Carlos Ortega, Luis Ugalde S.J y Pedro Carmona Estanga en la quinta La Esmeralda el 5 de marzo de 2002

Dos décadas han transcurrido desde los eventos del 11 de abril de 2002. Desde entonces muchas partidas se han jugado en la mesa política y militar de Venezuela.

Cuatro lustros hemos visto pasar a partir de ese jueves de abril y muchas cosas han pasado que han marcado a la nación venezolana. Tanto que la han ralentizado en esa dinámica del cambio político.

Veinte años que le sumamos a los desarrollados después del 6 de diciembre de 1998 y los 6 hasta el 4F y el 27N. Y eso es bien cercano a una generación que solo ha visto revolución y todo lo que significa sobrevivir dentro de ella. ¡Y cómo!

¿Fue un golpe? Esa pregunta es la que divide aún a los venezolanos ante el evento del 11 de abril de 2002 que puso al Alto Mando Militar a solicitar la renuncia al teniente coronel presidente y comandante en jefe de la Fuerza Armada Nacional… “la cual aceptó”.

Algunos se remiten a las interioridades y formalidades de la renuncia, esa que requiere de una firma; otros al mecanismo de la presión popular en la gigantesca movilización en la calle, los inquisidores militares se van a los pronunciamientos castrenses de la tarde para simplificar el hito, los de siempre pelan por la constitución y esgrimen una ristra de artículos en una guía de verificación para responder afirmativamente a la pregunta, y los eternos teóricos se atrincheran en el mantra de lo constitucional, lo pacífico, lo democrático y lo electoral, necesarios para sacar a un presidente elegido por votos. Y, al lado de ese debate, el tiempo sigue su ruta hacia el futuro.

¿Fue un golpe? La pregunta sigue golpeando en la mente y en el corazón de muchos venezolanos con la taquicardia de un pájaro carpintero que insiste en su pico frente a un roble milenario, esperando una respuesta de los protagonistas, mientras el tiempo sigue distribuyendo las cartas en una partida donde lo que está en juego es el destino de la nación.

Fue un golpe como lo fue el 19 de abril de 1810, o como cuando Venezuela se separó de la Gran Colombia en 1830, o como el grito de la federación el 20 de febrero de 1859, o como cuando Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez se metieron acompañados de 60 paisanos a través del rio Táchira y guindaron sus chinchorros en Miraflores 5 meses después, o como cuando el general López Contreras le recibió dinásticamente el coroto al general Gómez mientras este daba el salto del tordito en su casa de Maracay. También lo fueron el 18 de octubre de 1945 –jóvenes militares y adecos conjurados– y el del 24 de noviembre de 1948 – un golpe de librito– y al de la gente en la calle el 23 de enero de 1958 (otra fusión cívico militar). O los del 4F y el 27N. La gran mayoría de las 26 constituciones que sirvieron de contrato social a los 212 años de vida republicana en Venezuela, fueron un golpe al Estado que estaba en proceso de gestación de su territorialidad, de la gente de la época y de su soberanía. Mátese usted mismo en la respuesta.

Y entonces uno vuelve tercamente a preguntar: ¿Fue un golpe el 11 de abril de 2002? La respuesta debería de darla alguno de los cuatro jugadores de la partida de naipes convocada, o todos. Las cartas de la baraja del protagonismo de esos días antes, durante y después de esos acontecimientos estuvieron muy bien repartidas y allí es donde, a la fecha, no se asumen las responsabilidades con los venezolanos y con la historia.

El doctor Pedro Carmona Estanga es el rey de oros. Deberían de saber que los oros se relacionan con temas económicos y posesiones materiales en las consultas de la cartomancia. Pero acá no hay nada para adivinar. Y el símil está bien ilustrado. Representante del empresariado de la ocasión en la patronal Fedecámaras, el doctor Carmona asumió el liderazgo desde el mismo momento de las movilizaciones de calle y fue el encargado de la presidencia de la república por breve tiempo, por la decisión de los militares protagonistas.

El señor Carlos Ortega es el rey de copas y era el contrapeso social de Pedro Carmona en la calle, en la oposición y en el liderazgo. Cuando sale de Miraflores en la mañana del día 12 de abril de 2002 y responde pasionalmente “esto se jodió”, le terminó de meter la puntilla al toro del régimen que estaba naciendo desde la oficina del comandante general del Ejército mientras el sol se levantaba y le hizo respiración cardiopulmonar a la revolución que ya había recibido los santos óleos, y que ya había sido capoteada, banderilleada y estoqueada en Fuerte Tiuna en la sala de reuniones de la jefatura del Estado Mayor General del Ejército. El triunvirato que ha debido iniciarse desde esa madrugada, después de todos los compromisos de meses anteriores, lo termina de enterrar y joder solo con tres palabras…esto se jodió. Quedó para la historia.

El general de división Efraín Vásquez Velasco fue una sota de espadas que no pudo escalar a caballo y menos a rey en ningún momento. ¿Por qué? Mutó al final en un comodín en la perfecta expresión. La actitud de paje indefinido e impreciso, sin saber a qué lado atender, qué demandas enfrentar, qué caminos recorrer, qué decisiones tomar, lo puso a recorrer laberintos difíciles de calificar, espinosos en la definición y dificultosos de ubicar históricamente en ese marasmo personal y en la inmovilidad profesional como comandante de las armas más poderosas de la república en ese momento. Y es que una sota es un escudero impreciso en el verbo, confuso en sus actuaciones, vago en sus arbitrajes y difícil de seguir en el trazado de la trayectoria. Allí están los resultados veinte años después.

Y el rey de bastos lo fue, por supuesto, el teniente coronel Hugo Chávez Frías, monarca renunciado y depuesto, y posteriormente repuesto por el comodín de la ocasión. Los bastos en la figura apelan al movimiento oportuno, a la energía circunstancial y a la acción con réditos. Le funcionó el 12 de abril de 2002 y días posteriores.

La imagen que hace de vanguardia a este texto, de fecha 5 de marzo de 2002, 37 días antes del 11 de abril de 2002, con Carlos Ortega, presidente de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV); Luis Ugalde SJ, rector de la Universidad Católica Andrés Bello, y Pedro Carmona Estanga, presidente de Fedecámaras, en un apretón de manos trino en el acto de la quinta La Esmeralda, es sobremanera aclarativa. Se estaba sellando el acuerdo trinitario entre trabajadores, empresarios y militares que ha debido expresarse definitivamente en el triunvirato de la nueva junta cívico militar de la madrugada del 12 de abril. La iglesia en ese momento de la sala de fiestas y en el apretón unitario había recibido la autoridad para la representación militar, ejerciendo de arlequín político. El lugar central en la imagen es más que expresivo. ¿Qué pasó? ¿En qué momento eso se jodió al decir de Carlos Ortega? Y aquí es donde se encuentra la justificación de por qué la sota de espadas no escala a caballo de espadas y mucho menos a rey de espadas, y deja hacer para que lo mantuvieran como una sota o simplemente como otro joker. Lo demás es historia. Y no son vainas de la baraja.

Las bambalinas de la oficina del comandante general del Ejército, el hombre más poderoso política y militarmente en esa madrugada del 12 de abril de 2002, conocen exactamente cómo se distribuyeron las cartas entre las 3:00 am y la hora en que fue anunciado Pedro Carmona Estanga como presidente provisional ante las cámaras de radio y televisión.

Veinte años después del 11 de abril de 2002, cada vez que se voltean las barajas que se jugaron esa alborada, la primera que se descubre sobre la mesa de juego es repetitiva. Y de público, observando cariacontecidos y desconsolados cómo se discurre de muerte el futuro de la nación, al frente están 6 millones de venezolanos en diáspora y las banderas de la libertad, de la independencia, de la soberanía, de la vigencia del Estado de Derecho, de la paz y de la unidad que no terminan de enterrarse y se mantienen en agonía; mientras el narcotráfico, el terrorismo internacional, la corrupción y las graves violaciones de los derechos humanos ocupan espacio en la destrucción de la nación.

Después de tanto tiempo se sigue repitiendo la baraja que se descubre en la sota de espadas, en una respuesta que a la mayoría de los venezolanos no le interesa.

¿Fue un golpe de Estado?


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