Tenemos a marzo encima y la oposición tiene ante sí el dilema de decidir si participar o no en las elecciones de gobernadores previstas para diciembre de 2021. A decir verdad, no es una decisión fácil, pues si bien existen importantes elementos que apuntan a la conveniencia de abandonar la postura abstencionista, hay demasiados aspectos de la organización y desarrollo del proceso electoral que no están claros todavía -elección del nuevo CNE, cese de la persecución y exilio de importantes dirigentes, recuperación de la legalidad de los partidos políticos, y un largo etcétera- y hacen que sea un asunto muy complejo sacar conclusiones claras de las ventajas y desventajas de acudir a los comicios.

Aquel viejo y sabio lugar común de que la política es dinámica y cambiante (el cual reúne y hermana a personajes tan disímiles como Bismarck y Lenin) aplica indudablemente en esta ocasión. En estos momentos  el contexto político es distinto, tanto en lo nacional como en lo internacional, al de mayo de 2018, cuando la oposición se abstuvo en unas elecciones presidenciales adelantadas, inconstitucionales e írritas desde todo punto de vista; así como es diferente al contexto de diciembre del año pasado, cuando se abstuvo después de ser anulados y expropiados la mayoría de sus partidos.

La estrategia -que podemos calificar de maximalista- que se adoptó desde 2019, al instalarse el gobierno interino de Guaidó, aunque tenía aspectos polémicos (principalmente el mantra dogmático adoptado) en general fue razonable si consideramos que se soportaba en un amplio apoyo diplomático de la comunidad latinoamericana e internacional, y, sobre todo, de la primera superpotencia del globo. Lo cierto es que el objetivo de producir el quiebre del bloque en el poder no se alcanzó -más allá de varias deserciones de funcionarios de alto rango, y del abandono del barco por algunas organizaciones sin mayor peso político pero con indiscutible relevancia simbólica, como el Partido Comunista- pese a las continuas menciones de Trump a un eventual uso de la fuerza y a la aprobación de sanciones cada vez más duras, con el consecuente aislamiento del régimen.

El hecho de que los objetivos no se hayan logrado, errores consabidos aparte, nos sirve como recordatorio de que el mundo ya no es el mismo de la segunda mitad del siglo XX, cuando bastaba que una de las dos grandes superpotencias moviera una uña para desplazar a un régimen díscolo o que representara cierta amenaza (de ese clima viene – ¿cómo olvidarlo?- la jocosa y sarcástica sentencia de que en Estados Unidos no había golpes de estado porque no existía una embajada gringa). Pero también nos indica, seguramente,  que la política exterior del populista líder republicano fue más voluntarista que otra cosa, y que estuvo lejos de ser coherente y eficaz; al punto que es de buena lógica suponer, a este respecto,  que marfiladas como las del 30 de abril y la oprobiosa “invasión” de Macuto, fueron  empresas amparadas y apoyadas por la bilis del catire del norte.

Pero la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca plantea, ostensiblemente, un nuevo escenario, que de cualquier manera condicionará de manera importante el rumbo y las decisiones en general de la oposición democrática, independientemente de que ya no estemos en los tiempos más rudos del bick stick. Si a los duros calificativos que han emitido sus voceros contra Maduro, y al anuncio de que se mantendrá la política de las sanciones, le sumamos la información de que se buscará coordinar más las políticas de presión con la Unión Europea, el Grupo de Lima y demás actores  de la comunidad internacional, puede afirmarse que se abre la perspectiva de una política exterior menos bulliciosa pero más envolvente y eficaz en el objetivo de doblegar a la dictadura. Biden, un veterano del establishment, que además de vicepresidente fue presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, puede aportar la experiencia y la coherencia que faltó en el período del voluntarioso pero errático Trump.

Dentro de este cuadro de cosas le toca ahora a la oposición decidir bajo qué condiciones mínimas vale la pena participar en las regionales (hasta el momento, solo de gobernadores). Siendo objetivos, no es mucho lo que se puede esperar: ya la ilegítima Asamblea Nacional ha iniciado el proceso de selección de un nuevo CNE, con la natural complacencia de los respectivos alacranes.  Después del baño de agua fría que ha recibido con los anuncios de Biden, es lógico y probable que el gobierno esté dispuesto a realizar concesiones importantes con vista a unas presidenciales en una fecha por determinar;  pero las regionales están, como dicen, a la vuelta de la esquina, y los tiempos de la negociación no dan para  mucho, sobre todo si sabemos lo tortuoso que ha sido el curriculum del régimen en esta materia. De hecho -aunque son muchas las cosas que pueden pasar a lo largo de este año – se percibe en el ambiente que Maduro buscará un  escenario lo más semejante posible al de las legislativas de diciembre pasado, filtrando selectivamente la participación de los opositores y poniéndosela muy difícil a las organizaciones de la unidad democrática.

Pese a ello, la oposición podría concluir, eventualmente, que participar -aún en las condiciones más adversas- le puede brindar, en principio, beneficios tangibles, traducidos no solo en la recuperación de algunos espacios de poder significativos (a sabiendas, cómo no,  de las limitaciones y sabotajes que interpondrá el régimen, protectores incluidos) sino también en la posibilidad efectiva de reactivar sus alicaídos aparatos organizativos, partiendo de antemano del hecho de que las elecciones regionales son mucho más atractivas que la legislativas y brindan la perspectiva de que los líderes locales y regionales -invisibilizados desde 2019 por una estrategia que ha puesto el acento en la obtención del poder nacional y central, el todo por el todo– den rienda suelta a sus legítimas aspiraciones de empoderarse en sus circuitos, reconectarse con los ciudadanos de a pie, y recuperar la desvanecida capacidad de movilización de masas.

Solo queda, en fin, además de estar atento a las señales -criptografiadas o abiertas- que mande el gobierno, poner el oído en la tierra, entiéndase, consultar a las estructuras partidarias, a la sociedad civil y a las fuerzas vivas resteadas con la recuperación de la democracia (gremios, empresarios, etc.) para tomar entonces la mejor decisión. Una de las cosas importantes que esperemos ocurra, es que la oposición deje de lacerarse, rumiendo fracasos nomás, cuando la verdad es que en estas dos décadas también ha tenido grandes aciertos e incluso ha protagonizado momentos memorables en la historia de las luchas sociales contemporáneas. De la misma forma, toca abrir los ojos y entender que aquello de que el gobierno se ha fortalecido no es cierto, o al menos es solo una verdad a medias, pues sus debilidades en el terreno social y en el económico siguen poniendo sobre el tapete su viabilidad en el corto y mediano plazo.

@fidelcanelon

 


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