Nos referíamos en nuestro último artículo a la Venezuela creativa, pujante y emprendedora, que aún ante las más complejas circunstancias, se mantiene no solo en pie, sino aportando soluciones creativas para ir más allá de la mera subsistencia, por lo que aún contra corriente, no paramos de ver a emprendedores que se abren paso en tales circunstancias, en lo que bien afirmamos, es una muestra de lo que es la llamada Economía Naranja. Sin embargo, aún con lo positivo de ese espíritu del venezolano que despierta, lo cual a fin de cuentas es indudablemente una buena señal, es preciso mencionar lo que no está bien y que podríamos describir como las manchas de esa naranja.

Contrario a lo que generalmente se piensa, las creaciones no son únicamente una cuestión de inspiración derivado de eso que algunos llaman un chispazo, sino que más bien, crear, es el producto de un riguroso proceso de observación de una determinada situación, por lo general un problema que deba mejorarse o resolverse, al cual se le aporta una solución, usualmente precedida de una labor de investigación y desarrollo. Luego, emprender, aunque no necesariamente verse sobre la solución de problemas, si va en todo caso en la identificación de oportunidades y algunas veces vacíos en el mercado, pero, además, demanda una suerte de espíritu de aventura para lidiar con la incertidumbre. Así, la creatividad y el emprendimiento, ambos, se verían por supuesto favorecidos y potenciados de contar con un entorno mínimo favorable, el cual sin duda acá en estas latitudes, no solo está ausente, sino que en muchos casos tiende a ser disuasivo de cualquier iniciativa.

La economía creativa o economía naranja exige que los mínimos indispensables para su desarrollo estén presentes, comenzando por lo más básico que son los servicios públicos, continuando con los elementos normales de la modernidad como lo son las telecomunicaciones y la Internet; no sin dejar de lado la seguridad jurídica y la simplicidad de los trámites y procesos burocráticos para operar con libertad económica; todos los cuales en conjunto son los principales elementos con los que se construye el Índice Global de Innovación administrado anualmente por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), del cual, por cierto, no por casualidad Venezuela está ausente desde hace unos años.

Mientras no cambien las condiciones y se traduzcan en un ecosistema que en general promueva y favorezca el emprendimiento y la creación, el cultivo de la economía naranja estará limitado a aquellos con la mayor determinación y condiciones naturales de espíritu creativo y de riesgo, que no son pocos por cierto dada esa característica innata en el venezolano; sin embargo, apostar a ello como una política pública coherente, consciente y convencida de que allí está la solución para subir el escalón a la modernidad de la que estamos rezagados, es el objetivo por el que debemos apostar, empujar y trabajar todos quienes de alguna u otra forma estén vinculados a la economía creativa.

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