“¡Cuidado con las malas juntas!” Era la primera advertencia que le hacían a uno cuando salía para la calle. Vivíamos en el pueblito de La Quebrada Grande y bien sabíamos a quienes se referían los mayores cuando hablaban de las malas juntas. Una de las características de los lugares, esos espacios que pertenecen al territorio íntimo, es que todo es conocido, geografía e historia, y la cultura lugareña, su economía y sobre todo su gente.

Hay personas, familias o grupos que tienen un prestigio consolidado y son confiables. Tienen una larga fama de buenas personas, o de familias decentes y negocios respetables. En cambio, lamentablemente, hay las excepciones. Personas, familias e incluso pequeñas comunidades o negocios que se han ganado mala fama, por su reiterada mala conducta, porque son irrespetuosos, mal hablados, indecentes.

Juntarse con los buenos da excelente reputación, pues esas relaciones se imitan, se aprenden y entonces quienes tienen buenas juntas crean a su alrededor círculos virtuosos que generan lo que hoy modernamente se llama “capital social”, es decir agregan valor a las personas, familias y organizaciones humanas. En cambio, de las malas compañías se aprenden los vicios, las malas costumbres y hasta las buenas personas se pueden echar a perder.

De allí viene el conocido refrán: “Dime con quién andas, y te diré quién eres”, ya citado en Don Quijote de La Mancha de Cervantes. Si uno frecuenta a la gente decente, trabajadora y bondadosa, es lógico que te ganes la fama de decente, y que efectivamente los seas. Pero si alguien se la pasa con malas personas, con chismosos, delincuentes, borrachos y vagos, no puede pretender tener buena imagen. Y lo más seguro es que se le pegue lo mala gente.

Hoy en la globalización y todo ese océano de información, cuando todo es una aldea, sin tener la cultura local ni global, sabemos más o menos quienes son las malas juntas, sean locales o globales. Las redes se encargan de traernos las buenas y las malas juntas planetarias y vecinales, incluyendo los frutos de laboratorios mundiales y domésticos que fabrican los chismes hasta tal punto de la propia globalización está creando los detectores de noticias falsas, incluyendo las calumnias sobre personas y comunidades.

Pero incluso en esas inmensidades de información, es relativamente fácil distinguir las malas juntas, pues tampoco es tan sencillo ocultarse entre tanta averiguación, y resulta que hasta la gente famosa que debe dar buenos ejemplos, le salen sus cosas por allí y prestigios consagrados bajan al foso del desprestigio. También sirven estas conexiones locales y globales para mostrar los buenos ejemplos, las actitudes cotidianas o extraordinarias de gente, familias y organizaciones buenas.

Donde más se pone de manifiesto eso de las malas juntas es en la política y los negocios. En la política está bastante más claro el panorama de quienes juegan en el marco de la libertad, la democracia y la justicia, sin que caigamos en la ingenuidad de que son perfectos. Pero son más o menos claras las líneas que separan los regímenes autoritarios y corruptos de los libertarios y decentes.

En Venezuela unas referencias sobre las malas juntas, en general, la dan los indicadores de confianza. Según el Informe de Latinobarómetro, la mayoría gente confía en la Iglesia (74%), la mitad confía en los medios de comunicación privados, en las empresas privadas 40% y en el piso están el gobierno, la fuerza armada, el poder judicial y los partidos políticos. Son guías tanto para cuidarse de las malas juntas como para los propósitos de enmienda de los que son pocos confiables.

En el orden internacional el Índice de Percepción de la Corrupción publicado año tras año por Transparencia Internacional, da una idea de cuáles son las buenas y las malas juntas del orbe. Los 10 países con alta puntuación de transparencia son Dinamarca, Finlandia, Nueva Zelanda, Noruega, Singapur, Suecia, Suiza, Holanda y Luxemburgo. Los 10 países con más baja puntuación de transparencia son Turkmenistán, Guinea Ecuatorial, Libia, Afganistán, Corea del Norte, Yemen, Venezuela, Somalia, Siria y Sudán del Sur. En América Latina los mejores indicadores los tienen Uruguay, Chile y Costa Rica, los peores Venezuela, Haití y Nicaragua.

Si quieren un ejemplo de lo que puede ser un aquelarre de las malas juntas, vean los asistentes a la fiesta de toma de posesión por quinta vez del presidente de Nicaragua Daniel Ortega.

 

 


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