Maduro vacuna
Foto Archivo

Después de más de veinte años, las mentes más dotadas de Venezuela y el mundo siguen sin poder dar las pistas claves para poner fin a la tragedia venezolana. La solución más decente y políticamente correcta, ya cacareada hasta el cansancio, sigue siendo una que conjugue el diálogo, entendimiento y eventual negociación política, como paso previo a esa transición que nos permita zambullirnos luego en un desenlace eleccionario. Pero todos sabemos que esa fórmula se aleja cada día más al corroborarse la posición de poder que el régimen sigue manteniendo, gracias a un mercenario aparato represivo y al apoyo de factores foráneos que de manera impúdica se ha consolidado ante la mirada impotente de gran parte de la comunidad internacional que apuesta al retorno de la democracia en Venezuela.

Nos encontramos en tiempos en los que cada quien está ocupado en su propia situación existencial. A nivel nacional, el drama estructural sólo permite a cada individuo concentrarse en aquello que le permita sobrevivir. No hay tiempo para protestas ni para mayores reflexiones. En el plano internacional, si bien continúan las muestras de solidaridad con la causa democrática venezolana, el mundo sigue utilizando sus limitadas energías para palear el imponderable de una pandemia que cambió el curso de la historia.

Los frentes de batalla

En este contexto, Maduro y sus huestes pudieran parecer estar en apuros, a juzgar por los estragos que sin compasión sigue produciendo en el país el avance del coronavirus. No obstante, y como en otras ocasiones, el régimen ha utilizado esta otra crisis para sacar el mayor provecho político posible, potenciando y perfeccionando los mecanismos de control social. La politización de la crisis sanitaria ha llegado hasta el extremo de impedir, por todas las vías imaginables, que sectores de oposición tengan participación alguna en la obtención de las vacunas. Para ello, se han valido de su sempiterna y bien calculada política de desinformación que apunta, primero, a desacreditar las fuentes proveedoras identificadas por el equipo de trabajo del presidente interino, Juan Guaidó, y, en segundo lugar, a insistir en que la tragedia sanitaria que vive el país es culpa única y exclusiva de las sanciones del imperio y sus aliados.

Otro de los frentes de batalla del régimen se encuentra literalmente en el suroeste del país. En contra de todas las evidencias que vinculan a Maduro a una de las facciones disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), liderada por Iván Márquez y Jesús Santrich (Segunda Marquetalia), y que operan en territorio venezolano, la maquinaria comunicacional chavista se ha encargado de presentar los hechos del estado Apure como una acción “soberana” e implacable de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) en contra de elementos insurgentes narcoterroristas provenientes del territorio colombiano, supuestamente aupados y financiados por el propio gobierno del presidente Iván Duque.

Estamos hablando aquí de uno más de los tantos montajes del régimen que, enfrentando a las que se autoproclaman verdaderas disidencias de las FARC, con sus 64 frentes comandados por alias Gentil Duarte, y específicamente al Décimo Frente, a cargo de alias Gerónimo, enemigos jurados de la Segunda Marquetalia de Santrich y Márquez, persigue, en este caso, dos propósitos fundamentales: 1. Despejar y garantizar un corredor seguro para las actividades narcoterroristas de la Segunda Marquetalia, de cuyo lucro el estado fallido venezolano se beneficia, y 2. Lavar su imagen de Estado narcoterrorista ante la comunidad internacional.

Dos caras de una misma moneda

Los frentes de batalla arriba señalados representan en sí dos caras de una misma moneda. Y es que resulta evidente que, tanto la desastrosa e intencionada gestión sanitaria del régimen de Nicolás Maduro, como su asociación incuestionable a elementos del crimen organizado y del narcoterrorismo internacional, siguen generando un cuadro desestabilizador proyectado, primero, hacia Colombia, como receptor del mayor porcentaje de la estampida humana venezolana, y luego, hacia el resto de la región.

Hoy día las evaluaciones y análisis de inteligencia respecto al peligro y amenaza que representa el régimen de Maduro para la paz y la seguridad continental siguen prendiendo las alarmas. Recientemente, la nueva directora de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, Avril Haines, en un informe dirigido a la Comisión de Inteligencia del Senado de ese país, donde se identifica con preocupación las injerencias de Rusia como la mayor amenaza para Iberoamérica, en especial por su creciente apoyo a los regímenes de Cuba y Venezuela, hizo notar el riesgo desestabilizador que implica Nicolás Maduro para la región. Textualmente expresa el informe: “La crisis política y económica de Venezuela continuará, lo que mantendrá el éxodo al resto de la región y agregará tensión a los gobiernos que se enfrentan a algunas de las tasas de infección y muerte por covid-19 más altas del mundo”.

Por otra parte, coincidencia o no, y de acuerdo con la fuente W Radio de Colombia, miembros de inteligencia de Estados Unidos habrían desplegado, el pasado 12 de abril, labores de vigilancia aérea sobre la Fuerza Armada Nacional Bolivariana desde el territorio colombiano, específicamente en el estado Apure, “donde todavía se registran intensos combates entre el Ejército venezolano y disidencias de las FARC”. Según la misma fuente, se trataría de una misión sin precedentes al contar con la autorización de las autoridades colombianas, conforme a lo señalado por el propio ministro de Defensa de ese país, Diego Molano, y amparada en acuerdos “de cooperación bilateral.

Quién sabe, a lo mejor las preocupaciones manifestadas el pasado 14 de abril por Diosdado Cabello -el nuevo y mejor amigo de alias Gerónimo, del Décimo Frente de las FARC-, acusando al presidente Iván Duque de ser un instrumento de Estados Unidos para hacer la guerra contra Venezuela, no son del todo descabelladas.

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