Escribir este texto es algo muy especial para mi persona. No se trata de cualquier farmacia de la época del pasado siglo, en la que los negocios de farmacias o boticas, como las llamaban en la Caracas de antaño, estaban presentes y cumplían una labor de mucha responsabilidad relacionada con la cura de enfermedades, a través de las receturas o fórmulas que indicaba el médico. Estas memorias a las cuales me refiero corresponden al legado que dejó una de las más famosas farmacias de la Caracas entre los años treinta y sesenta. Se trata de la Farmacia Herrera, que funcionó en el este de Caracas, específicamente en Chacao.

Cuando señalo que es algo muy especial es porque los fundadores de dicha farmacia fueron mis abuelos maternos: Heriberto Herrera y Luisa Margarita Mejías, de quienes guardo un dulce, cariñoso y  amado recuerdo. No obstante, mi recuerdo y orgullo familiar se acrecientan porque este legado está plasmado en un libro titulado La Farmacia de Antaño, escrito por un gran intelectual, escritor, poeta y de paso, pintor, además de haber sido un gran profesional como farmacéutico. Me refiero a Heriberto Herrera Mejías, el hijo mayor, quien siguió los pasos del padre que conformó una bellísima familia de ocho hijos que crecieron en un ambiente de solida unión familiar, espiritual y de humildad,  pero a su vez revestido de sabiduría por parte de los “viejos Herrera “, como se les decía cariñosamente. La Farmacia Herrera fue el reflejo de esa gran unión familiar.

En la época de la Caracas de los años treinta, con 250.000 habitantes, en la cual ya se avizoraba el inicio de la era petrolera, el comienzo de un desarrollo urbanístico tanto en el oeste  como en el este de Caracas, y en los últimos años de la férrea dictadura de Juan Vicente Gómez, es cuando la Farmacia Herrera inicia su extraordinaria labor, desarrollándola en la apertura democrática en Venezuela tras la muerte del dictador. Esta preciosa labor dura 34 años, en medio de la cual Venezuela vuelve a caer en manos de una dictadura, la de Pérez Jiménez. No obstante, se mantuvo prestando sus servicios hasta el año 1965, época en la cual ya existían laboratorios farmacéuticos con sus productos patentados y Venezuela volvía a vivir plenamente, desde 1958 la era democrática, pero lastimosamente por solo 42 años más.

De las memorias y recuerdos felices que conllevaron a una vida productiva y plena también está la felicidad en el presente y de eso se trata lo reflejado en ese maravilloso libro. La dinámica en dicha farmacia era increíble. La principal actividad era las receturas y fórmulas prescritas, y que eran  responsabilidad del farmacéutico o boticario, como se le llamaba en la Caracas de comienzos del siglo XX., “El corazón de  una buena farmacia es  la recetura”,. como dice el autor del libro. A la Farmacia Herrera llegaban prescripciones de famosos médicos de la época. Muchas afecciones se trataban con base a estas fórmulas preparadas y que ofrecieron en su época el alivio a muchísimas personas. Uno de los ejemplo más llamativos era el de curar la gripe, la cual era una afección muy común en esa época y que consistía en una preparación medicinal que se utilizaba, conocida como “Lamedor” caracterizada por un combinación de ingredientes medicinales como el benzoato de sodio, tiocol, clorhidrato de amonio, acetato de amonio, tintura de canela y otros más, para ser mezclados en forma de jarabe. Pero también se elaboraban preparados medicinales, como por ejemplo para las afecciones de la piel, entre las que destacaba la “culebrilla “o herpes zoster, en la que se prescribía el zumo de la yerbamora.

Los tónicos y reconstituyentes era productos muy buscados. Uno de los más conocidos era “la fitina”, la cual fue uno de las primeras medicinas patentadas que llegaron a la farmacia. Esta era muy solicitada por los  estudiantes de la época  para revitalizar el cerebro en la cercanía de los exámenes finales. Se elaboraban fórmulas para afecciones digestivas, mareos, vahídos, los nervios, y hasta hierbas o especies que se dispensaban en pequeñas bolsitas  como las “flores de romero”, las cuales se utilizaban, según la creencia popular, para el mal de ojo.

Una gran sabiduría y habilidad se reflejaba en aquella recordada Farmacia Herrera. Prestó un gran servicio a la comunidad en muchos aspectos, en la Caracas añorada de esos tiempos y que Heriberto Herrera Mejías, quien ya no está con nosotros, ha plasmado en este maravilloso libro, tal como lo manifestó en su añoranza: “El recuerdo de mi antigua Farmacia Herrera, con sus estantes llenos de patentados, muchos ya desaparecidos, su mostrador, su recetura, y su rebotica llena de frascos y potes que producían un misterio encantador en la clientela ,y sobre todo el aroma a hierbas y sustancias químicas, está vigente en mi memoria como si aún lo viviera”.

@mariayanesh


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!