Tiempo ha que las críticas negativas de expertos y el común a las Naciones Unidas han ido en aumento por los cada vez más escasos resultados que exhibe la organización frente a los mandatos que le ha dado la comunidad internacional, tendencia que parece irreversible a estas alturas del siglo. La decisión que tomó el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de congelar la cuota que le corresponde en la Organización Mundial de la Salud -“Hoy ordeno a mi gobierno suspender los fondos a la OMS mientras reviso su conducta y su grave manejo y encubrimiento de la expansión del coronavirus”, anunció el 14 de los corrientes- pareciera ser el inicio del debilitamiento que pueda llevar al colapso o la eventual desaparición del sistema tal como lo conocemos hoy.

Las razones para afirmar lo anterior se pueden resumir en dos vertientes:

Intrasistema: La dirigencia de izquierda en la ONU, que va desde su Secretaría General hasta los directores de sus principales órganos como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la Organización Internacional para las Migraciones, el Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura,  la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura y la Organización Mundial de la Salud, nos lleva a preguntarnos ¿si los dirigentes de gobiernos socialistas han fracasado en su mayoría en lograr una buena gestión en sus países, serían diferentes sus resultados en la gobernanza global? La respuesta parece obvia y así lo está demostrando la conducción errática y parcializada que ha tenido el doctor Tehdros Ghebreyesus. El otro asunto, o consecuencia de lo anterior, es la semiparálisis presupuestaria del sistema debido a la excesiva burocracia o falta de pago de las cuotas que corresponden a los Estados miembros. El presupuesto con criterio de crecimiento nominal cero se subsana con donaciones voluntarias que no siempre son suficientes y en los actuales momentos los flujos financieros para combatir el covid-19 vienen de otros actores como el G-20, Unión Europea, Estados y particulares.

Extrasistema: La habitual confrontación de Estados Unidos con Rusia y China ha mantenido paralizada la toma de decisiones en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el órgano encargado de velar por la paz y seguridad internacionales hasta el extremo de que en la reciente reunión con motivo de buscar un acuerdo para lograr una estrategia frente a la actual pandemia no hubo entendimiento a pesar de la gravedad de una situación que afecta todo el planeta sin distingo de ninguna índole. Si un asunto que desde la racionalidad que nos indica la supervivencia debe ser tratado en un marco de cooperación, coordinación, solidaridad y entendimiento no logra un consenso ni un acuerdo, qué queda para lo demás. Por otra parte, desde la Guerra del Golfo, una ausencia de veto en el Consejo que le costó millones de dólares a Estados Unidos, han surgido voces en el Senado de ese país solicitando que se considere la pertinencia de seguir perteneciendo a una organización cuya cuota en el presupuesto –cerca de la cuarta parte–no se compadece con los beneficios obtenidos. Dichas voces de resurgir en estos tiempos tendrían un oyente atento en Trump, quien ratifica una vez más su desprecio al multilateralismo y actúa cada vez con mayor prepotencia en su ruta casi segura a una reelección.

Otro elemento que debe ser tomado en cuenta ha sido la ralentización de las llamadas olas democráticas en el planeta. Los cuestionamientos al menos malo de los sistemas de gobierno, como fue calificado por Churchill, ganan cada vez más adeptos y es por eso que las dos terceras partes del mundo que califican desde dictaduras hasta “híbridos” cuando actúan dentro del sistema ONU crean distorsiones a la legitimidad y “moralidad internacional”, en muchos casos basados en una solidaridad automática que hace aparecer a la organización en su conjunto como disfuncional. Ejemplo de ello lo tenemos en los No-Alineados que pareciera que su única utilidad es “alinearse” como en el caso de la escogencia de Venezuela a un puesto en el Consejo de Derechos Humanos.

Toda vez que pareciera impensable un mundo sin gobernanza global, ya se han asomado opiniones  y propuestas acerca de un nuevo liderazgo y un nuevo sistema. En el primero de los casos, sin duda, Angela Merkel figura descollando frente a Trump, Putin o Xi Jinping. Tendremos un panorama más claro al final de esta pandemia que esperemos sea pronto. Por otra parte, se piensa también en nuevas formas que moldeen un orden mundial diferente. Como lo plantea el ex embajador Víctor Rodríguez Cedeño en un artículo de este mismo diario, titulado “Hacia un nuevo orden mundial«, del 31 de marzo de 2020: «Los Estados deben promover un texto internacional que vaya más allá de una simple Declaración de Principios, más bien, en un texto normativo, en decir, vinculante para todos, que más allá de la Carta de las Naciones Unidas, hasta ahora considerada la Constitución Mundial, con base en la cual se ha elaborado el sistema internacional, político y jurídico, permita una organización más solidaria”. Yo agregaría que esa sería la base para la perentoria reformulación de la estructura existente o la creación de una nueva.

Justificada o no, la intempestiva y exagerada, por no decir inconveniente, decisión de Trump no solo afecta de manera dramática el manejo de los programas en la OMS –entre ellos el esperanzador ONU-SIDA– sino que pone en entredicho el sistema en general de la organización si recordamos la también retirada de Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos. Las reacciones no se han hecho esperar, ya Guterres ha declarado lo desacertado de retirar los fondos de la cuota correspondiente a la OMS, aunque su voz no pareciera tener peso alguno cuando la eleva ocasionalmente desde su letargo al frente de la Secretaría General.

Es difícil predecir cuál será el nuevo orden mundial que surgirá, pero sí aspiramos a que los avances logrados después de la Segunda Guerra no se pierdan como el respeto a los derechos humanos, asediados en la actualidad por el combate contra la epidemia, aunque en algunos casos quizás las razones sean diferentes a la seguridad sanitaria, con el peligro de que puedan prolongarse indefinidamente. Valores como la solidaridad y la cooperación deberían ser los fundamentos que guíen los esfuerzos de coordinación en una futura sociedad internacional.

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