El secretario general de la ONU, António Guterres, fue recibido el martes 27 de abril en Moscú por el presidente de Rusia, Vladímir Putin, con quien abordó la situación humanitaria en Ucrania tras dos meses de invasión armada rusa en la gira diplomática  que comenzó  en Ankara y culmino en Kiev con el objetivo de: “poner fin a la guerra cuanto antes y crear las condiciones para terminar con el sufrimiento de los civiles”. 

Dicha visita, que pareciera ser lógica, normal y necesaria en este contexto, merece dos consideraciones mas allá de sus loables intenciones: 

El secretario general actúa o reacciona tarde en extremo puesto que la invasión ya ha cobrado decenas de miles de vidas, la mayoría de ellos civiles, ha causado destrucción material indiscriminada e innecesaria, se han producido crímenes de guerra y probablemente genocidio, éxodo masivo, uso de armas prohibidas y consecuencias graves, por ahora evidentes en el ámbito europeo, pero que con seguridad tendrá alcances mundiales. Igualmente el retardo frente a la actuación del Consejo de Seguridad, aunque nula por el veto ruso, y  la de la Asamblea General con dos condenas políticas y morales a la invasión a pocos días de iniciarse el conflicto. 

La Carta de la ONU establece que su función principal es la de preservar la paz y seguridad internacionales y es explicita en cuanto a la resolución de los conflictos por medios pacíficos o mediante el uso de la fuerza.  Los asuntos de derecho humanitario, agendados por el SG en su gira, contemplados en las Convenciones de Ginebra y sus protocolos adicionales son competencia de la Cruz Roja Internacional, la cual tiene la experticia de larga data para gerenciar y coordinar la asistencia a las víctimas en un conflicto armado. Por tanto, las imágenes del SG observando las fosas comunes en Ucrania me hicieron recordar una frase un tanto lapidaria acerca de la disminución de sus funciones y competencias: «La ONU ahora pareciera que solo tiene  actividades forenses: contabilizar victimas e informar las causas de la muerte».  

Ahora bien  ¿qué nos revela o reafirma esta visita? La pérdida de la importancia de las Naciones Unidas en la resolución de los conflictos agravada por la dirigencia de la figura más deslucida e incompetente que ha tenido en toda su historia la SG, lo cual me permito constrastarlo con dos experiencias que tuve como funcionario diplomático del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela en el contexto de las operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU. 

En verano de 1993 participé en un seminario patrocinado por la fundación norteamericana Centro de Estudios para la Paz, el cual se realizó en Viena-Austria a pocos cientos de kilómetros de donde se desarrollaba el conflicto de Bosnia-Herzegovina. Con la guerra en pleno desarrollo un grupo de diplomáticos analizamos las actividades de la ONU correspondientes a peace keeping, peace making and peace building operations, es decir, la actuación antes, durante y después del conflicto para garantizar la paz y seguridad internacionales. A través de los expositores, funcionarios de la organización y diplomáticos acreditados en el terreno, pudimos conocer de primera mano los esfuerzos llevados a cabo que finalmente dieron como resultado el fin del conflicto, el enjuiciamiento y castigo de los perpetradores de crímenes de guerra y genocidio, así como el proceso diseñado para la etapa posconflicto fundamentado en las medidas de fomento de la confianza entre las partes. En ese momento Venezuela tuvo una participación protagónica a través del embajador Diego Arria, quien era el representante en Nueva York. 

La otra oportunidad de tener contacto  con una operación de este tipo fue en el periodo de 1998-2000 como Encargado de Negocios a.i de la Embajada de Venezuela en Haiti a  la vez que representante en el Grupo de Amigos de Haití de la ONU (Estados Unidos, Francia, Canada, Argentina y nosotros).  La coordinación permanente con la Misión de Paz (Minuha), de carácter militar y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo no solo garantizó el cese de la violencia política producto del golpe de Estado que derrocó al expresidente Aristide, sino también logró importantes avances institucionales como la formación de la Policía Nacional de Haití, del sistema judicial y el electoral, entre otros. Igualmente en esos tiempos otro venezolano, el embajador Enrique ter Horst, dirigió de manera destacada la Minuha. 

Sin desmerecer los logros que pueda obtener el señor Guterres en la resolución de asuntos graves producto de la invasión rusa, el lector podrá deducir que hubo tiempos en los cuales la ONU se preocupaba y ocupaba y que quizás el conflicto actual sea un punto de inflexión para un cambio de paradigma en la gobernanza global que de como resultado instituciones sólidas, ágiles, eficaces y eficientes para la resolución de los asuntos de la paz y seguridad internacionales y no ensayos gatopardianos como lo ha sido el cambio de Comisión a Consejo de los Derechos Humanos cuyos resultados están a la vista.

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