Por José Peña

El profesor José Toro Hardy, señala que la inflación, en términos económicos, “implica un aumento continuo y generalizado en el nivel de los precios y servicios que se producen y se prestan en una economía”.

Por otra parte, cuando tratamos de conocer cómo se presenta la inflación en Venezuela, apreciamos que esta se muestra como una especie de poliedro, en la que cada cara se corresponde con una forma de evidenciarla.

La primera cara es la formal, y es la que refieren las ciencias económicas, y sobre la que el Poder Ejecutivo muchas veces genera acciones que empeoran la situación, que van desde la emisión de deuda sin un adecuado respaldo, la supresión de ceros a la moneda, la emisión de dinero inorgánico, o la generación de medidas populistas que agravan la situación y apuntalan el fenómeno inflacionario.

Una segunda cara es la psicológica, que se presenta cuando las personas, ante la expectativa que estamos frente a un proceso indetenible, centran su acción en adquirir productos ocasionando, en muchos casos, la escasez que se convertirá en una especie de inflación por demanda. Por otra parte, ante la variación constante del precio del dólar, y el aumento generalizado del precio de los insumos, los comerciantes aplican incrementos permanentes (en “moneda dura”) para garantizar la reposición de sus productos, de modo que enfrentamos una especie de inflación inercial que contribuye sustancialmente a la espiral inflacionaria.

Una tercera cara es la cultural, por una parte, dada la fortaleza que presentaba la economía del país, particularmente en las décadas de los años setenta y ochenta del siglo pasado, cuando el salario mínimo alcanzaba para vivir sin necesidad de dádivas por parte del Estado, todo nos resultaba tan económico que surgió la frase “ta’ barato dame dos”, quedando en nuestra mente este referente del gran poder adquisitivo que tenía nuestra moneda; sin embargo, en estos últimos años (aproximadamente a partir del año 2017), hemos visto que la moneda nacional cedió espacio a la circulación de otras divisas –particularmente al peso colombiano y al dólar estadounidense-, al punto de que actualmente todos los presupuestos se fijan en estas divisas, y su determinación en bolívares está en correspondencia con el valor que se fije en el libre mercado cambiario.

Los elementos señalados, el “ta’barato” y el permanente ajuste cambiario, han inducido a muchos a pensar que, por ejemplo, si 10 bolívares es poco, entonces 10 dólares también lo es. Olvidan que cada vez que un producto o un servicio se incrementa 1 dólar, al bolsillo se le está castigando con más de 4.000.000 bolívares, de manera que esto también apuntala al fenómeno inflacionario.

La cuarta cara de la inflación es la educativa, es la más llamativa y alarmante, porque de alguna manera refleja el fracaso de nuestro sistema educativo, particularmente en el área de matemáticas, y que podemos resumir por esa especie de desconocimiento de la adecuada lectura de los precios en el sistema de numeración decimal; es decir, vemos con preocupación cómo muchas personas leen el orden de los miles como si fueran del orden de las unidades, y el orden de los millones lo leen como si correspondieran al orden de los miles; es decir, si un producto cuesta 4.500.000 de bolívares posiblemente el vendedor nos indica que su precio es de 4.500 bolívares, o si el precio de un pasaje que es de 150.000 bolívares, el conductor señala que el pasaje es de 150 bolívares. Lo llamativo es que pocas personas corrigen a quien comete este grave error, y hasta parece que nos estamos acostumbrando a vivir con esta tara.

¿Dónde ha quedado la enseñanza de la escuela en cuanto al aprendizaje del sistema de numeración decimal? ¿Por qué este error es tan repetitivo y las instancias educativas no realizan una campaña para aclarar esta situación? ¿Será que no nos hemos dado cuenta de que el precio del dólar superó los 4.000.000 de bolívares y estamos convencidos de que es de 4.000 bolívares?

Finalmente, el fenómeno de la inflación, más que ser vivido debe ser comprendido, y desde este referente concienciarnos para conocer las posibilidades que tenemos de que nos afecte lo menos posible. En todo caso, nos corresponde asumir una actitud que no contribuya a profundizarlo y que se convierta en una especie de bumerán que se devuelve para alimentarse de nuestros ingresos económicos y así seguir manteniéndose.

@Educativopensar

 


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