En la institución militar conviven actualmente dos escuelas. Una, la de agosto de 1987 que esta asentada en los valores de la democracia en los profesionales sobre la base de la territorialidad y la soberanía; y el cumplimiento de los deberes constitucionales del artículo 328 en aquel entonces el 132. Esa histórica movilización militar hacia el noroccidente de Venezuela en lo que se constituyó el teatro de operaciones más importante de la historia militar del país. Allí se construyó un gran referente para todos los cuarteles como el del combate a la guerrilla y al golpismo de los inicios de la democracia. Alineados en torno a su comandante en jefe, los comandantes de división, de brigada, de batallón, de compañías, de pelotón, de escuadras, de la escuadra con todos sus navíos de superficie y submarinos, las bases aéreas, los comandos regionales y sus destacamentos se colocaron en correcta formación y con armas presentadas con el discurso conminatorio que la medianoche del 17 de agosto de 1987 el presidente le dirigió al presidente Virgilio Barco y los jefes militares colombianos para obligarlos a replegar a la corbeta incursora en el golfo de Venezuela. La puesta a proa del navío en dirección a aguas colombianas en la orden del CF Sergio García Torres y la desmovilización de todo el apresto al otro lado de la frontera fue una victoria en donde no se disparó nada, pero se estuvo a punto. Esa escuela en ese momento era mayoría dentro de las Fuerzas Armadas Nacionales, a pesar de que un minoritario grupo conjurado de generales y almirantes alentaba con un grupo de civiles notables una importante conspiración para cambiar el sistema político obtenido a partir del 23 de enero de 1958.

La escuela de agosto de 1987 es la que acompaña el juramento a Dios y a la república en presencia de la bandera nacional de defender la patria y sus instituciones hasta perder la vida; el mismo que está contenido en el himno del Ejército, que en una de sus estrofas expresa: “Y si el brazo extranjero se atreve, a infamar de este suelo el honor, antes muerte mil veces nos llegue que rendirnos al torpe invasor». Mucho antes de 1998 esa escuela formada en el honor derrotó a golpistas en el Barcelonazo, el Porteñazo, el Carupanazo y redujo los diez años de la violencia guerrillera alentada desde La Habana. La glorificación de ese comportamiento institucional lo fue, la derrota militar de los conjurados uniformados el 4F y a sus cómplices.

Esa camarilla de la componenda –la otra escuela– se había acordado en dos esfuerzos, uno civil y otro militar, bautizados como Los Notables para atentar contra la constitución nacional y alcanzar el poder político a través de un golpe de Estado que alcanzó su máxima línea de esplendor político y militar el 4 de febrero de 1992 y todos los eventos consecuentes a lo largo de los años 1993, 1994, 1995, 1996, 1997 hasta las elecciones presidenciales de 1998 que pusieron en el Palacio de Miraflores al teniente coronel líder de la confabulación. Esta escuela juraba al golpe, al complot y a la maquinación política que se expresó el 4F. Su compromiso moral era con las otras asonadas que ya habían sido derrotadas a lo largo de los primeros años de la democracia. Las responsabilidades que se empezaron a asumir era mantener a la nación en una guerra interna, a dividir la sociedad, a entregar la soberanía, a coartar las libertades de los venezolanos, a permitir la entrada del terrorismo internacional, a alentar la pobreza y a aumentar las necesidades de los nacionales, a permitir desde la institución militar las continuas violaciones de los derechos humanos, a abrirle la puerta al narcotráfico y a propiciar la corrupción interna iniciada por el grupo minoritario de generales y almirantes que se aprovecharon de la victoria de agosto de 1987 para lucrarse con los contratos militares de la repotenciación de los tanques AMX-30 del Ejército que estaban destinados a llegar hasta Riohacha, con la falsa adquisición de los sistemas de comunicaciones de la Armada en el trino de un turpial y con las municiones yugoslavas con las que unidades de infantería y de artillería iban a cruzar la Línea de Partida (LP) para llegar hasta Cúcuta o Maicao o hasta donde lo permitiera la media bota de combate. Esa es la escuela que se ha arrastrado aun desde 1983 en el juramento en el samán de Güere, la misma que todavía grita “Chávez vive” después de su muerte hace doce años. Esta es la escuela de la muerte y a pesar de que se manifiesta hacia lo externo como mayoría, se diluye y se matiza en los cuarteles con la realidad política, económica y social de lo que ocurre fuera de las reparticiones militares y los patios de formación de lista y parte. Los arropa con el hambre, con las necesidades de la familia, con la inseguridad, con la desaparición de los beneficios socioeconómicos, con el alto costo de la vida y con la corrupción de los altos jefes en sus líneas de mando.

El 28 de julio de 2024, esas dos escuelas estarán frente a frente, si y solo si, como se dice en la lógica de las matemáticas, el pueblo sale a las mesas electorales a votar mayoritariamente por el futuro, por la vida y por la unidad de la nación; si la gente participa de manera entusiasta en la estructura del padrón electoral que le hace logística ese día a los participantes del acto de votación y si se permanece en las inmediaciones de los centros electorales para esperar los escrutinios, para hacerle tiempo a los resultados y dispuestos a resguardar el voto de acuerdo con un plan de defensa que debe surgir del liderazgo de la oposición nucleado en torno a la candidatura unitaria. Ese domingo, esas dos escuelas militares son las que garantizarán y decidirán el futuro del país ilustrado en el ejercicio de la soberanía popular contenida en el artículo 5 de la Constitución Nacional.

A manera de historia para poner en relieve la vieja escuela, la del honor. En las elecciones presidenciales de 1968 que le dieron el triunfo al doctor Rafael Caldera (Copei) en su primera aspiración; por una diferencia de 32.906 votos frente al doctor Gonzalo Barrios (AD); durante 6 días de conteos, de reconteos, de tendencias reversibles, de rumores y al final de confirmaciones, las Fuerzas Armadas Nacionales se mantuvieron del lado de la Constitución Nacional en eso de garantizar la soberanía popular. Esa escuela es la que debe imponerse el 28J. La del honor.

 


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