eclesial sobre la Amazonía y su compleja problemática marca un hito con respecto a una Iglesia que necesita y quiere comprometerse con los grandes desafíos de los tiempos actuales.

No es por azar que el papa Francisco se haya estrenado con la Encíclica Laudato Si (Casa Común), una profunda reflexión sobre la problemática que afronta la humanidad actual, básicamente en el ámbito ambiental, y los riesgos que allí están implícitos, y la encíclica Fratelli Tutti (Hermanos Todos) en donde el foco principal de atención está en las condiciones de vida del habitante de esa tierra maltratada.

Los derechos humanos, las condiciones materiales de vida y la calidad de vida de la gente se convierten en preocupación lacerante del pontífice, que se ha abanderado del clamor de los oprimidos de la tierra.

Ya cubierta una etapa de diez años, el papa Francisco luce vigilante y atento en su papel de pastor y guía de una Iglesia universal que quiere reflejarse y encarnarse en cada pueblo y en cada cultura existente.

Tal como lo proclamó el Concilio Vaticano Segundo, la Iglesia está en la historia y camina con ella, y si alguien lo ha entendido muy bien, es el papa Francisco. Por ello está dispuesto a asumir cualquier riesgo y no es casual que su conducta, palabras y acciones a veces confundan y casi siempre creen polémica.


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