Después de conquistar el Oscar y el mundo con la poderosa Las horas más oscuras, el realizador británico Joe Wright toma un desvío conceptual en su carrera, bajo la forma de un ejercicio de estilo inspirado en La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock, desde el punto de vista de una mujer trastornada por el complejo de culpa, al ser responsable por la muerte de su familia en un accidente de tránsito, a raíz de un episodio de infidelidad.

Típico del moralismo puritano de castigar a la pecadora con un descenso a los infiernos.

El filme se estrenó recientemente en la plataforma de Netflix y divide las aguas de la crítica, entre un grupo de notables haters de la vieja guardia y un reducido contingente de entusiastas fanáticos del autor, quien siempre polariza con sus melodramas formalistas y pictóricos, a partir del éxito de sus famosas adaptaciones Orgullo y prejuicio”, Expiación y Anna Karenina al servicio de su musa Keira Knightley.

Con o sin ella, el director concede una especial importancia a los personajes femeninos de la tradición clásica, reinventándolos con los materiales humanos y técnicos de la contemporaneidad.

El cine de Joe Wright puede gustar más o menos, por los grados de pomposidad y artificiosidad solemne, pero resulta inobjetable el apasionamiento y la coherencia de su obra audiovisual en series, trabajos de encargo o largometrajes personales como Hanna y El solista.

En el futuro inmediato esperamos por su versión de Cyrano, recordando la mancha de la fallida relectura de Pan en el contexto de su trayectoria.

Cansados y saturados del contenidismo de las propuestas actuales, La mujer en la ventana se disfruta inicialmente como la revisitación de un creador experimentalista, cuyo primer propósito legítimo pasa por descubrir un método de elaborar la crisis del confinamiento, a través de los recursos del streaming.

Para ello cuenta con un presupuesto generoso y holgado, que le permite fichar a grandes luminarias de prestigio, de la talla de Amy Adams, Gary Oldman, Julianne More, Jennifer Jason Leigh y a dos de los protagonistas de Falcón y el Soldado de Invierno.

Por ende, solo el casting vende la producción, garantizando un admirable ensamble de talentos.

La fotografía, el montaje y la música despuntan por igual, orquestando la atmósfera envolvente de una madre agorafóbica y alucinada, que tiene problemas para distinguir a la realidad de la ficción.

Los desenfocados y los ángulos aberrantes, marca de fábrica de la casa, contribuyen a incrementar el clima de desasosiego de la dama en conflicto, la cual interpreta el propio encierro y la confusión temporal de los espectadores en la era de la cuarentena.

De modo que la cinta expone un juego de espejos y de sospechosos habituales, donde nos sentimos gratificados en el hogar de las abstracciones de Brian De Palma, Douglas Gordon y otros herederos del legado del maestro del suspenso.

De inmediato, el espectador queda atrapado en una suerte de museo alternativo del pánico, que plantea la vigencia de los argumentos y las imágenes del panteón universal, dentro del mundo esquizofrénico y aislado del presente.

Como enorme defecto, La mujer en la ventana se consume lentamente como una réplica cara y costosa de algo que fue verdaderamente retador e iconoclasta en las dos posguerras, cuando las distorsiones vanguardistas conquistaron al mainstrean, dinamitando la lógica narrativa, amén de las disrupciones siniestras de M, Vértigo y Psicosis.

El manierismo y el barroquismo venían a triturar el canon ortodoxo de Hollywood, ofreciendo un retrato de la psicología de unas masas enfermas y atribuladas por el existencialismo, el sentimiento de muerte y decepción que dejaron los fracasos bélicos.

La mujer en la ventana solo cumple con reciclar ideas, de una manera autoindulgente, cayendo en una retórica estéril y hasta reaccionaria.

La película se quiebra en el segundo acto, dando unas vueltas de tuerca insólitas y trilladas de telenovela, reforzando los estereotipos de la “loca” privilegiada, que debe superar un mar de dudas y dilemas violentos, para saldar sus deudas con el destino.

Una mecánica de golpes de pecho, gritos y giros supuestamente imprevisibles, que terminan por arruinar un simple proyecto de género.

Joe Wright ha rodado uno de los bodrios de 2021 y uno de los peores guiones en su vida.

Ojalá la invoque con su filme sobre el poeta narigudo y libertino de Francia.

El colmo del apropiacionismo posmoderno.


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