Por Cecilia Graciela Rodríguez Balmaceda y Francisco Sánchez 

El pasado domingo 20 de agosto, Ecuador y Guatemala celebraron elecciones generales en un contexto de violencia, inseguridad y un fuerte descontento ciudadano. Estos procesos, de gran relevancia para ambos países, instalaron en la agenda política algunas cuestiones cruciales para la región. Entre los asuntos destacados están el de la inseguridad, el modelo Bukele como solución y el surgimiento de actores políticos capaces de capitalizar el malestar de los ciudadanos.

Las elecciones en segunda vuelta de Guatemala dieron como ganador a Bernardo Arévalo, uno de los fundadores del partido progresista Movimiento Semilla surgido tras las protestas sociales que sacudieron al país en 2015. Arévalo se impuso con una amplia diferencia de votos (21 puntos) a la ex primera dama Sandra Torres, representante del partido conservador Unidad Nacional de la Esperanza (UNE) que intentaba por cuarta vez llegar a la presidencia.

Tras ganar la presidencia con 58% de los votos, Arévalo asumirá el cargo en enero y como principal reto deberá enfrentar a un sistema político y judicial corrupto que ha arrastrado al país centroamericano a una profunda crisis democrática.

Por su parte, Ecuador celebró elecciones generales anticipadas. Estos comicios se adelantaron a raíz de la activación del mecanismo constitucional de “muerte cruzada” por el presidente Guillermo Lasso, en un intento de evadir un juicio político que ponía en riesgo su mandato. Estos comicios estuvieron marcados por la violencia política perpetrada por el narcotráfico tras el asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio.

Los comicios dieron como ganadores a Luisa González (33,38% de los votos) candidata de izquierda respaldada por el correísmo, y Daniel Noboa (23,61%), candidato de la alianza Acción Democrática Nacional (ADN), un acaudalado empresario con poca experiencia política que fue la sorpresa de las votaciones. Al no lograrse una mayoría absoluta o 40% con al menos 10 puntos de ventaja sobre el segundo, el próximo 15 de octubre se llevará a cabo la segunda vuelta electoral. Quien resulte electo presidente, junto con el nuevo Congreso, asumirá funciones el 30 de noviembre, culminando el período de Lasso en mayo de 2025.

Como ya se anticipó, ambos procesos electorales dejan una serie de lecciones que necesitan tomarse en cuenta. En primer lugar, ambas victorias esconden debilidades a medio plazo, en el que la necesidad de forjar acuerdos entre Ejecutivo y Legislativo se torna en una necesidad imperiosa pero compleja que pone en evidencia las particulares características de los modelos de competencia partidista de las democracias de la región. Esta característica aunada a la forma de gobierno presidencial que permite que se elijan presidentes sin apoyo suficiente en el parlamento da como corolario escenarios políticos propensos a la desestabilización.

Aunque la victoria de Arévalo fue sólida, su gobierno está destinado a ser débil. Su partido cuenta con apenas 23 de los 160 diputados en un legislativo en el que los partidos tradicionales, liderados por el conservador Vamos, del presidente saliente Alejandro Giammattei, y la UNE, de Sandra Torres, registran una mayoría.

En el caso de Ecuador, el porcentaje de votos obtenido por Luisa González confirma que el correísmo tiene un voto duro muy fiel, que perdura con los años. Sin embargo, estas cifras revelan que el correísmo posee una debilidad manifiesta de cara a la segunda vuelta. No obstante, gane quien en gane en el balotaje y ocupe el Palacio de Carondelet, desde diciembre de este año hasta mayo de 2025, se enfrentará de nuevo a un Parlamento fraccionado.

De esta manera, otra vez hay un presidente electo y un o una potencial presidente que tendrán que gobernar sin contar con mayoría en el legislativo que les permita poner en marcha sus ambiciosos proyectos de reforma. Los conflictos entre las dos ramas son constantes en los dos países y llevan a la parálisis institucional o a que se posponga la aprobación de políticas públicas. Precisamente el enfrentamiento con la Asamblea Nacional fue el motivo para que el presidente Lasso adelante elecciones luego de haber conseguido aprobar solo tres proyectos de ley en tres años.

Se supone que la falta de mayorías legislativas se suple con acuerdos entre partidos fuertes; pero, y aquí otra lección de estas elecciones, en los dos países de los que estamos hablando hay sistemas de partidos altamente volátiles e inestables. Por ello, es necesario que ampliemos las miras para entender a los sistemas de partido altamente volátiles y dejemos de verlos como problema y los veamos más bien como una característica más.

Otra de las lecciones interesantes de estas elecciones es que no se impuso el bukelismo, que parecía ser una tendencia. Si bien es cierto que el notorio incremento de la inseguridad y la imagen de Bukele tanto en El Salvador como a nivel internacional, posicionaron ese tema en la agenda, los candidatos ganadores de las elecciones lo han hecho con una agenda más social y menos punitiva. En este sentido, tanto Ecuador como Guatemala, dos países desiguales no solo a nivel social y económico, sino también étnico, priorizaron estas preocupaciones antes que las políticas de “mano dura” para enfrentar la inseguridad.

Por último, cabe destacar el triunfo de candidatos que han sabido capitalizar el malestar ciudadano ante la corrupción generalizada del sistema político, frente a estructuras partidarias tradicionales o con una estructura política más sólida.


Cecilia Graciela Rodríguez Balmaceda es Investigadora del Instituto de Iberoamérica, Universidad de Salamanca. Profesora en el Área de Ciencia Política y de la Administración, Universidad de Burgos

Francisco Sánchez es Director del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca.

 


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