Se escucha que los idiomas son mecanismos del lenguaje que coadyuvan a conocernos como seres biológicos y simbólicos, lo cual supone que es una metodología alimentada por el dinamismo y la inventiva. En la lucha permanente entre unos y otros la imaginería alimenta al “vocabulario”, con una facilidad y rapidez encomiables.

En “la politiquería”, definida como “fuente para conseguir o mantener el poder mediante licencias, falsas promesas y regalos”, encontramos, tal vez, una de las fuentes más generadoras del lenguaje, pudiéndose afirmar que el sufijo “cracia” es uno a los cuales se acude con más frecuencia. Su significado, técnicamente, es el de “autoridad, dominio o gobierno”. Evidencias, “democracia, aristocracia, talasocracia, plutocracia”. Y agreguemos en “la festichola” la palabra “facistocracia”.

Esta última pudiera considerarse una manifestación del “fascismo democrático”, en lo concerniente al cual se expresa que “generalmente se produce cuando un gobierno, dado el apoyo popular o el de uno extranjero deviene en “todopoderoso” y en procura de legitimidad celebra elecciones, en principio, con una legalidad aparente”. En medio de los denominados “ejes mundiales” y de una variable terminología, incluidas “la guerra fría” y, en principio, por qué no decirlo con cierta repugnancia, hasta la “caliente y tibia”. Hoy, en efecto, de haber uno nuevo, una profunda confusión, diversidad y anarquía lo sacuden, manteniéndolo una tipología de cuestionable caracterización.

Una de las más recientes metodologías que suelen vincularse con lo que algunos califican, no con mucha certeza, como “la nueva izquierda sudamericana”, han surgido, literalmente hablando, del proceso adelantado en determinados países de delegar funciones y tareas propias de la administración ordinaria a las Fuerzas Armadas. La contraprestación, el apoyo castrense a gobiernos de origen no del todo democrático, al igual que sus consecuencias. Pudieran, por tales razones, calificarse como “democracias castrenses”, alimentadas por parte considerable del PIB, pero con la particularidad de que una mínima suma se destina a gastos estrictamente militares. La mayor a prestar labores de asistencia social, alimentaria, habitacional y asistencia a la salud. El aparato termina calificándose con el remoquete de “misiones”, en términos lingüísticos “encargo que una persona ha de cumplir”. Suele bautizarse con nombres rimbombantes y precedidas o seguidas por el nombre de personajes históricos. No puede negarse que: 1. Aquietan la tradicional efervescencia en los países, otrora calificados en vías de desarrollo y hoy con nombres imprecisos, de los militares por mandar y 2. Son aprovechadas y para algunos ello constituye su esencia, para la captación de sufragios en beneficio de los gobernantes de turno.

Se lee que en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador y Venezuela la creciente relevancia política de la defensa y los militares ha generado, sin dudas, un espacio de convergencia de intereses que ha favorecido la estabilidad del régimen democrático, pero, concomitantemente, los intereses de las fuerzas armadas. En principio, no del todo concordes con la máxima de que “las dimensiones del control civil y de las misiones militares son áreas de decisión que recaen en la órbita del Ejecutivo. Analistas no dejan de expresar el cambio en la dilucidación de los conflictos entre gobiernos socialistas y los militares, los cuales terminaban con “golpes de Estado”. Hoy, diera la impresión de que “la izquierda es distinta. Al igual que las fuerzas armadas”.

La confusión reinante, impregnada por todo tipo de dudas, no deja de sincerar calificativos aplicables al sufijo “cracia”, en el intento de definir a estas tipologías de regímenes como “facistocracias”. Aprovechemos la flexibilidad que suele atribuirse al lenguaje.

En el libro La sociedad justa. El laberinto de Ifigenia Fernández (Penguin Random House, 2020), el cual presentáramos en el prestigio Interamerican Institute for Democracy y que César Vidal considerara un símil de El mundo de Sofia, de Jostein Gaarder, y que ratificara el internacionalista chileno Ricardo Israel, las disquisiciones giran, precisamente, en lo concerniente a la metodología de los pueblos para alcanzar su desarrollo, tema de luchas antiguas que lamentablemente prosiguen y ante ello reacciones en rigor fuera de lugar. Entre ellas, cabe hacer referencia a la monarquía inglesa, a raíz de la muerte de la reina y la despedida popular que recibiera. Será acaso, cabe preguntarse si el régimen monárquico es el idóneo y que deberíamos acudir no únicamente a la observancia de las previsiones del “contrato social”, sino, asimismo y concomitantemente a costumbres ajenas, incluso, a la modernidad, entre ellas, el despido de la reina a sus abejas, como lo reveló The Media.

Será, acaso, que en La sociedad justa se habrá escrito con racionalidad al afirmarse que “las abejas superan a los humanos”, pues “la reina” gobierna y los súbditos hacen caso, edificando un mundo perfecto, como lo revela Maurice Maeterlinck en su magistral obra La vida de las abejas. La pregunta, entonces, sería:

¿Por qué ellas y no nosotros?

Y la segunda:

Las democracias castrenses, ¿existen o no?

Las respuestas, bienvenidas.

@LuisBGuerra


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