Desde el punto de vista de la Psicología de las Masas, las epidemias como las que hoy enfrentamos suelen desencadenar un conjunto de conductas y emociones colectivas típicas de esta clase de fenómenos.

En este repertorio de reacciones suelen aparecer conductas colectivas adecuadas y adaptativas (como las expresiones de solidaridad social, episodios de generosidad interpersonal e institucional, la organización para aumentar la prevención o el orden para enfrentar los retos de la epidemia), las cuales permiten luchar con mayor eficacia contra la amenaza. Sin embargo, también es posible que se presenten conductas inadecuadas, como el aprovechamiento de las tragedias ajenas en beneficio propio, la aparición de pensamientos mágicos y rituales escapistas, comportamientos antinormativos (como saqueos y pillaje), la desesperación y la inacción, conductas de pánico, y la tendencia a percibir ausencia de control sobre la propia vida, lo que conduce a sentimientos de nula eficacia personal y de sumisión.

Por supuesto que las primeras son las deseables, pero las segundas son siempre posibles. Tratándose de conductas, y por tanto de fenómenos fundamentalmente producto del aprendizaje, en su aparición concurren factores culturales, históricos y coyunturales. Estos últimos, los coyunturales, se relacionan con el entorno social, económico y político presente al momento de la epidemia, así como con el comportamiento de las autoridades responsables. No es lo mismo un gobierno que privilegie la superación de la epidemia por encima de sus intereses políticos, a otro que busque aprovecharse de la situación para avanzar en sus planes de dominación y control social. La población lo sabe, y reacciona distinto ante ambas.

Lo importante es que siendo ambas conductas posibles, una parte importante de nuestras preocupaciones actuales debería estar dirigida a preguntarnos qué hacer para aumentar las probabilidades de aparición de las primeras y tratar de reducir la frecuencia de  manifestación de las últimas.

Debemos recordar que ante este tipo de catástrofe como la que hoy sufrimos, las personas suelen ser presa de ansiedad difusa, resultan más permeables a las influencias externas, y aumenta la sugestionabilidad y la emocionalidad, lo cual además potencia la creación y circulación de rumores como una forma colectiva de comunicación, de expresar y descargar tensiones, y como catalizadores de miedos y angustias colectivas. Se intensifican además los sentimientos de inseguridad, inestabilidad e incertidumbre.

En todo caso, lo que sí es cierto es que en tragedias como las que enfrentamos se  desarrolla una especie de lo que Freud en su obra La psicología de masas y el análisis del Yo llamaba “vínculos afectivos de identificación”, que dependiendo, por un lado, de cómo se conjuguen con las condiciones socioculturales y políticas presentes y, por el otro,  del modo cómo sean reforzados socialmente, pueden conducir a conductas irracionales e inadecuadas o, por el contrario, a conductas movilizadoras y adaptativas que contribuyan con la sana identidad social colectiva y con la reconstrucción del tejido social afectado.

El trabajo que inevitablemente tendremos que afrontar de pasar de la emergencia a la reconstrucción, de transformarnos todos de víctimas a supervivientes, va a depender ciertamente en mucho del impacto –positivo o no– de las medidas de política pública sanitaria que implementen las autoridades, y de las circunstancias económicas y sociales que resulten de esta catástrofe. Pero también va a depender de los conceptos culturales colectivos desde los que miremos esta desagradable experiencia, y del tipo de atribuciones causales que utilicemos tanto hacia la catástrofe como hacia nosotros mismos.

Tiene razón la gente cuando afirma que los desastres y calamidades suelen sacar al mismo tiempo lo mejor y lo peor de los seres humanos. Eso es verdad. Pero desde el punto de vista social macro, las características culturales de los pueblos pueden explicar la mayor o menor preponderancia de las conductas colectivas adecuadas y adultas. Y las características culturales que conducen a comportamientos exitosos se estimulan o no, precisamente reforzando estos últimos. Es necesario por tanto –y eso es tarea de todos– no hipertrofiar la frecuencia ni exagerar la importancia de ciertas esperables conductas inadecuadas por parte de algunos compatriotas, ni cometer el criminal error de querer usarlas como ejemplo de que “así somos los venezolanos”.

Sabemos que hay en algunas personas una moda muy perniciosa, estimulada interesadamente por quienes han gobernado a Venezuela durante las últimas dos décadas para así escurrir el bulto de su responsabilidad, en el sentido de echarle la culpa de todo a los venezolanos. Según esta interesada versión, los venezolanos no solo somos incapaces e ineptos (y por tanto requerimos siempre de una manu militari que nos conduzca y gobierne), sino que además somos culpables de lo que nos ocurre y débiles para superarlo.

Una de las víctimas eventuales y posibles de las catástrofes y las epidemias es la autoestima y autoimagen de la población. No permitamos que ello ocurra en nuestro caso. Las tareas de liberación democrática van a requerir una población fortalecida en su autoconfianza, en su capacidad para superar obstáculos y para salir de ellos con un saldo favorable de organización y confianza en sí misma.

Ante la esperable aparición de los dos tipos de reacciones ante la coyuntura, ayudemos a reforzar la importancia y frecuencia de las adecuadas y positivas –aquellas caracterizadas por la solidaridad, la generosidad, la organización, la valentía y la racionalidad adulta– no solo dándolas a conocer y difundiéndolas, sino ayudando con nuestras propias acciones a que ellas se multipliquen.

@angeloropeza182


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