Carlos Sánchez Berzaín

En una interesante investigación, la profesora de la Universidad de Barcelona María Trinidad Bretones escribe que “una ola de democratización” es el tiempo durante el cual se arraigan de manera consecutiva diversas transiciones de una dictadura a una democracia, siendo determinante que la vigencia de la primera supere, por lo menos, en igual tiempo, a la última”.  La académica reitera el parecer de Samuel Huntington, distinguido académico de Harvard.

Para la profesora la “Contraola 1922-1942” es iniciada por Mussolini raspándose a la democracia italiana, por demás, corrupta. En ella se anotan, también, las de Portugal (1926), Brasil y Argentina (1930), la alemana por Hitler (1933) y la española en el 36. A la marejada democrática le sopla el viento de “La ocupación aliada”, en Alemania Occidental, Austria, Japón y Corea y por lo que respecta a América Latina en Uruguay, Brasil, Costa Rica (1940). Hace referencia, asimismo, a la que califica como “Contraola # 2” que se inicia con “el autoritarismo de Lima” (1962), los golpes militares en Brasil y Bolivia (1964), Argentina en el 66, Ecuador en el 72 y los gobiernos castrenses en Santiago y Uruguay. Las décadas 1960/1970 tipificadas por: 1) 13 golpes de Estado (1962) y 2) 38 en el 75. “La antidemocratización”, pues, es la “Reina”. Se le concibe como una especie de “panacea”. El militarismo es vendido como el “remedio” para aliviar los efectos contraproducentes de “decisiones colectivas del pueblo, a través de sus representantes. Esto es, en “democracia”. Razón para la vigencia de “la gendarmería necesaria”.

Es por consiguiente útil tomar en cuenta, en lo relativo al desarrollo y consolidación del proceso democrático, el por qué de su variabilidad. En palabras más comunes, qué ha incidido en la democracia para tantos “bandazos” como velero en un mar innavegable. No es desacertado señalar que destacados analistas califican la “definición formal”, a que se ha hecho referencia, planteando que la democracia demanda y bastante más allá de apreciaciones literales. En visita del jurista italiano Luigi Ferrajoli a la Universidad de Chile, lo dejó así acotado, “a la democracia ha de mirársele, no únicamente, como axioma”. Admitió, por supuesto, que los derechos fundamentales constituyen una determinante, provechosa e impostergable limitación y control al poder político, pero remarcando que la definición formal no es suficiente, porque si bien da cuenta de un conjunto de reglas del juego, «no explica nada con respecto al último».

Al constitucionalismo, para el académico, no puede interpretársele únicamente como un legado jurídico del pasado. Es, particularmente, un programa para el futuro, porque los derechos estatuidos en el Texto Constitucional no han de limitárseles a ser garantizados. Es determinante que se les satisfagan. O sea, que se le hagan realidad. Estimamos que Ferrajoli coincide, por lo menos, parcialmente, con la apreciación según la cual “el régimen político” comprende: 1. La solución de problemas entre el pueblo y el Estado y 2. La forma en que la sociedad es gobernada. En consecuencia, una democracia verdadera abarcaría ambos aspectos a través de sus variados procedimientos y mecanismos. Esto es, según entendemos, lo formal y lo sustancial. Así lo reafirma, también, José Morande Lavin, en Chile (De la transición a la consolidación).

Esta evaluación pareciera compartirla, igualmente, María Trinidad Bretones al definir la transición como el espectro para «debate público, los procesos políticos y la atenuación de la censura», pero con la advertencia de que no aseguran necesariamente el establecimiento real de la «democracia”. Y según el filósofo Robert Dahl a “la forma de gobierno en la cual el poder político recae en varias personas, “la poliarquía”, alternativa para este american political theorist de Yale University.

En el complejo escenario para edificar una democracia sincera, las hipótesis, pues, de una gran diversidad: 1) Los dirigentes autoritarios con la pretensión de ejercer el poder no deberían haber convocado a elecciones vs los grupos demandantes de la democracia a quienes se les cuestiona haber boicoteado las convocadas, 2) La dinámica electoral fue portadora del autoritarismo a la democracia; 3) La “revolucionaria” indujo de una forma de autoritarismo a otra; 4) Las élites políticas moderadas de los dos bandos se acuerdan con respecto a los términos como terminaría una dictadura, pero excluyendo a otros participantes, no obstante su legitimidad. Se acota como primordial, que cualquiera que sea la manera de poner término a la dictadura, se hace imprescindible: 1) Una transformación real de la estructura política y social dictatorial y 2. Las estructuras del movimiento democrático desactivados por el gobierno de fuerza, han de ser reconstruidas, lo cual es una encomiable pero difícil labor durante las transiciones. Se advierte, asimismo, que será lenta y compleja la recomposición de una “sociedad civil” y de “la cultura democrática”.

Un análisis de “las marejadas democráticas”, tal vez, las menos, pues pareciera que la mayoría han sido las opuestas, sería incompleto si no se hace referencia a “la ola más reciente”, lamentablemente, aquella de nuestros días. A la luz de las consideraciones que viene haciendo Carlos Sánchez Berzaín, director ejecutivo del Interamerican Institute for Democracy, un think tank privado sin fines de lucro cuyo objetivo es la promoción y difusión de los valores de la libertad, la democracia, los derechos humanos y la institucionalidad en las Américas, quien insiste en los denominados “narcoestados”, para hacer referencia a la penetración, control y conducción de gobiernos, partidos políticos y sus militantes, parlamentarios y jueces por la industria y la comercialización de la droga y de una gama de actividades ilícitas. El político boliviano plantea que ese es el cáncer que en “la ola de hoy” corroe la democracia y de manera dramática. Agregando que la conflictividad política en América Latina tiene su principal fuente en la citada actividad, pues en ella se produce una monstruosa cantidad de droga con cuyo provento se alimentan los regímenes políticos y sus ductores.

Nos preguntamos, ¿seremos capaces de superar la tragedia? De no ser, qué haremos con “la ola rosa”, con respecto a la cual copiamos: “En el año 2005, la BBC reportó que de los 350 millones de suramericanos, tres cuartas partes vivían en países con «presidentes que se inclinan por la izquierda, elegidos durante los seis años precedentes. Y que «otro elemento común de la “marea rosa” es la clara ruptura con el Consenso de Washington de comienzos de la década de 1990, la mezcla de mercados abiertos y privatizaciones  impulsada por Estados Unidos. Se ha referido a los países iberoamericanos pertenecientes a esta tendencia ideológica como “The Pink Tide nations” (Wikipedia).

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@LuisBGuerra


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